Mostrando entradas con la etiqueta Papeles. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Papeles. Mostrar todas las entradas

19 octubre 2009

Solo para nosotras solas (N_ONE _ O : perdiendo los papeles)


  • ¡Tú no eres el Adonis del Caribe!
  • Señoras ...yo.
  • ¡Señoras, leches! ¿Se puede saber como coño te has metido en mi furgoneta?
  • ¡Qué descaro, ustedes me secuestraron!
  • No te secuestramos a ti, mamón.
  • Cállate, Elvira, que te pierdes.
  • Maruja, explícame entonces por qué en vez de nuestro príncipe latino tenemos aquí dentro a este viejo oxidado.
  • Ni idea. Nos habremos confundido, pero no sé cuándo ni cómo. Escucha, tío mierda, me estás cansando y la opción es clara: o sueltas lo que sabes o te remuevo este bate en las entrañas.
  • ¿Queréis que le pinche en los riñones con las agujas de calcetar, chicas?
  • Espera, Reme, antes démosle una última oportunidad. Suelta lo que tengas que soltar y hazlo rápido.
  • Señoras, yo...yo sólo soy un pobre archivero que me dirigía a mi trabajo como cada...cada mañana en el Barrio Antiguo (Ver aquí). Desconozco quien es ese Adonis del Caribe que ustedes quieren encontrar.
  • ¿Encontrarlo? Queremos poseerlo para nosotras solas. Ansiamos alimentarnos con su glorioso cuerpo, contaminarnos con los efluvios de su rotunda masculinidad, saborear el hidromiel de su alma generosa.  ¡Pedro Raúl Trigales, solo para nosotros solas!
  • No seas teatrera, Luisa y menos le des datos sobre nuestras ansias profundas a este pisapapeles desestructurado.
  • Entonces tendremos que libraremos de él, ¿no niñas? Habrá que cargárselo. Decidme que sí, venga.
  • Elvira, aunque habitualmente reniego de tus tendencias abiertamente sádicas, esta vez considero que has estado acertada. No veo otra opción, chicas, si no queremos acabar nuestra postrera juventud en una lúgubre mazmorra.

  • ¿Diga?
  • Sabemos que usted y sus amigas han hecho una mínima gamberrada. Nos da igual pero escúcheme bien ya que solo se lo diré una vez. Comuníquele lo que le voy a decir a sus compinches parroquiales.
    Como ustedes tienen al tipo que íbamos a secuestrar nosotros y nosotros al suyo, tendremos que hacer un intercambio.
    Lleven a nuestro paquete a la explanada del Faro Mayor de Kaskarilleira a las 3 de la madrugada y nosotros le entregaremos vivo al pirindolo tropical. Sean buenas chicas y podrán jugar con su muñequito hasta que se cansen de él. De otra forma serán culpables de una tragedia que les traerá algún dolor de cabeza.

  • ¿Quienes son ustedes? Cómo los reconoceremos allí, si estará todo a oscuras?
  • Lleven una linterna. Lo dicho: a las tres de la mañana les esperamos, ni un minuto más.

03 agosto 2009

Mis repudiadas viejas damas bebedoras de té (Kaskarilleira Existencial 2)


