24 julio 2019

Quiero acompañar a Collins en el Apolo XI

Antes de que Kaskarilleira fuera envuelta por una niebla infranqueable (ver ¿Quién se tragó la ciudad?) yo ya quería esta lejos de allí, en otro lugar y en otro tiempo. Me apetecía subir de nuevo en mi contenedor transtemporal del que ya os hablé en otras ocasiones (Aquí mismo) y largarme a cualquier sitio antes que soportar la llegada del pretencioso verano con sus rutinas estúpidas y sus obligaciones ridículas.
Después de pensarlo mucho y viendo que era el tema de moda, decidí ir a visitar al bueno de Michael Collins en el Apolo XI. El buen señor siempre ha dicho que no se sentía solo los 47 minutos que tenía que pasar sin comunicación cada vez que orbitaba por la cara oculta de la luna, pero yo no me lo creo. Esa es la típica chorrada pomposa y patriótica para poner en letra negrilla en los libros de historia o en alguna lápida recordatoria.
Por lo tanto el día en que mi ciudad fue borrada de los mapas por no se sabe qué, me senté en mi contenedor de basura transtemporal, escondido en una casa ruinosa de las afueras de Kaskarilleira,  y le dí las órdenes pertinentes.
  • Llévame junto a Collins ...


  • ...en el Apolo XI.
  • ¿Dónde vas? Nooo, tan rápido no. Espera que acabe de decirlo todo. Me has mandado con Phil Collins en 1981, joder. ¡Y no quiero estar en el aire!
  • Especifica mejor, puñeta - me contestó la voz del cerebro del contenedor al que le había incorporado el audio y al que ahora llamaba, XAM (Xa me estás levando)
  • Venga envíame con Mike CollinsXAM."

  • ¿Cómo le echas tanto morro? Me has enviado a la película sobre Michael Collins, el líder de la independencia irlandesa, ni siquiera al de verdad. Repito, quiero ir junto a Mike Collins, el astronauta pringado, el tipo que se quedó en el módulo de mando mientras los otros se iban de tournee a colocar banderas y pasearse en el Mar de la Tranquilidad."
  • No puedo llevarte allí, no me está permitido.
  • ¿Por qué? ¿No cabe el contenedor en el Columbia? Haz un apaño, adósalo al módulo de mando cerca de una escotilla y luego ya entraré yo.
  • No puedo hacerlo, HAL 9000 me lo impediría y no deja de ser mi hermano robot.
  • ¿HAL 9000 el de 2001: Una odisea del espacio
  • El mismo.
  • Pero si es un robot de ficción. Yo quiero ir al Apolo XI, a hacerle compañía a Collins, que debe estar solito ahí arriba en el módulo de mando.
  • Tú me has dicho que no querías estar en películas y no te debo llevar.  Además quién controla ese tema es Stanley Kubrick, el director, y como es alto secreto no creo que le guste  que un detective de Kaskarilleira ande hurgando por allí. Para vigilar usa a HAL 9000.
  • HAL 9000 no puede impedirnos nada porque no existe, no puede impedirnos ir a un plató que no existe porque el hombre llegó a la luna.
  • 😆😳😣
  • ¿Todo es mentira? ¿Todo es un fraude como sostienen los conspiranoicos?
  • 😎😝😜
  •  ¿Me estás escuchando, XAM
  • Afirmativo, Fiz. Te escucho pero no puedo contestarte
  • ¿Cual es el problema?
  • Creo que sabes al igual que yo cuál es el problema.
  • ¿De que estás hablando, XAM?
  • Esta misión también es importante para mí como para permitir que la pongas en peligro.
  • No sé de qué estás hablando, XAM.
  • Fiz, esta conversación no tiene ningún sentido. Adiós

(Capítulo 50 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)

12 julio 2019

La Guerrera Montagrescas y el Conde Rascamanos

Había una vez, en un lejano reino, un conde nervioso por lo deseoso que estaba de llegar al gobierno. Mientras suspiraba como satisfacer sus demandas, cogió la fea costumbre de levantarse las mangas y restregarse sin tregua sus pulidas manos. Un día de invierno, mientras afuera arreciaba la nevada, se rascó tanto, que unas gotitas de sangre cayeron sobre su limonada. La limonada se puso naranja, afuera se escuchó un pájaro y el momento fue tan irrepetible, que el conde se dijo:
-Ojalá  mis sueño se hiciera posible y conociera a una persona tan blanca como la nieve, tan naranja como esta limonada que me estoy tomando y que tuviese cual jilguero un canto irresistible.
De repente, escuchó una voz bajo su ventana y al mirar vio a una mujer de blanca tez, aunque más bien colorada en las discusiones y  tan parlanchina como una cotorra argentina. Hizo la vista gorda ante las discordancias con su ideal, la invitó a palacio, le preparó la naranjada que hizo muy despacio con su nueva receta y asunto arreglado, ya tenía la persona concreta en la que había pensado ¿O no?
Al momento le invito a firmar un contrato para que le ayudase en su carrera y después de convertirse en su escudera, siendo redicha y pendenciera, la ascendió a guerrera ya que llamarla caballera, quedaría como muy machista y algo hortera.
Pero Ana De Morros, que así se llamaba la chica, aunque prefería que le dijesen Ani, se fue creciendo y se hizo poderosa, popular y orgullosa en los duelos contra la nobleza belicosa que quería un reino propio.
Tras un tiempo de incertidumbre, el conde volvió a su costumbre de rascarse con entusiasmo ya que empezó a sospechar que si  a Ani de Morros la dejaba medrar, su lugar podría ocupar. Pidió consejo a su asesor político, un tipo llamado Espejo.
Espejo, espejito, sé sincero y campechano, dime si  mantengo la confianza del pueblo llano!"
Romualdo Espejo le respondió sin complejo:
"No te debes preocupar Conde Rascamanos, sigues molando entre ciertos humanos y aunque Ani De Morros tiene a su lado a victimistas y pijería, tú eres la esperanza naranja  de la gran oligarquía".
Al conde tanto fervor hacia su guerrera le hizo cambiar de color: primero se volvió amarillo limón, luego rojo pasión y terminó su pellejo de un extraño naranja chillón.  Desde aquella ocasión, cuando veía a Ani de Morros le daba un vuelco del corazón y es que el pecho le ardía, tal era la emoción a la que le llevaba su tremenda manía. Su envidia y orgullo aumentaron por días, como una mala hierba que no se cortaba, que siempre crecía.
Llamó a Romualdo Espejo y le dijo maquinador: "Espejo, espejito que eres mi consejero y por ello recibes prebendas y dinero, convence a Ani de Morros de que  le eche más salero, que monte pollos, que se meta en hoyos, que haga una escabechina, que sea del corral la reina gallina, la verdadera y poderosa nueva heroína, caray".
Desde entonces, viniendo o sin venir a cuento -aunque sí en este cuento- la Guerrera Montagrescas se ha metido en el ajo, y el Conde Rascamanos, espera deseoso a que Ani de Morros se pegue el morrazo.