30 diciembre 2008

Tus papás te aman



Al niño le gusta hacer el mono en el pasillo de su casa. Sus papás, tan modernos, le han enviado a un curso de expresión corporal.


El niño, ahora inexpresivo, hace redobles golpeando con sus manos una caja de cartón. Sus papás, siempre diligentes, lo han matriculado en el Conservatorio.


El niño que odia el solfeo, corre y da saltos por el parque. Sus papás, bien dispuestos, lo han metido en el club de atletismo.


El niño agotado, solo quiere pintarrajear hojas de papel con su caja de colores. Sus papás, sin duda atentos, le obligan a ir a clases de plástica.


El niño ya no pinta nada, está quieto y tiene miedo de moverse. Sus papás, muy preocupados, lo llevan al psicólogo.

27 diciembre 2008

Periscopio arriba


Nunca hubo meriendas tan esperadas como las que venían acompañadas por la visión de algún episodio de Viaje al fondo del mar. Daba igual la calidad de los bocatas, podía ser un embutido, una tableta de chocolate o un simple plátano encajado a duras penas en una barra pequeña; lo realmente importante estaba ahí, a pocos metros, cuando sonaba una sintonía en el aparatoso aparato y un poderoso mago, el señor Irwin Allen, nos permitía embarcar hacia cierto reino encantado bajo aguas abrumadoras y en riguroso blanco y negro.



Irwin Allen no usaba una varilla mágica, ni pócimas sacadas de polvorientos manuales secretos, ni conocía el lenguaje prohibido de los dragones; era un productor norteamericano responsable de muchas de aquellas películas de catástrofes de los 70 -La aventura del Poseidón, El Coloso en llamas, etc..- pero por encima de todo, creador de cuatro series de TV que entraron a saco, y sin pedir permiso, en las mentes algo calenturientas de los niños de los 60.
Viaje al fondo del mar es la más antigua. Nació como una secuela de la película del mismo título realizada en 1961 por el propio productor. El submarino Seaview, es un navío ultramoderno -su hermoso diseño lo hace semejante a un mamífero marino- construido con propósitos científicos y sometido a mil y una aventuras provocadas por la insania de todo tipo de villanos kitch: gigantescos monstruos antidiluvianos, seres antropomorfos y escamosos que zarandeaban la nave como si se tratase de una alfombra y otros capaces de introducirse en la nave de estrangis -recuerdo lejanamente un episodio con juguetes asesinos- e incluso dentro del cerebro de sus tripulantes que de repente, y sin venir a cuento, empezaban a hacer cosas extrañas.
En su tripulación estaba el Almirante Nelson, un marino patriarcal con algo del capital Nemo en su vocación científica y visionaria, que era además el diseñador de la nave y sus sofisticados aparatos; el capitán Lee Crane, oficial con un acusado sentido del mando e infinita lealtad hacia el almirante; el teniente Chip, tímido segundo del anterior y por último, el bravo Kowalski, un marinero de origen ruso, frecuentemente apaleado,
pero favorito de todos los niños al aportar el matiz pícaro en tan alta aventura.


Todo era inquietante, sorprendente, algo sombrío, tal como siempre imaginamos que debía ser el océano profundo antes y aún después de los documentales de Cousteau. Sin embargo, más allá de la zozobra y el suspense, había lugar para el regocijo de una mar encalmada, iluminada por los rayos de sol y propicia para la navegación majestuosa del
Seaview, inconfundible gracias a su fina estampa y a su sonar perpetuamente hiposo.

