Campo de golf "El Cobijo del Pijo" 9,43 am. Hoyo 4
El Pez Gordo se dirige cansinamente hasta el grupo de acacias donde ha caído la bola. Está ilusionado, desde allí con un buen lanzamiento podría traspasar el bunker y llegar hasta el green. Un doblebogey en el cuarto hoyo sería un acontecimiento prometedor para empezar con buen pie su agotadora jornada ejecutiva.
Hurgando en el suelo encuentra la pelota y se agacha para recogerla. No tiene tiempo, en ese preciso momento algo le cae encima hasta deslizarse sobre sus brazos. Se estremece de asco. Es como si le hubiera tocado algún bicho viscoso y le vienen malos presagios. Al tocarse descubre la verdad.
- Tengo una cuerda alrededor del cuerpo. Como es posible.
Tras un tirón, siente como ahora la soga se ha apretado contra su cuerpo. Se tambalea como un fardo mientras es izado. A un metro sobre el suelo su cuerpo deja de moverse. Es entonces cuando una voz le llega desde las alturas.
- Muy fácil, nada es imposible para un lacero experto y pertinaz.
Al mirar arriba, ve al tipo que le habla con voz jovial. Ha montado una rústica polea desde una rama situada cerca de la alargada copa de la acacia. Se le ve contento en su traje caquí. Lleva además un salakoff blanco con el que saluda al Pez Gordo antes de seguir hablando.
- Siento no haberme presentado: soy detective, buscador de manipuladores y lacero ocasional, pero solo cuando se trata de peces gordos.
- ¿Se puede saber que pretende? ¿Qué quiere de mí?
- No se asuste, no debería temerme, no soy funcionario. En realidad solo quiero hacerle partícipe de mis cualidades como preparador físico ¿o prefiere que use esa mierda de anglicismo tan de moda: personal trainer?
- No necesito preparador físico y quiero que me baje inmediatamente de este arbol.
- Vaya, va a ser verdad eso que dicen de que la tele engorda. Ahora visto desde aquí, parece más delgado, más consumido, más poca cosa si me permite decirlo. Aunque a lo mejor es que es de esos que solo se hinchan cuando pueden hacer ostentación pública de su poderío y tienen carta blanca para decir y ofender a cualquiera.
- ¿Es usted uno de esos ofendidos? Lo lamento, yo solo soy portavoz de la organización a la que represento.
- Venga, más vale que no escurra el bulto. Es complicado hacerlo estando colgado de esta preciosa acacia como pieza de matadero.
Se preguntará porque le he puesto en una situación tan embarazosa y debe saber que no actúo movido por el capricho. Perdone la gracia pero hay razones de peso para colocarlo de esta guisa.
- ¿Qué razones pueden justificar esta locura?
- Sus propias palabras y la necesidad de ser coherente con lo expresado en ellas. Haga memoria, ¿no recuerda cuando dijo aquello de que "a la Administración le sobra grasa y le falta músculo y que por lo tanto se hacía imprescindible adelgazarla"?
- Como no lo voy a recordar, esas palabras me han causado muchos sinsabores.
- Pues ya ve, estoy dispuesto ayudarle para que se hagan verdad. Colgado durante unas cuantas horas de este árbol y teniendo en cuenta que no va a aparecer nadie ya que se prevén temperaturas tórridas, seguro que conseguirá cierto grado de congruencia y de paso bajar esos kilitos de más que le siguen sobrando.
Pillín, esas comidas y cenas de alto standing siempre acaban haciendo mella, eh. Yo le garantizo afinar su silueta, lo de fortalecer su musculatura correrá luego de su cuenta o la de los empresarios si es que les puede colocar esa partida de gastos.
- ¡Yo no soy un puto funcionario! Dije lo que se espera que diga un dirigente empresarial en la actual coyuntura.
- ¿Y que mejor cosa que predicar con el ejemplo? Más teniendo en cuenta tan horrorosos precedentes. Menuda herencia le han dejado sus antecesores: corrupción, chanchullos, el último en la cárcel. Va siendo hora de tener al mando de tan poderoso organismo a alguien responsable y cabal. Cuando la gente vea como ha quedado detrás de este tratamiento de choque ganará mucha credibilidad. Se lo aseguro.
El detective baja del arbol de un salto, saluda levantando brevemente el salakoff y se dirige hacia un cochecito eléctrico situado a pocos metros de la parte posterior de la acacia.
- No me deje aquí, se lo ruego.
- Comprendo que quizás se aburra. Intente dormir, pero si se desvela, pruebe a contar funcionarios. Los que mandaría a su casa si se hiciesen realidad sus deseos. Seguro que después de cuatro horas, contando uno tras otro, todavía no serían suficientes para satisfacer sus caprichos.