22 julio 2020

Un puñado de placer que nadie quiere tener

Rebosante de contento y algo nervioso, abrió aquella mañana su puesto de frutas y verduras en la esquina exterior de la plaza de abastos. Albaricoques, peras, melocotones, tomates, kiwis, naranjas, melones, sandías y dominando el conjunto, las dos cajas con las cerezas picotas, estrellas de la temporada.
Pero hoy había algo más. Una oferta especial que lo convertiría en rico y famoso aunque lo regalase gratis con cada compra. 
Se le acercó un cura atildado y circunspecto.
  • Sepa, reverendo, que con cada compra de fruta que supere el kilo recibirá gratuitamente algunos gramos del contenido de este estuche.
  • ¿De qué se trata, hijo mío?
  • Son migajas de placer recogidas grano a grano en los lugares más placenteros del mundo.
  • ¿Me está poniendo a prueba, frutero? Claro, como ahora a los curas nos han puesto la etiqueta de degenerados, cualquiera se cree con derecho a ofendernos y mancillarnos. Ha tenido suerte con encontrarse conmigo,  persona ecuménica y conciliadora, aunque ganas me dan de llamar a los guardias por incentivarme a la perversión.  Abandone esa nauseabunda actitud y póngase en paz con Dios.
  • Pero, padre, no es esa clase de placer, es placer puro y sin lujuria. Tal como se lo digo. Extraído de...
  • Deje de decir insensateces, frutero. Todo placer lleva tatuado el signo de la concupiscencia y el demonio, por lo tanto no permitiré que me acose con  repugnantes tentaciones. Apártese de mi camino.
  • Señora, usted parece más razonable que el señor cura ¿no le interesa esta oferta exclusiva?
  • ¿Cómo puede ser exclusivo algo que te regalan con un kilo de patatas? ¿Se cree que voy a aceptar algo gratis y al alcance de cualquiera? A saber cuanta gente ha manoseado ese producto. Olvídeme, frutero, no soy de la chusma.
  • Usted amigo, parece un joven moderno  y sin prejuicios ¿no le interesa nuestro producto estrella de hoy? Es gratis y puede ser suyo por la compra de un kilo de fruta.
  • ¿La fruta es de aquí, no? 
  • Sí, claro.
  • ¿Y en cambio ese placer viene de fuera? 
  • Pues sí, de muchos sitios.
  • No es nuestra, entonces. ¿Así contribuye usted al bienestar económico nacional? ¿Fomentando el consumo de productos exóticos cosechada por gente extraña para beneficio de terratenientes extranjeros? ¿Es  acaso usted un aliado del multilateralismo globalista, mercenario y cosmopolita, señor frutero?
  • Señor profesor, como me gusta verlo por aquí. Todos saben que es un hombre sabio y que no rehuye el sentido común. Una persona respetada y respetable.  Abierto a cualquier novedad sin por ello desdeñar las lecciones del pasado. ¿Qué le parece mi oferta del día?  Unos gramos de placer por una compra de nada.
  • Pues si quiere que le diga, me parece una mierda ¿Cómo puede tener las narices de ofrecerme tal cosa con lo que está cayendo? ¿No se da cuenta, frutero,  que ese placer que regala está manipulado por los oligopolios de la industria agroalimentaria que quieren  mantenernos como títeres sumisos de sus repugnantes intereses monopolistas? Es un placer engañoso, un placer adulterado para mantenernos calmados y que no reclamemos nuestro derecho a la soberanía alimentaria y a la economía de proximidad. Ellos piensan que si somos felices con sus productos tóxicos nos olvidaremos de denunciar sus atroces delitos ambientales. Pero no lo podemos permitir. ¡Tire inmediatamente ese estuche! ¡Tírelo si no quiere ser como ellos! 
  • Solo es un poco de placer para compartir, recogido como  los hongos del bosque por gente sabia que conoce sus propiedades desde tiempos ancestrales. No creo  que le haga daño a nadie.
  •  ¿Esta usted instigándome a la drogadicción por medio de la cháchara sobre medicina natural? ¡Tírelo inmediatamente! ¡Hay que acabar con las pseudociencias! Todo saber debe pasar por la lente de un microscopio de laboratorio o por la lente del telescopio de un observatorio. Señor frutero, recuérdelo, lo demás es superchería y ocultismo.
  • Ya está. Vaya día. Mañana, mejor, regalo fresones.

