22 abril 2021

Enanos enfadados, ciudades sin alma

La conspiración taladradora me había hecho su víctima a una hora indecorosa para un detective trasnochador. Por eso, aquel mediodía, sentí un vil placer  cuando desde la ventana observé a un grupo agitado de  obreros intentando cerrar un surtidor de agua nacido tras agujerear en sitio indebido.  Seguro que hay máquinas silenciosas que podrían hacer el trabajo sin causar el ruido y estropicio de esas perforadoras herrumbrosas. Calzadas reversibles de quita y pon. Aceras de fibra de carbono o grafeno con unos enganches en cada tramo para separar las piezas del puzzle. Luego hay que meter lo que haya que meter: tubos de agua, gas, cable, cualquier mierda falsamente necesaria y luego cerrar. Todo más cómodo y sencillo. Y no me hagáis reír con el asunto ese de que se perderían puestos de trabajo. ¿Desde cuándo la humanidad ha renunciado a  unas pulgadas de confort por miedo a sacrificar unos miles de puestos de trabajo?

Resumiendo, estaba asomado en plena ensoñación mística cuando de repente flotó ante mí una larga pluma negra con dos enanos encima. El de delante tenía un casco lila, cazadora de cuero, camisa a rayas y un pantalón añil fosforescente. El de atrás con gorro de gnomo atado al cuello, era mi viejo amigo Gfunderkaltstesick conocido mundanamente como Xan das Covas, perpetuo portavoz de la Kaskarilleira Interior. Pude reconocerlos a ambos, pero no pude dejar de ser mordaz:

  • Vaya, pensaba que en la Amazonía aparte de furgos ya tenían drones para repartir paquetes.
  • Menos coñas, detective, que está la cosa muy jodida allá abajo -repuso el joven extravagante.
  • Déjalo, Krotchlkhliesick, es su forma de defenderse del mundo - soltó el viejo Xan antes de ponerse de pie sobre la pluma y saltar sobre el alféizar de mi ventana de la que me aparté a tiempo.- Yo soy el paquete.

El conductor plumífero nos soltó un "ata logo", apretó los lados de la pluma como si fuesen los lomos de un caballo y salió cagando leches en vuelo vertical y  esquivando a una gaviota libidinosa que veía la posibilidad de aumentar la diversidad de su ya amplio menú.

Xan saltó sobre la alfombra de la sala y me soltó un precavido:

  • ¿Sigues sin mascotas, supongo?
  • Claro, no corres peligro.
  • Hazme un té que tenemos que hablar.

Cuando volví con la infusión, él ya había sacado una minúscula taza de su macuto enano. Al terminar, lo noté más tranquilo pero con un gesto de impaciencia entre las cejas.

  • Mira, Fiz, si he llegado hasta aquí en pleno día es porque estamos muy preocupados y queremos hablar con las autoridades. La situación se ha vuelto intolerable con las malditas obras.
  • Y tan malditas. Muchas son innecesarias o están en sitios inoportunos, pero dan la impresión de actividad, de que se hacen cosas y eso les permitirá sacar partido en las elecciones. No importa lo que se hace, importa dar la impresión de que sí se hace.
  • Pero tú sabes que los enanos somos los encargados de  guardar el  tesoro de la ciudad en nuestras cuevas subterráneas. Si siguen cavando impunemente, si siguen urbanizando hasta el último metro disponible, tendremos que abandonarlo y  largarnos. Kaskarilleira se convertirá en una ciudad sin esencia, otra ciudad muerta que parece viva.
  • Nunca supe en qué consiste ese tesoro que decís guardar. 
  • No puedo darte detalles por el secreto profesional, pero entiende que no tienen por qué ser objetos tasables y de valor para los humanos. Quizás unas lágrimas derramadas en una derrota, unas gotas de sudor en el viejo asedio, una sonrisa de plenitud tras una victoria decisiva, hasta una carta de amor convertida en bola de papel atrancada dentro de una alcantarilla. Los gobernantes deben ser sensibles a esos asuntos.
  • Los mandamases solo piensan en lo concreto, no están para cuestiones poéticas. Tus argumentos no les convencerán para ser más cuidadosos o frenar las obras.
  • Muchas de las asociaciones a las que les reparten el dinero tampoco hacen nada concreto y a veces no tienen ni afiliados.
  • Pero están en nómina y vosotros no. Además levantaríais suspicacias si salierais del armario. Las asociaciones os verían como competencia desleal, los racistas y xenófobos tendrían un objetivo contra el que luchar y llamándoos "enanos" puede que alguna gente se sintiera ofendida. Ahora hay mucha gente con ganas de ofenderse.
  • Nosotros sí que estamos ofendidos. Mierda.
Estaba realmente cabreado. Se dirigió a la ventana sacó un silbato dorado del macuto y tocó tres veces. A los pocos segundos llegó Krotchlkhliesick montado en su pluma. Mi amigo, el bondadoso  Xan das Covas, no pudo evitar soltarme un sonoro "Que os jodan" antes de hacerme la higa y salir en estampida.