Dejé mi biclé en la esquina de Guarrindongan Road, quizás algo atorao por pasear mi careto en el barrio mas guiri de mi Kaskarilleira natal. La purila me había citado a las cinco de la tarde y no podía desaprovecharlo. Bien sabía que debía ser un pureta bacán para que las cosas fucasen y más si tenía aspiraciones a que me fueran por primera vez de pinga. Abandoné pues mi característico estilo kie y me maqueé con el disfraz de julai que tan bien me sienta.
He de reconocerlo, lejos del argot me sentía como un hombre desnudo, pero lo disimulé con cierta alevosa aunque elegante indiferencia.
Eran días de árida incertidumbre en la siempre dulce y empalagosa Kaskarilleira abrumada tras la extrañísima desaparicion del ruiseñor Pedro Saúl Manuel, "El Adonis del Caribe". (Vease aquí los antecedentes de tan nefando asunto).
El alcalde, un tipo abyecto de ademanes gelatinosos, se había rasgado las vestiduras ante la prensa en repetidas ocasiones manifestando su absoluto horror hacia algo que mancillaba la "plácida existencia de nuestra bien amada metrópoli". Aquel capullo obsceno no tenía reparos en afirmar que la desaparición pudo haber sido intencionada, quizás obra de algún grupo terrorista. No dijo más, todos sabían que se refería al Komando Kaskarilleiro Karalludo (KKK), grupo escindido del temible A.R.RU.GA.(Ver, sin excusa, su tremebunda historia aquí mismo). Grupo asimismo, que en su último comunicado a la par de informar sobre su solicitud de ingreso como observador europeo en el O.C.A.S.O (Organización de Caudillos Americanos Socialmente Oportunistas), anunciaba que en breve plazo, una sección de intrépidos guerrilleros procedería a escojonciar el tupé del alcalde en una audaz acción reivindicativa. ¿Metáfora o vívida realidad? Ante la duda, su excelencia decidió empezar a asistir a todos los actos oficiales con un hermoso sombrero blanco, un panamá, que le quedaba pintiparado en su oblonga cabecita.
    LIDERES DEL O.C.A.S.O. CELEBRANDO UN NUEVO AMANECER
    PATRIOTICO PANAMERICANO
  • ¿Quiere tomarse otra tacita de té, Mister Marlon?
Llevaba diez minutos en aquella casa. Diez interminables minutos de remilgos teatrales por parte de aquella vieja decrépita que se había propuesto la no difícil tarea de ponerme de los nervios. Una pelagatos con pretensiones de dama victoriana, envenenándome con obsequiosa malevolencia por medio de aquel mejunje barato y repugnante.
  • No quiero más té, señora, y procedo a informarle por sexta vez que no me llamo Marlon. Soy Fiz, Fiz Arou, kaskarilleiro de patria y ley.
  • Ohhhh sorry, Mister Arou. Me obcequé con la idea de que estaba al lado de alguien cercano a aquel prodigioso actor y no menos fenomenal cuerpo.
  • Da igual, queda disculpada. Vayamos al asunto por el que estoy aquí. ¿Lo recuerda? me llamó por la desaparición de su marido.
  • Ahh sí, claro. Espero que no haya dado crédito a las necedades escritas sobre él en este horrendo blog que nos acoge (Ver la necia entrada sobre el marido de la vieja, en este horrendo blog)
  • No veo nada especialmente incorrecto en ese texto, Mrs. Pernas.
  • Perdone, pero me niego a ver en mi marido a un sarasa redomado dedicado a la infame tarea de repartir cachetes en los carrillos de archiveros adustos y serviciales. ¡Me niego a verlo así, señor detective!
Comprendí que tocaba sesión de tedioso psiconálisis casero y decidí sacar de mi capacho, con indisimulable indolencia, mi entrañable y gastada libreta Moleskine de tapas verdes. Me salió una voz escandalosamente cool cuando me atreví con aquello de:
  • Suelte todo lo que tenga que soltar, señora.

20 agosto 2008

N_ O_ E _ O : fuera papeles


(Textos anteriores de esta serie en:
http://suicidasperezosos.blogspot.com/search/label/Papeles)

El concierto de Pedro Raúl Trigales, "El Adonis del Caribe" supuso un antes y y un después en nuestras vidas. Fue entonces cuando decidimos que deberíamos hacer algo para atrapar a ese hombre y convertirlo en objeto de nuestras atenciones. No, no era tarea sencilla para cuatro mujeres maduras cuya mayor atrevimiento consistía en algunos chascarrillos picantes, soltados gracias al poderoso influjo del anís, en las reuniones vespertinas de bordado en el club parroquial. Pero ahora estábamos dispuestas a cualquier cosa con tal de conseguir nuestro principal objetivo y estábamos seguras de que difícilmente la pieza se nos podría escapar.
Nuestra frágil economía reducía las posibilidades de secuestro. Había que olvidarse de pillarlo en su mansión de Miami o en alguna de sus giras. Sin embargo, más tarde o más temprano, volvería a actuar en la televisión autonómica donde el ruiseñor caribeño parecía tener una plaza fija en el show de los viernes noche.
Cuando Elvira, la panadera, -el oído más audaz de la comarca- nos anunció la llegada
próxima de nuestro príncipe ya habíamos trazado las líneas básicas de nuestro plan. Remedios estaría en la puerta del hotel vigilando la salida de nuestra presa. Luisa, recordando sus tiempos de actriz, sería la encargada de llamar a la recepción haciéndose pasar por la secretaria del programa y luego seducirlo telefónicamente para atraerlo a una cita amorosa en el Barrio Antiguo. Allí, estaríamos esperando Elvira y yo misma. Elvira, dentro de su furgoneta de reparto y yo, entre las sombras de los portales con un bate de béisbol en las manos y rezando para que Pedro Raúl decidiera dejarse arrullar por las sirenas del amor en aquella madrugada nebulosa de Kaskarilleira.