09 julio 2020

Mensaje desde el otro mundo de un rockero difunto

Hey man!!!
No te asustes, soy yo desde el otro mundo.  Me han dejado que envié un último mensaje, porque al igual que los que van al trullo pueden hacer una última llamada a su abogado, a los muertos  nos dejan comunicarnos con alguien vivo de confianza, siempre que no sea asustadizo o descreído.

Ya ves, se equivocó el colega, los viejos rockeros también mueren. Ahora estoy en el otro lado, tras tremendo subidón y sin necesidad de la escalera de los Zeppelinpero no me puedes preguntar nada sobre lo que hay por acá, está severamente castigado y las penas en la eternidad son muy largas por la ausencia de tiempo.

Muy bueno el artículo póstumo que me dedicaste y mejor todavía que hayas tenido la delicadeza de no escribir nada sobre algunos asuntos de mierda que conoces bien como biógrafo.
Reconocerás, que todo ha sido un puto flash. Mi último lustro fue un palo tras otro. Me estafó el manager, me engañaron mis herederos que  ahora se han repartido mi patrimonio y mis royalties, me dejó mi chica por el joven bajista de mi última banda y no conformes, me metieron en una residencia de ancianos porque al parecer estaba chocho y grillado por culpa de las drogas y la mala vida.

Era el más caro, joder. El vertedero de viejos más recomendado y suntuoso en mil millas a la redonda. Era el más chulo, pero fuimos cayendo todos. Uno por uno. Los que se quedaban en el salón moviendo el culo con aquella mierda de los pajaritos y los cuatro chachos que a escondidas, ensayábamos en el sótano con las guitarras viejas que trajimos de extranjis y las dos perolas que trajo el asistente de cocina orgulloso de tocar con nosotros. Y eso que mis compañeros eran un tipo que tocaba el banjo en un grupo country, aunque no se parecía para nada a Earl Scruggs, y un contrabajista de orquesta verbenera  de medio pelo que estaba todo el día dando la tabarra con aquello de que quería ser el acompañante de Julie London en aquella famosa canción.

Todos muertos. Ay que joderse. Mientras los culpables siguen muy vivos calculando costos y reinversiones para aliviar los números rojos y disimular las cifras de muertos en el conglomerado de residencias cementerio  que administra el afamado holding desde lo alto de un despacho acristalado de la City con vistas al Tamesis, como si fueran los de la canción de The Kinks pero sin poesía.

Piensa que el mío era un moridero discreto y opulento. La joya de la corona. Las habitaciones eran tipo suite, con sala, despacho, sauna y jacuzzi; se comía como en un restaurante de la guía Michelin y la terraza  te permitía ver como el sol se sumergía en el océano. Ahora imagínate como vivían en los otros, con hambre, precariedad y miseria. Con humillaciones, pastillas y paternalismo. Te pasas toda la vida montando tu tinglado para descubrir al final que solo eres un producto desechable y molesto tanto para tu familia, como para la mierda de sociedad que te ha tocado vivir. Eres viejo, débil, no tienes sitio, no entiendes nada, no molas, ¡lárgate o te largamos! El virus puede ser una bendición para los que están cerca de ti si te ven como una carga o como un testamento que tarda en abrirse.

Bueno, me voy despidiendo que no quiero amargarte la tarde. No tengas ninguna prisa por venir a hacerme compañía. Aún puedas hacer alguna cosilla por ahí; aunque no quiero engañarte, casi nada de lo que hagas dejará testimonio; pero al menos, puedes hacer que el camino siendo largo y tortuoso, como en la canción de The Beatles, también pueda ser placentero...a veces.
Un abrazo, biógrafo.  Tómatelo con calma.