 (Capítulo 57 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)

08 abril 2021

Los cazainsociables de Villa Rabia

Condujimos los dos Chevrolet Suburban por aquel deteriorado paisaje del Este de Misisipi. El Cinturón Negro está constituido por una interminable sucesión de praderas desoladas, punteadas aquí y allá por alguna cabaña sórdida o algún lejano rancho de pretencioso estilo colonial. Tierras pobres en el estado más pobre. Cinco millas atrás nos habíamos desviado por un camino angosto y pedregoso donde los vehículos levantaba a su paso una nube de polvo inextinguible. Era el camino recto hacia un camino cruel.

Tras subir una pequeña cuesta, todo terminó. Cesó el camino terroso, desaparecieron las torturantes piedras y hasta la nube de polvo dejó de atenazarnos la garganta. Teníamos delante una explanada de hierba y la hoz formada por los troncos de dos árboles chamuscados. A través de ella vislumbramos a lo lejos una solitaria casa de madera de tejado verde con unos mugrientos cuernos de bisonte coronando la entrada.
Apagamos los motores y salimos sigilosamente de los vehículos. Yo avancé unos pasos con el megáfono en la izquierda, la pistola en la derecha y escoltado por los fusiles de mis tres compañeros. De repente, abrió la puerta el viejo. Se puso a liar un cigarrillo sentado sobre un viejo tronco a pocos metros de nosotros. Nos lanzó una mirada fulgurante, como una centella y percibí el fugaz magnetismo del hombre entregado a sí mismo. Después de una calada y un soberbio escupitajo, se decidió a romper el silencio:

  • Caminan como lobos hambrientos, amigos. Deben de haber oteado una buena pieza. -había chulería en su voz.
  • Una pieza legendaria, señor...¿señor? -respondí mientras tiraba al suelo el inútil megáfono. 
  • Ahorrémonos presentaciones, ustedes ya conocerán mi seudónimo. En realidad lo conocen muchos. Lleva mucho tiempo en demasiadas bocas. El misántropo desconectado ¡Qué pesadez de mote! 
  • No debe ser fácil ser un mito viviente. 
  • Hasta hace un momento era un mito solitario y feliz, pero ustedes me han atrapado. Esto les va a hacer famosos en sus redes sociales. No todos los días se atrapa a un hombre que no usa smartphone, ni tiene ni cuenta ni correo en Internet. -sonaba sarcástico.
  • Puede seguir con su vida y su misantropía si le place, pero tenemos que tenerlo localizado y debe aceptar entrar en el sistema. Aunque sea de forma pasiva. 
  • ¿Pasiva? No me haga reír, todos son pasivos en el sistema. Menos los que enriquecen con él. --era ya contundente.
  • No vamos a discutirlo, piense lo que quiera, pero es necesario que acepte estar comunicado con sus semejantes. 
  • No tengo semejantes. Estoy fuera del rebaño. Soy un tipo libre y autosuficiente -soltó orgulloso.
  • Venga, sabe de sobra que eso ya no está permitido. Acepte este smartphone, cree una cuenta y lo dejaremos tranquilo. No nos obligue a usar la fuerza o llevarlo a un lugar donde no va a estar nada cómodo. 
  • ¿A dónde me llevarían? 
  • A Villa Rabia, por supuesto. Si estuviera conectado sabría que nos llaman, los cazainsociables de Villa Rabia. Lamentablemente, usted no es el único misántropo que no quiere estar conectado. 
  • ¿Hay otros? -dijo con cierta alarma.
  • Cientos como usted y tenemos que atraparlos uno a uno, como hacen los laceros con los perros vagabundos. 
  • ¿Y en esa villa están todos juntos?- se le notaba preocupado.
  • Todos juntos, uniformados de gris y viviendo en sana comunidad como en un convento, un  cuartel o un internado. Cada uno con su número bien visible en la pechera, porque al raparles el pelo son difíciles de identificar. Si queremos reeducarlos adecuadamente para ser útiles a la sociedad hay que saber quien es cada cual. 
  • No me acaba de convencer ese sitio -repuso en tono muy nervioso 
  • Coja este smartphone, abra una cuenta de correo y lo dejaremos en paz. 
  • Está bien. ¿Al menos tendrá WhatsApp y Wikipedia para estar informado? 
  • Por supuesto, no le quepa duda. 

Al retirarnos a los coches, les rogué a mis compañeros que bajasen sus fusiles de juguete ya que no eran necesarios. Tampoco pude esconderles mis dudas. 

  • Tengo la impresión de que esta campaña de venta es un poco violenta.