
- ¡Tú no eres el Adonis del Caribe!
- Señoras ...yo.
- ¡Señoras, leches! ¿Se puede saber como coño te has metido en mi furgoneta?
- ¡Qué descaro, ustedes me secuestraron!
- No te secuestramos a ti, mamón.
- Cállate, Elvira, que te pierdes.
- Maruja, explícame entonces por qué en vez de nuestro príncipe latino tenemos aquí dentro a este viejo oxidado.
- Ni idea. Nos habremos confundido, pero no sé cuándo ni cómo. Escucha, tío mierda, me estás cansando y la opción es clara: o sueltas lo que sabes o te remuevo este bate en las entrañas.
- ¿Queréis que le pinche en los riñones con las agujas de calcetar, chicas?
- Espera, Reme, antes démosle una última oportunidad. Suelta lo que tengas que soltar y hazlo rápido.
- Señoras, yo...yo sólo soy un pobre archivero que me dirigía a mi trabajo como cada...cada mañana en el Barrio Antiguo (Ver aquí). Desconozco quien es ese Adonis del Caribe que ustedes quieren encontrar.
- ¿Encontrarlo? Queremos poseerlo para nosotras solas. Ansiamos alimentarnos con su glorioso cuerpo, contaminarnos con los efluvios de su rotunda masculinidad, saborear el hidromiel de su alma generosa. ¡Pedro Raúl Trigales, solo para nosotros solas!
- No seas teatrera, Luisa y menos le des datos sobre nuestras ansias profundas a este pisapapeles desestructurado.
- Entonces tendremos que libraremos de él, ¿no niñas? Habrá que cargárselo. Decidme que sí, venga.
- Elvira, aunque habitualmente reniego de tus tendencias abiertamente sádicas, esta vez considero que has estado acertada. No veo otra opción, chicas, si no queremos acabar nuestra postrera juventud en una lúgubre mazmorra.
- ¿Diga?
- Sabemos que usted y sus amigas han hecho una mínima gamberrada. Nos da igual pero escúcheme bien ya que solo se lo diré una vez. Comuníquele lo que le voy a decir a sus compinches parroquiales.
Como ustedes tienen al tipo que íbamos a secuestrar nosotros y nosotros al suyo, tendremos que hacer un intercambio. Lleven a nuestro paquete a la explanada del Faro Mayor de Kaskarilleira a las 3 de la madrugada y nosotros le entregaremos vivo al pirindolo tropical. Sean buenas chicas y podrán jugar con su muñequito hasta que se cansen de él. De otra forma serán culpables de una tragedia que les traerá algún dolor de cabeza.
- ¿Quienes son ustedes? Cómo los reconoceremos allí, si estará todo a oscuras?
- Lleven una linterna. Lo dicho: a las tres de la mañana les esperamos, ni un minuto más.