25 abril 2017

Revoluciones, canciones, flores y sonrisas

    
Han pasado muchos años pero es necesario seguir recordando aquella hermosa jornada. 
Aunque parezca que no hemos avanzado y que la pantomima siguió su curso inasequible cuarenta y tantos años después.
Es cierto que los explotadores han sustituido sus apolillados uniformes por trajes de mejor paño.
Sus viejas miradas afiladas y soberbias se han engrosados en sus rostros por las sutilezas de la cocina de diseño
No, no sé escuchan las groseras órdenes de antaño que acuartelaban bellas palabras.
Ahora todo es telemático y suena aséptico, pulido, pasteurizado. Como de colmena metalizada en las honduras del bosque.
¿Pero quién  se acoraza detrás de los nuevas ofertas, de los nuevos cacharros casi siempre, que nos prometen eterna felicidad?

Si alguien piensa que no hay motivos para retomar aquella estela iniciada por las capitanes de abril se merece lo que le pase.

Si alguien piensa que puede seguir viviendo desterrado en su aislada torre de marfil será porque siendo ciego, sordo y mudo también es idiota.

Definitivamente idiota.

Este es un homenaje sin importancia a ese maravilloso pueblo portugués que una vez entendió que las revoluciones también se pueden hacer con canciones, flores y sonrisas. Con claveles y libertad.

Las revoluciones que nos gustan, esas que aunque a veces nos defrauden, podemos decir de ellas aquello de...

 
Quando eu finalmente eu quis saber
Se ainda vale a pena tanto crer
Eu olhei para ti
Então eu entendi
É um lindo sonho para viver
Quando toda a gente assim quiser.

10 abril 2017

Alas sobre mi ciudad


Cansado de ser una escoria de la sociedad decidí convertirme en ángel.

Lo primero fue comprarme unas alas y aproveché una buena oferta en Amazon. Eran de plumas negras de 80x60 cm. y tenían unas agarraderas de cuero. Por fuera estaban revestidas de material plástico para protegerlas de la humedad. En el paquete también se incluía una antología con textos de Paulo Coelho, Jorge Bucay, Jodorowsky, Eduard Punset y otros adalides del pensamiento chorras. Iba a quemar el libro, como hubiera hecho mi colega Pepe Carvalho, pero en el último momento decidí darle una segunda oportunidad como cuña debajo de mi renqueante mesa camilla.
En  la hora mágica en que se apagan los televisores y una torrentera de agua corre por los cañerías; estaba yo, Fiz Arou, detective amargo de la dulce Kaskarilleira, subido a una silla al lado del ventanal del salón esperando la llegada del gesto valiente que me permitiera lanzarme al infinito.
No llegó, ni en ese día ni en los dos siguientes y en el tercero hubo tormenta. En el cuarto me fui de fiesta y en el quinto tenía una resaca de mil diablos. En el sexto me tragué media botella de Havana Club 7 y al subirme a la silla tambaleante con el ventanal abierto tropecé y caí al vacío desde mi sexto piso.

No me acababa de convencer la idea de aterrizar en el suelo usando como tren de aterrizaje mi frágil aunque bella nariz; por lo cual, a la altura del 3º, empecé a menear las plumas con la misma ansiedad con que la gallina mueve las suyas al ver aparecer a un zorro desde lo alto del gallinero.

Amor eterno a Jeff Bezos, el capo amazónico, sus alas me salvaron el pellejo al permitirme girar en redondo y lanzarme a los cielos. Convertido en cohete de fiesta aún tuve tiempo de oír a un borracho que desde la puerta de un mesón me gritaba:
  • ¿Onde vas, langrán, ou queres comerte o mundo?  
No quería comerme el mundo. Me conformaba con dar un planeo de gaviota por la afamada noche de Kaskarilleira.
"Se tivera que escoller nos sei que escollería, se entrar en Kaskarilleira de noite ou entrar no ceo de día" escribió el poeta y yo desde allá arriba, quería comprobarlo a riesgo de pillar un trancazo del carajo por la ventolera y el frío que venían del mar.
Hacia el mar me fuí. Allí estaba el puerto con su vergonzosa valla separando territorios y robando a la ciudad el latido del océano que le había dado vida. Un robo ignominioso que podría ser letal si los miserables burócratas que dirigían el tinglado llevaban a cabo sus proyectos privatizadores para financiar un innecesario puerto lejano.
Había que tomar medidas. La primera como ángel debería ser muy diabólica.  En el manual de uso que acompañaba a las plumas también se decía que multiplicaba las fuerzas del usuario hasta 10 veces más.
Tenía que constatarlo. Sobrevolé sobre la entrada metálica del puerto, la agarré con todas mi fuerzas y tiré. Tiré hasta que salí despedido con aquella enorme reja en las manos.
A la mierda con ella, me dije. Atravesé la bahía como un bólido nocturno de mala leche y llegué justamente ante el edificio donde gobernaban los gerifaltes malotes del puerto.
Fue una buen caída, el tejado sufrió el impacto y se resquebrajó con un horrible crujido. Salí pitando hacia el tejado del cercano edificio de correos. Baje a tierra y pillé un taxi. No fuera a ser que me pillaran y me trataran como a esos individuos lamentables que escriben tweets, hacen chistes, editan carteles y cometen otras barbaridades delictivas.
Kaskarilleira brillaba bajo la luna y la luz del faro legendario iluminó el retorno a mi nido.

(Este es el capítulo 36 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)