No se podía permitir aquel estado de malestar. No se podía permitir que el desánimo, la desazón y el desencanto se adueñasen de la población y la esclavizasen a su conveniencia. El Gobierno, benefactor como todos los de su condición, decidió buscar una respuesta.
El Consejo de Sabios estaba coordinado por altos cargos de los ministerios de Justicia, Interior y Defensa por aquello de la seguridad y contaba con representantes de la psiquiatría, las universidades, el clero, los empresarios, los sindicatos y miembros de alguna ONG que tras manifestarse delante del lugar de encuentro fueron admitidos como oyentes. Hubo suculentas dietas y por lo tanto, la reunión se alargó en el tiempo. Al final se llegó a la conclusión de que debía establecerse un día al año de felicidad obligatoria.
Se barajaron varias fechas. El sector más clerical y patriarcal pensó en el 9 de junio en honor a San Feliciano, mártir de la persecución de Diocleciano. La radical oposición femenina obligó a una solución de consenso. Sería el día 7 de marzo en conmemoración del martirio de Santa Perpetua y Santa Felicidad, ama y esclava cartaginesas asesinadas en tiempos de Septimio Severo.
El Presidente de Gobierno, deslumbrado al entregarle la propuesta, decidió aportar su granito de arena. "Caramba, el día de Santa Perpetua y Santa Felicidad. Ya está, le llamaremos el Día de la Felicidad Perpetua"
Dicho y hecho, el Día de la Felicidad Perpetua se convirtió en festivo y obligatorio para todas las instituciones del Estado, tanto públicas como privadas. No se repararon en gastos para fomentar la festividad y se aplicó estrictamente la teoría del palo y la zanahoria. Hubo kilos de zanahorias a los sectores más acomodaticios: la oposición moderada, los sindicatos y los empresarios. A otros más reticentes se les ofrecieron quitas sobre la deuda en las instituciones en que gobernaban e incluso hacer la vista gorda cuando gestionasen políticas excesivamente sociales. A los medios de comunicación se les otorgó una cascada de dinero gracias a la ingente publicidad institucional que incluía instrucciones precisas, a modo de catecismo, de como ser feliz y lo malísimo que era no serlo. Las redes sociales fueron un hervidero de apoyo al desborde de felicidad institucionalizada aunque algunos maledicientes hablaron de la contratación masiva de bots rusos.
El palo, en cambio, le llegó a algunos "jubiletas" que tras quejarse de que no hubiera dinero para las pensiones y sí para esas mierdas, fueron seriamente amenazados. Se habló de algunas medidas profilácticas como ser alejados de los nietos, ser enviados a geriatricos, psiquiatricos y a otros asilos variopintos e incluso el portavoz del partido del Gobierno en el Parlamento, habló de las ventajas de la eutanasia social o eugenesia al llegar a ciertas edades venerables. Algunos raperos inconformistas, unas decenas de twitteros revoltosos y ciertos youtubers excesivamente parlanchines fueron detenidos y puestos a disposición de la justicia acusados de sedición; los independentistas, en cambio, decidieron callar para que no les llamaran aguafiestas sus entusiastas partidarios.
Fue una jornada llena de actividad, movimiento y reivindicación. Tras tanto trajín, la gente exhausta se fue a la cama con la sensación de que había merecido la pena aunque sin saber si realmente habían sido felices. Mientras se iban quedaban dormidos, muchos pensaron que solo quedaban 364 días para otro Día de la Felicidad Perpetua ... y sonrieron.