29 diciembre 2014

Escapando del 2014


Vete.
Deseo que te vayas
Lárgate ya.
O te vas tú o seguiré escapando yo.

Preferiría no seguir huyendo de tu influencia nefasta. De tus intereses rastreros. De tus trampas cotidianas.
Vete de una puta vez y busca tu sitio en el cementerio de los años muertos.
Hazle compañía a otros años difuntos y demuéstrales el potencial de tus habilidades miserables. 

Piérdete. No te echaré de menos.
Adiós, muy buenas.

15 diciembre 2014

Santa Claus, el enano y yo

 (Kaskarilleira Existencial 28)
Mi madre tenía una voz muy grave aquella mañana y decía cosas que no podía comprender. Pero lo peor de todo era que no era capaz de verla ya que algún malvado me había cerrado los ojos con cola de excelente calidad.
Hice un esfuerzo supremo y al fin conseguí abrir una rendija entre los párpados.
Los cerré de nuevo.
No era lógico, tenía a un tipo feo y pequeño, repugnantemente pequeño, encima del cuello. El jodido se atusaba la barba blanca debajo de unas gafas inexplicablemente derechas sobre una nariz en forma de botón de bragueta. En la mano izquierda llevaba una jarra en que casi se desbordaba un líquido oscuro.
  • Toma un trago, estás demasiado débil. Te vendrá bien si quieres mantener tu hombría.
Instintivamente me lleve las manos a la entrepierna.
  • Perdona, jejeje...quise decir tu humanidad.
Bebí con ansiedad desconocida intentando desechar tan siniestra posibilidad. Mientras, el retaco proseguía su cháchara infernal:
  • Lo que te he dado es un licor de hierbas gran reserva. El mejor que tenemos en la Ananía. Lleva de todo, pero algunos componentes son tan secretos que si te los revelase, la maldición caería sobre mí hasta convertirme en una vulgar cucaracha de cocina de leña. 
Al final recordé:
  • Tú eres Xan das Covas, el enano.(Ver entradas en que aparece)
  • Te costó, ¿ehh? Ahora soy Xan das Covas pero además el tipo que te salvó de un futuro incierto como flamante primate. ¿Recuerdas el episodio anterior? El contenedor te trajo de vuelta dejándote a la entrada de esta cueva y yo mismo volví al pasado para arreglar lo que habías descompuesto.
  • ¡Pero si maté al primer homínido!
  • Convencí a otro para que bajase en su lugar. Lamentablemente no me dí cuenta  de que era un mono platirrino y por lo tanto los humanos deberéis acostumbraros a llevar una hermosa cola prensil.
  • Tienes que arreglarlo. Nadie nos tomará en serio si llevamos rabo. Seremos el hazmerreir del mundo animal.
  • ¿Y no lo sois ahora? Cuando vuelvas de la siguiente misión intentaré hacer algo al respecto.
  • ¿Otra misión? No me jodas, debo descansar. Ya es Navidad.
  • Precisamente tu misión tiene que ver con la Navidad y te será fácil llegar al Círculo Polar Ártico con el contenedor transtemporal. Luego podrás descansar lo que quieras.
  •  ¿Y que se me ha perdido en el Círculo Polar Ártico?
  • Tendrás que convencer a Santa Claus de que no venga este año a entregar los regalos a niños y mayores.
  • ¿Santa Claus, ese puto yanqui amanerado que está tan gordo después de haberse comido al resto de figuras tradicionales de la Navidad? El Esteru, el Olentzero, el Apalpador, el Tió de Nadal, el Viejo Pascuero. Se lo ha tragado todo. Se ha comido al obispo Nicolás, se ha comido al santo y ahora se está comiendo a Papa Noel mientras bebe su Coca Cola light. Yo soy de los Reyes Magos, Xan.
  • Vale, vale la cuestión es que tienes que convencerlo para que no venga este año y se quede allá arriba.
  • ¿Por qué? 
  • Tú lo has dicho: es obispo, es gordo, es viejo, es amanerado y le gustan tanto los niños que les hace regalitos a espaldas de sus padres. ¿No crees que sus actividades pueden considerarse sospechosas en los tiempos que corren?