22 mayo 2008

N_ O_ _ _ O : sin los papeles


  • Señor Autor, ¿no cree que esta situación se está volviendo insostenible? 
  • ¿Quién es usted? ¿De qué me habla?
  • Increíble ignorancia hacia las propias creaciones. Le recuerdo caballero, por llamarlo de alguna manera, que usted me dejó tirado como saco de patatas dentro de una furgoneta el pasado 18 de Enero. Desde entonces sigo aquí, esperando a que se decida a continuar mi historia en su paupérrimo blog. Aunque la verdad a estas alturas lo habré perdido todo; empezando por mi puesto de trabajo.
  • Hola, Martín. No no lo reconocía. Tiene que disculparme, con tantas cosas en la cabeza me había olvidado de usted. Respecto al tema laboral, no debería preocuparse; su tiempo, el tiempo en el que vive, es puramente literario. Si retomo su historia la empezaría donde la dejé. ¿No me creerá tan sumamente inhumano como para dejarle en un lugar tan sórdido durante tantos meses.
  • Pues sí, creo que es inhumano. Todos los creadores, incluso uno tan impresentable como usted, tienen algo de inhumano y terrible. Añádale a eso su bochornosa falta de fiabilidad. No tiene memoria ni disciplina. Escribe por escribir y cuando le apetece. Ignora la gramática y cualquier noción de estilo literario. Seguro que ya ha olvidado de que trataba mi historia. No diga nada, quedaría en evidencia. Prefiero recordárselo yo mismo:

  • Ya cojo el hilo, no tiene de que preocuparse, Martín.
Se cerró la puerta, se cerraron los cerrojos y quedó sumido bajo tinieblas sofocantes...
  • Dr. Krapp, el texto estaba escrito en primera persona. No voy a admitir que me reste protagonismo.
  • Discúlpeme otra vez, me pierde la precipitación por complacerle. Empiezo de nuevo:
Se cerró la puerta, se cerraron los cerrojos y quedé sumido bajo tinieblas sofocantes en aquel recinto hermético y espeso del que se desprendía un lejano olor a pescado. Intenté levantarme del suelo pero el arranque súbito del vehículo me hizo caer de nuevo. En un instante, la furgoneta empezó a coger velocidad. Me temblaba el cuerpo entero y casi creí morir de angustia.
¿Qué harían conmigo? ¿Adónde me llevaban? ¿Terminaría muerto y tirado como un viejo cascajo en algún descampado suburbial? ¿Se atreverían, ingenuos, a pedir un rescate por mi?
Las preguntas eran como taladrazos que horadaban mi cerebro. Intente respirar profundamente pero era incapaz de controlar mi agitación. Indiferente al dolor, mi prisión móvil seguía su desconocida ruta. Pasamos una serie interminable de semáforos y percibí levemente la agitación del tráfico matutino. No, todavía no habíamos abandonado el centro de la ciudad. Pasaron como unos cinco minutos y noté que la furgoneta aceleraba. ¿Estábamos en la autovía? Volví a tener otro ataque de pánico. Me arrastré como mejor pude hasta la puerta y comencé a golpearla con desesperación. En seguida fui consciente de la inutilidad de mi esfuerzo y desistí. Desanimado, me rendí a una idea apabullante: estaba totalmente a merced de mis desconocidos verdugos.
El tiempo pasaba mientras mis entrañas se iban acostumbrando a un sentimiento de puro abandono. Se cerraban mis ojos. Quería dormir pero cuando estaba a punto de conseguirlo la furgoneta paró.

  • ¿Le gustó?
  • No, no mucho. Dejémonos de eufemismos, me parece convencional y tremendamente previsible.
  • Pues no se me ocurre otra cosa.
  • Déjeme entonces que siga tirado en la furgoneta. Le he cogido cariño ¿sabe? Además, puede que alguna vez discurra algo que realmente merezca la pena. ¿Va a usted a perder una hipotética oportunidad futura de parecer algo brillante?

18 enero 2008

N_ _ _ _ _ O : tras los papeles


Un tornado había pasado por la vieja casa señorial del profesor Pernas llevándoselo consigo. Desde luego en aquella apoteosis de papeles, libros y estantes rotos no había ni rastro de su elegante y alargada figura.
Cualquier hipótesis era posible. Quizás alguien buscaba algo y al no encontrarlo se llevó al viejo erudito como prenda.
Incógnitas sin resolver y más para mí, aburrido archivero de tercera, acostumbrado a gastar los días
dejando ojos y esperanza entre papeles mustios con los que ganar el suficiente dinero para seguir tirando del pesado carro de la vida.
Ya tenía bastante con aquellas viejas historias en olvidados documentos. Por ellas, muchos gastaron fortuna y salud, regaron la vieja planta de la discordia e hicieron estallar los más sagrados vínculos de la sangre. Tragedias bien documentadas.
¿Cual era la tragedia del profesor Pernas? De pronto recordé nuestra última conversación y su sorprendente júbilo por algún descubrimiento del que no me había hecho partícipe remitiéndome a la prensa en días posteriores. ¿Había alguna relación entre su hallazgo y su posterior desaparición? Se hacía necesario mirar sus fichas de pedidos y saber que material había pasado por sus manos en las últimas semanas...