22 diciembre 2008

Preocupaciones de papá

Mi padre me llamó a su despacho y me hizo sentar en un puff cochambroso que había comprado en el mercadillo de los domingos. A falta de otras virtudes más llamativas, pretendía que la familia reconociese su maravilloso olfato para descubrir deslumbrantes gangas entre la mierda.
  • Te he hecho venir, ya que espero que me digas de una santa vez que pretendes hacer con tu vida.
  • Papá, te lo he dicho en varias ocasiones: quiero estudiar veterinaria como tú.
  • Esas son bobadas. Con dos hijos con carrera, basta. Eres el último y como tal, tanto tu madre como yo mismo, hemos depositado en ti todas nuestras ilusiones.
  • No os podéis quejar, a mis hermanos les ha ido bien. El mayor estudió derecho y ahora es un funcionario de cierto nivel. El segundo está haciendo el proyecto de arquitectura. ¿Que hay de malo en que yo haga lo que hicieron ellos?
  • ¿Funcionario, arquitecto, veterinario? Eso son puras chorradas ¿Qué mérito tiene hacer una carrera? Cualquier idiota consigue un título. Yo quiero para ti algo distinto.
  • Tú estudiaste una carrera.
  • No tuve opción. Tu abuelo me puso entre la espada y la pared.
  • ¿Y que quieres que haga yo?
  • Quiero que te hagas hippie. Necesitamos un hippie en la familia.
  • ¿Hippie? ¿Hablas en serio?
  • Sí, hippie. No se por qué pones esa cara de sorpresa. Vivir sólo con lo estrictamente necesario sin ser esclavo del consumo y de la moda. Hacer lo que te venga en gana sin estar sometido a un horario, a un jefe, a las hipocresías de la vida laboral. Poder dedicarte a la artesanía o incluso al arte. Tú dibujabas bien de pequeño.
  • ¡Papá, en las láminas para el colegio!
  • No pongas pegas, está decidido. He hablado con el tipo ese que toca la flauta junto al super de la esquina y hemos llegado a un acuerdo para que te tome por aprendiz a partir del lunes. Me pareció un tipo muy experimentado y lleva muchos años en este negocio.
  • ¡Pero si es un tipo mugriento que vive de la limosna! Papá, ¿quieres que tu hijo sea un mendigo?
  • Hay cosas peores. Ese será tan solo el principio. Hay que empezar desde abajo. Si lo haces bien, lo sustituirás en su puesto este verano cuando vaya a pedir en las fiestas y ferias de la comarca. Quien sabe hijo, a lo mejor algún día puedes acabar siendo el patriarca de una secta milenarista de esas que hacen yoga y bailan danzas religiosas lanzando pétalos a diestro y siniestro. ¡Ay señor, nunca agradecerás bastante, todo lo que tu padre hace por tu bienestar!

18 diciembre 2008

El mal siempre viene de fuera


Los niños de los arrabales conocemos los peligros del mundo exterior. La diaria convivencia con las abyecciones de la civilización nos ha servido para curtirnos ante cualquier espanto.
En nuestro mundo fronterizo, es fácil encontrar en una maraña de maleza, crecida por la incuria y surtida de objetos variopintos, la guarida de algún espantoso hombre del saco dispuesto a hacer liposucciones con una simple canícula en forma de puñal herrumbroso. Por las noches, dentro del lavadero abandonado, acechan licuescentes sanguijuelas semihumanas venidas de algún vampírico submundo. Aquella casa derruida, en terreno de nadie, cerca de la cloaca que llaman riachuelo, es lugar de llantos y lamentos infantiles a horas no cristianas.
Sin embargo y por encima de todo, los niños perdidos de extrarradio tenemos pavor a una cosa. A algo que ocupa un lugar privilegiado en nuestras peores pesadillas de fin de vacaciones: LOS INVASORES




"Los invasores: seres extraños de un planeta que se muere.
Destino: la Tierra.
Propósito: apoderarse de ella.
¿Cómo empezó todo? Para David Vincent empezó una noche en un camino solitario, cuando buscaba un atajo que nunca encontró. Empezó con un merendero cerrado y abandonado, con un hombre tan fatigado que no podía seguir el viaje. Ahora, David Vincent, sabe que los invasores han llegado, que se han adaptado al aspecto humano. En alguna forma, debe convencer a un mundo incrédulo de que la pesadilla ha comenzado."