05 diciembre 2014

Arreglando asuntillos donde comenzó todo

 (Kaskarilleira Existencial 27)
Ser un desecho de la sociedad te permite realizar inusitados gestos de solidaridad con otros desechos. Sobre todo si no hablan, son comestibles y no están podridos del todo. 
Mi diaria tarea de buscar restos de comida en la basura tuvo aquella noche un abrupto final delante de aquel extraño contenedor amarillo que fosforecía como neón en la oscura calleja lateral del mercado de frutas. 
Puede que la crisis me haya convertido en mendigo, pero el viejo detective privado Fiz Arou sigue ahí, agazapado, y como tal no es dado a fáciles apocamientos ante impertinentes incógnitas. 
A falta de revolver, el mío estaba descansando en un estante de la casa de empeño, saqué el enorme cuchillo de cocina que tenía en la mochila y me dirigí hacia el contenedor. Estaba cerrado y para abrirlo utilicé el arma como palanca. 
Abrí la tapa y miré. No se veía nada. A ver si me explico, no es que no hubiera nada es que era como la entrada a un pozo profundo y oscuro que desafiaba la leve luminosidad de la luna menguante y la lejana farola. 
De cabeza. Me lancé de cabeza al contenedor y no me preguntéis el motivo de tal audacia. Caí al fondo, se cerró la tapa y las paredes a mi alrededor se iluminaron. Enfrente de mí apareció una pantallita con un texto muy animoso: “Esta es una genuina máquina del tiempo y te podemos llevar a donde quieras. Desafortunadamente estamos teniendo algunos problemas con los algoritmos del software y solo podrás elegir entre tres momentos del pasado” 
Me tenté el estómago por si me había sentado mal algún yogur caducado, probé con la tapa que como imaginaba estaba cerrada a cal y canto y solté un regüeldo:
  • Vaya mierda de máquina. ¿Tres momento tan solo?
Sí, tres” soltó la pantalla
  • ¿Cuales?
“El pasado pasado, el pasado lejano y el pasado reciente”
  • ¿El pasado pasado? ¿No podéis ser más precisos, joder?"
"Sí, por supuesto, esa opción te llevará al momento en que el hombre se hizo hombre."
  • Ah, eso mola y suena poético. Mándame para allá, anda.
¡Qué fuerte, colegas! Aquel contenedor vibraba de lo lindo y brillaba con una luz que me estaba dejando ciego.
Diez o quince segundos después se paró en seco. Se abrió la tapa de arriba y vi la luz del sol. Lorenzo pegaba de lo lindo, lo comprobé al instante.  Al asomarme al borde del contenedor vi una pradera enorme desierta y en la derecha lo que parecía el final de un bosque o de una selva cargada de árboles.
Había una gran algarabía por aquella zona: aullidos, chillidos,
gemidos de dolor, risas salvajes fuera de tono etc..
Con mucho tiento me dirigí hacia allí y vi una colonia de grandes monos agitándose entre las ramas de aquellos colosales árboles. Hacían lo que hacen los monos en circunstancias parecidas: correr, comer y dar de comer a las crías, despiojarse, pegarse, follar, dormir, defecar, hacer muecas...
Sin embargo había uno que tenía una actitud diferente. Estaba en la rama más baja del último árbol lindante con la pradera y se le veía sumamente reconcentrado en si mismo. Dudaba. Quería y no quería dar el último salto. Miraba a sus compañeros con gesto angustioso pero al mismo tiempo se le iluminaban los ojos pensando en lo que encontraría abajo, allá donde ninguno de sus congéneres había estado. 
Solo era un salto. El salto que le llevaría a tierra y a otra vida. El salto que lo haría humano al habitar la tierra firme, aunque él no lo supiese.  Se puso en tensión e inspiró aire...
El impacto fue brutal. El cuchillo de cocina le atravesó el cuello de lado a lado. Cayó a tierra, lo que deseaba, pero en un gran charco de sangre.

Di la vuelta y me dirigí andando a la nave. Noté como me encorvaba, como crecían mis brazos y como mi cuerpo se cubría de pelo. Llegué a mi contenedor después de andar el último tramo a cuatro patas y con una sonrisa de simio en la boca.