A la mañana siguiente salí a la calle con cierta sensación de desamparo, ese desamparo que tiraba de mi cada vez que abandonaba la querencia de las sábanas para dirigirme a la gelidez de mi trabajo.
Duró poco, ya que lentamente empecé a experimentar la hermosa sensación de ir caminando por las calles desiertas mientras la mente iba desgajando las últimas telas de araña del sueño. A pesar de aquella niebla húmeda y pegajosa que me obligaba a tener levantadas las solapas de mi chaquetón marinero, notaba una especie de íntimo placer, tal como si los sueños perdidos se despidieran dejando un dulce aroma tras ellos.

Caminé un buen rato por las anchas avenidas del centro antes de desembocar en el recinto silencioso y casi secreto del Barrio Antiguo. Allí arriba, vigilando altivo las viejas piedras centenarias estaba el punto final de mi viaje.
Llegué finalmente al estrecho callejón de la Calle del Conde
. Ese era el camino más recto y el que solía seguir diariamente . Ya había andado unos pocos metros cuando algo extraño llamó mi atención: una furgoneta de color negro, con la puerta trasera abierta, estaba atravesada en medio de la calle impidiéndome continuar mi camino. Era algo realmente sorprendente. No era una zona de reparto. Sólo un montón de viejas casas medio desmoronadas con unos pocos ancianos sin futuro.
No me parecía correcto dar la vuelta e intentar otra ruta, soy una persona de costumbres sólidas, mejor intentar alguna forma de paso aunque fuera saltando por encima o deslizándome por debajo del vehículo. Había que seguir andando y si lo hice fue con cierta aprensión. Poco a poco. Escuchando como mis pisadas resonaban atronadoras en la acera. De repente, una sombra relampagueante paso por mi lado. Un segundo más tarde, una masa oscura cayó pesadamente sobre mí haciéndome perder el equilibrio hasta caer al suelo. Aplastado de aquel modo, sintiendo como mi corazón se rompía en mi pecho, sólo pude rendirme a mi situación, esclavo de fuerzas ajenas. Sin tiempo para gritar, fui levantado, empujado y arrojado como un saco de patatas al interior de la furgoneta...

05 enero 2008

N_ _ _ _ _ _ : entre papeles


No soy dado a vanas fantasías, más bien tengo hechuras de persona vulgar e incluso algo gris. Mi vida se reduce a las rutinarias experiencias de un hombre normal, con un trabajo normal en una remilgada ciudad de provincias tan poco estimulante como cualquier otra. Estoy hablando en presente y debería hacerlo en pasado ya que todo aquello se desvaneció entre las nieblas de una fría mañana del mes de enero. Sí, definitivamente aquel día mi brújula dejó de señalar el norte y me dejó desnudo ante un inconcebible destino.
Una semana antes el profesor Pernas se acercó a mi con cara jovial mientras tomaba un café delante de la máquina del pasillo. Era un anciano alto y elegante, con aspecto de viejo bailarín de claqué o de lustroso senador de película de romanos. Sin motivo aparente, años atrás me había hecho cómplice de su alegre sentido de la camaradería convirtiéndome en su principal confidente dentro de las austeras paredes del Archivo.

  • Martín, pillastre ¿reconoce que no tienes ningún respeto por los eruditos topos como yo?
  • Pero profesor, ¿cómo puede decir eso? Valoro en mucho lo que ustedes hacen para el conocimiento de nuestra historia local.
  • Pamplinas, Martín, pamplinas. Nos conocemos desde hace años y sé de sobra que nos miras como unos tipos pesados y aburridos que no dejamos de darte toda clase de agobios. A ti te importa un carajo la historia local. Admítelo, al menos.
  • Es cierto, no siento una emoción especial en estar hurgando entre papeles marchitos para saber cuantos kilos de castañas se consumían en esta ciudad a principios del siglo XVIII. Sin embargo, mi trabajo es conservar y organizar esos papeles para gente como usted, profesor Pernas.
  • ¿Lo ves? Bien, pues a pesar de todos tus peros puede que dentro de poco tiempo te lleves una gran sorpresa y al fin puedas entender mejor las satisfacciones que le produce alcanzar el premio gordo a un roedor de papeles viejos como yo.
  • ¿El gordo? ¿A qué se refiere, profesor?
  • Mi buen amigo, Martín. Tendrás que esperar unos días. Pero créeme, valdrá la pena. Valdrá la pena de verdad.
Me dio un suave cachete en la mejilla y se marchó majestuoso hacia la sala de lectura. Tres días más tarde los periódicos daban la noticia de su desaparición en misteriosas y alarmantes circunstancias.