¡Vaya tela!
Vaya tela ser tomado por alienado en un mundo de alienígenas normalizados y también de normalizados a secas, que piensan que tú eres la excepción a la norma impuesta. Demasiado para un niño de los arrabales que no conoce aún su sitio en el mundo pero que sabe con certeza que ahí fuera, en el descampado, va a aterrizar un aparato redondo y lleno de lucecitas de donde saldrán unos tipos envarados y adustos, sin corazón, con el meñique erguido y dispuestos a desintegrarte o a desintegrarse ellos si la ocasión lo requiere.
Una serie que ni siquiera tiene final. Apenas dos años de emisión y una juguetona obsesión para siempre.

13 diciembre 2008

PatoDifuso


  • Lo siento, no puede ser.
  • ¿Pero que más te da, mamá?
  • No me llames mamá, si te cuidé en su momento es porque pensaba que eras hijo mío.
  • ¿Cómo dices eso? Tú eres la única madre que he tenido. Siempre te he considerado como tal.
  • No puedes volver. Tus hermanastros no te aceptaban antes y no te aceptarán ahora. En el pasado te despreciaban por raro, ahora se sentirían acomplejados al verte tan grande y robusto. ¡Vete con los tuyos!
  • Me gustaría saber quienes son los míos.
  • No te puedo ayudar en eso, lo tienes que descubrir tu mismo.
  • ¿No hay ninguna posibilidad de volver a casa?
  • Ninguna.
  • Entonces, adiós, mamá.
  • Adiós hi...adiós, adiós.

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  • ¿Quien era, Mamá Pato?
  • Tu hijito descarriado, el feo. En Navidad cierran la Escuela de Formación Profesional de Cisnes y quería venir a celebrarla con nosotros.
  • No vuelvas a decir que es mi hijo, no tiene nada que ver conmigo. Si acaso lo será tuyo y eso por ser tan desastre como para incubar un huevo de cisne y no darte cuenta.


(OJO AL DATO: RESPECTIVAMENTE,
HUEVOS DE CISNE Y PATO)


  • ¡Lo que me faltaba por oír! ¿Dónde se supone que estabas tú mientras yo cuidaba de ellos?
  • No, si al final voy a yo ser culpable de que seas tan patosa.
  • ¿Patosa? ¡Tú si que eres un patán cuando haces el ganso por ahí con esas pretenciosas pavas! ¿Te crees que no sé lo de tus aventuras con ciertas volátiles pájaras de mal vivir?
  • Tuve que hacerlo, tú no me hacías caso. Te pasabas el día cuidando a tus crías y no me prestabas la debida atención. Te prometo que no va a volver a suceder, patita mía, estoy arrepentido.
  • Vale, patito de mi corazón , te perdono. Lo importante es que la familia este siempre unida. ¿Unida, oyes? Para siempre.

06 diciembre 2008

Oeste íntimo



Cuando los domingos eran domingos y la televisión privilegio de pocos, los niños del barrio nos reuníamos sobre las cuatro de la tarde en el club social para asistir, desde nuestras sillas de tijera, a una ceremonia casi religiosa en el que los miembros de la familia Cartwright eran los chamanes. El siempre juicioso papá Ben, el elegante Adam, el tierno y algo torpe Hoss, el simpático Joe y luego el cocinero chino que daba la nota de color a tan excitante familia. Aunque la están echando en alguna televisión autonómica, volver a ver la serie es un trabajo baldío: la magia ha muerto.


A lomos de su caballo Joe D, llegó El Virginiano al pueblo de Medicine Bow (nombre extravagante incluso para un pueblo del indómito Oeste) y descubrimos que a veces es más estimulante ser Sancho que Quijote y que, por lo tanto, nuestro héroe era Trampas y no el protagonista de desconocido nombre. Con los años te enteras de que los diferentes dueños del rancho Shiloh eran extraordinarios y maravillosos actores del Hollywood clásico (Lee J. Cobb, Charles Bickford, John McIntire, Stewart Granger etc.)


Daniel Boone fue un personaje real, un auténtico pionero que vivió a finales del siglo XVIII y principios del XIX, en el Oeste incógnito. Tan incógnito como era para nosotros la vestimenta del personaje principal, interpretado por Fess Parker (llevaba un gorro de piel de zorro y su casaca era parecida a la que usaban los indios) La acción se desarrollaba durante la revolución independentista de Estados Unidos lo que grantizaba que el contenido patriótico estaba muy presente en cada uno de los capítulos, por otra parte llenos de anacronismos.


