31 mayo 2018

Heroísmo y miedo en las islas


Estamos en Kaskarilleira al filo de la madrugada y yo soy esa mancha móvil que ensucia el cielo nocturno y se mueve hacia su afamada ensenada.
No os precipitéis en admirarme, no se os ocurra soltarme una tabarra lisonjera o una mirada envidiosa. Es una mierda salir de la cama a las tres de la mañana, ponerse unas alas y planear sobre tu ciudad con una humedad del demonio y un frío que te hace rechinar los dientes. Es una mierda que cuatro borrachos a la puerta de un pub te señalen con el dedo o que algún imbécil piense que eres un volante hombre anuncio haciendo horas extras. Es una mierda ir detrás de una mierda de estatua con pretensiones historicistas y con nulo valor artístico. Sí, es una mierda, pero ahora ya estoy a la altura de la Dirección del Puerto donde tuve mi primera aventura aérea (ver entrada) y debo seguir adelante.
En el muelle de enfrente sale un pequeño carguero. Una extraña intuición se abre paso en mi cerebro. Me dirijo hacia el barco. Ya puedo verle algún detalle: hay un toldo oscuro que cubre la cubierta. Mis sospechas crecen, como crece la velocidad del barco cuando se dispone a enfilar el dique. Ya falta poco para que lo haga y estoy exhausto. Caigo como un peso muerto sobre el buque y me arrastro por el toldo hasta esconderme debajo.
Se encienden unas luces en el puente y en la penumbra  resultante puedo ver mi entorno inmediato. Tengo compañía. María Rita está tumbada a mi lado, inmóvil como le corresponde, pero quizás embriagada por tanta autenticidad.
Estoy cansado. Quiero dormir. Me duermo.
Despierto en el frío amanecer. Levanto la lona. Bajo dos luces observo un brumoso horizonte. Tres islas, tres. Las conozco. No tengo cobertura para confirmarlo, pero son Las Sisargas. La Grande, la Chica y la Malante. Como las tres carabelas.  Vamos directos hacia el archipiélago como un rompehielos implacable y sin compasión. Y de repente, en la luz trémula del alba, algo surge de las profundidades del mar como una cuarta isla blanda y ominosa. En poco tiempo alcanza una altura y anchura sorprendente y no sé lo que es. 
¿Un agujero? ¿Una boca? ¿Que es aquello que empieza a abrirse en su superficie mórbida, rugosa y cuarteada? El barco ya tiene destino y no puedo ser el mío. Tengo que salir pitando. Rápido, muy rápido debo salir volando para no ser absorbido por la portentosa atracción generada por la cosa emergente. 
Levanto el toldo, me recoloco la alas y me dirijo sigilosamente a la toldilla de popa para tomar impulso. Avanzo un poco pero no es suficiente, dos figuras enormes me tapan el camino antes de llegar. Al momento, otras dos me cubren por detrás. Marineros rudos, poderosos, sin ganas de coña y con sorprendentes instrumentos de convicción: llevan fusiles de asalto con la forma diabólica de los AK 47.
No tengo argumentos con que rebatirles, me someto a los suyos.
(CONTINUARA)

La ilustración de arriba es de Juan Carlos Arbex.
(Capítulo 43 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)

12 mayo 2018

Vuela sobre Kaskarilleira antes de que amanezca

Eran las tres de la mañana y mi móvil decidió ponerse a cantar por iniciativa propia. El manotazo fue impecable, pero tuve que levantarme de la piltra para hacer recuento de daños tras estrellarlo contra el armario.
El muy cabrón estaba ileso y porfiaba en su canto madrugador y lastimero.
  • Joder, no son horas.¿Diga? 
  • Fiz, te necesitamos. Ven  a la Plaza de María Rita, ya. 
Reconocí a mi interlocutora. Mi cuerpo se alargo instintivamente y mis tobillos se tocaron en genuina posición de firmes. Soy un tipo rebelde pero reconozco alguna forma de autoridad.  Aquella voz femenina la tenía y la persona que estaba detrás también. Colgué el teléfono, me vestí rápido y salí cagando leches hacia la plaza mayor de Kaskarilleira por esa vía oscura, alargada y de mala fama donde suelen reposar mis huesos. Bajé a la vieja calle comercial en decadencia, pasé por delante de una afamada calle de vinos extrañamente silenciosa a aquella hora, contemplé algunas luces al atravesar el mercado y llegué a la plaza.
La Plaza de María Rita, sin María Rita. Un pedestal vacío y un grupo de gente alrededor. Mi interlocutora rodeada por un buen grupo de uniformados, más otro civil.
  • Fiz, ya era hora de que llegaras. Como ves han robado la estatua de María Rita. Tienes que ayudarnos
  • Pues no sé si nos han hecho un favor. Era una antigualla antes de pretender pasar por antigua.  
  • A mí tampoco me gusta pero es un símbolo y ya sabes que los kaskarilleiros se toman muy a pecho sus símbolos.
Me acompañó unos metros por el centro de la plaza y me dijo casi al oído fuera del alcance del resto.
  •  A ver, sabemos que te has comprado unas alas en Amazon (ver entrada). Sabemos que por error te enviaron un protipo con poderes de superhéroe y que por ello no las quieres devolver y también sabemos que tú algunas noches vuelas por Kaskarilleira como aquel angel postmoderno  volaba sobre Berlín en la película de Wenders. Pues bien, queremos que te subas a tus alitas y te des un garbeo por la ciudad antes de que amanezca, por si anduviera por ahí o te enteras de algo.
  • No estoy en la lista Forbes como quién sabemos, ni soy un dron. ¿Pretendes que  trabaje por la cara?
Me miró con ojos sorprendidos.
  •  Tú eres de los nuestros.
  • Ya, ya pero...
  • ¿Quieres que el Partido Putrefacto, la vieja casta y La Hoz de la Malicia nos ponga a caer de un burro?
  • Eso ya lo hacen siempre, son compinches en el tema de las subvenciones y las mentiras. 
  • Razón de más para no darles argumentos. 
  • ¿Y si ellos son los que...?
  • Vuela y compruébalo. Hazlo ya, antes de que amanezca. ¿Trajiste las alas?
  • Sí, las llevo en la mochila
  • Pues vete hasta el mercado y súbete hasta el tejado de la vidriera de arriba. Desde allí podrás despegar.
 Mi cuerpo se alargo instintivamente y mis tobillos se tocaron en genuina posición de firmes. Sí, soy un tipo rebelde pero reconozco alguna forma de autoridad... y de miedo.

 (CONTINUARÁ)
(Capítulo 42 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)