El Oeste de Rin TinTin era un Oeste infantil trazado con colores básicos. El nombre procede de una larga serie de películas, incluso del cine mudo, que tenían como protagonista a un perro en tiempos de guerra. La serie de TV. reflejaba las aventuras de un perro y un niño en un fuerte fronterizo del Oeste en tiempos del militarismo heroico anti-indio. También se editaban tebeos sobre el personaje y su inseparable compañero que los niños leíamos con fervor.


¡Qué extraña serie era Jim West! Comedia, drama, espionaje, efectos especiales, ciencia ficción, kárate. Hoy sería una serie postmoderna que mezclando condimentos diferentes llega a texturas absolutamente personales. Jim West es un James Bond del Oeste, mientras que Artemus, su compañero, participa de las características de Q, el inventor multiusos de 007. Dadas sus peculiaridades, no es difícil entender que se haya convertido en serie de culto para paladares exquisitos.
Seguiremos otro día, con más historias de nuestra entrañable teleadicción infantil.

02 diciembre 2008

El vuelo de los egonios


Digámoslo claro: los egonios piensan que Dios los creó un día en que se sentía especialmente atinado. Según ellos, y cualquiera les contradice, desplegó su más preciada colección de redomas y se valió de inigualables ingredientes que luego mixturó con extraordinario ingenio para crear al primer, aunque incompleto, egonio. La llegada posterior de trabajadores extranjeros proporcionó el elemento feraz que faltaba al permitir la cristalización del egonio definitivo y autosuficiente.
Es verdad que la independencia de Egonia no supuso la eclosión de aquella joya deslumbrante  como algunos pensaban. Hubo conflictos militares, guerras, corrupción y alguna que otra repugnante dictadura. No podía ser de otra manera, cualquier proceso de crecimiento y desarrollo requiere que cada una de las fuerzas en juego alcancen su máximo de potencia antes de ser reconducidas por la necesidad de un equilibrio estable con las demás. Los egonios, maestros en tantas cosas, también eran maestros en la espera y supieron aprovechar el tiempo.
¡Vaya si lo aprovecharon!
Para ello decidieron crear una cultura basada en el malestar. La magistral cultura egonia enseñó al mundo como se puede sacar partido de las fragilidades, los conflictos no resueltos e incluso de los desechos acumulados en los arrabales de la vida. Literatura, arte y música para demostrar al mundo que estaban preparados para echarle un pulso y ganarlo sin esfuerzo y con elegante donaire.
El triunfo fue absoluto.
Todos, en todas partes, quisieron ser egonios.
Individuos del más alejado confín adoptaron la moda egonía, la forma de hablar egonia, la forma de gesticular egonia, la forma de escribir egonia. Sí, incluso aunque rechazasen el desastre que era Egonia como país. Un país potencialmente rico pero esquilmado con suprema elegancia por egonios sin escrúpulos.
Pronto, a los asombrosos egonios les quedó estrecho su mustio territorio y decidieron apoderarse del resto del mundo. Iban bien preparados, sabían que todos envidiaban su sabiduría y su estilo inconfundible. Además llevaban consigo su mejor arma: el orgullo, eso que los malvados y envidiosos confunden con petulancia.
¡Qué fácil les fue llegar a las cimas más altas!
Eruditos en privaciones, la conquista de la Tierra fue un paseo.
Pero no hicieron lo habitual.
No, señor.
En vez de territorios fueron más sutiles y se dedicaron a la conquistar el cerebro de sus semejantes gracias a sus desmesurados conocimientos de la psique humana.
Adueñados de las mentes lo demás vino por añadidura.
Ahora ellos son los dueños de nuestro destino y nos permiten a los demás ser sus humildes servidores con la condición de que sigamos siendo portavoces de su grandeza.
¡Qué grande es ser egonio!