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25 octubre 2012

Detrás de la mesa camilla (Kaskarilleira Existencial 20)

La puerta estaba entornada, lo que me permitió entrar en el viejo piso sin necesidad de llamar. Me encontré en un largo y oscuro corredor decorado con fotos y grabados antiguos a los que no presté atención ya que mi mirada y mis pensamientos estaban centrados en la luminosa habitación del fondo. Cuando llegué allí, descubrí que era un salón semicircular y anticuado, con esa discutible elegancia abigarrada que pudo estar de moda cien años atrás, pero que hoy solo tendría sentido en una casa museo dedicado a la Belle Epoque. Tampoco el personaje que presidía la escena era un hombre de nuestro tiempo. Un anciano pálido y enjuto con unas gafas enormes que resaltaban la sobrecogedora intensidad de sus inmensos ojos de buho. Tenía un inequívoco aire sacerdotal que subrayó cuando con un altivo gesto de su mano derecha, me señaló una silla al otro lado de la que él ocupaba, detrás su mesa camilla. Había oído hablar muchas veces de aquella legendaria mesa pero no tenía nada de especial. Hasta el paño que la cubría, de terciopelo verde, era de una asombrosa vulgaridad. Nada que ver con los variopintos objetos y los miles de libros que asfixiaban la habitación. 
  • ¿Me esperaba?
  • Sí, sabía que iba a venir. 
  • Vaya, había oído hablar de su capacidades pero nunca pensé que que además fuera clarividente.
  • No olvide que hace muchos años de mi muerte y los muertos no tenemos sentido del futuro, eso nos permite visualizarlo todo mejor. Hablo de su futuro claro, el mío ya solo es recuerdo.
  • ¿Entonces sabe a lo que vengo?
  • Sí, está buscando a El Gran Manipulador y me ha pedido cita en sus sueños para ver si yo le podía ayudar en algo. Ya ve que no he tenido reparos en comparecer ante usted.
  • Incluso con su famosa mesa  -pegué dos golpes en la funda atercipelada.
  • Sí, mi pobre mesa se ha convertido en un icono para muchos.
  • No se minusvalore, se dice que desde aquí gestionó la suerte de nuestro país en los años ominosos de la vieja dictadura. Alrededor de esta mesa se mantuvieron las esencias de nuestro pueblo en los tiempos de sangre, fuego y muerte. Como en los viejos monasterios medievales éste era un  refugio de civilización frente a la barbarie exterior. El viejo ideal galleguista pudo sobrevivir gracias a esta sala y a lo que se cocía alrededor de esta mesa. 
  • Suena bonito lo que dice pero este pequeño brasero apenas sirve para calentarme las zapatillas, dificilmente lo veo cociendo algo. 
  • Por favor, reserve su ironía para otras circunstancias.
  • No puedo dejarla aparte, ella también forma parte de nuestra esencia como pueblo. Además usted sabe que me llamaron traidor por intentar reconducir nuestros anhelos políticos hacia un proyecto cultural de futuro.
  • Supongo que era la único razonable que se podía hacer si uno no quería pudrirse en la cárcel, hacerle compañía a los peces o convertirse en inanimado adorno de las cunetas. En aquellos tiempos lo de convertir el partido en una editorial fue algo digno de mérito. Cuando no se podían defender otras cosas, al menos se pudo defender nuestra cultura del exterminio.
  • Los exiliados no lo entendieron.
  • Ellos no tenían a la muerte boqueando detrás de la oreja.
  • Parece entender bien el sentido de nuestra causa pero en cambio me ha llamado para que le hable del Gran Manipulador. ¿Piensa que soy un agente suyo, quizás?
  • No, más bien fue usted él que creó una red de agentes para expandir los viejos ideales en todo tipo de ideologías en vez de que se limitasen a un único partido. Desde entonces, discípulos suyos han protagonizaron la política, la cultura y hasta la economía de esta tierra. Hay que ser muy grande...
  • ¿Manipulador? 
  • ...para hacer esas cosas. 
  •  Pero yo no dejé nunca de ser un pequeño hombre de un pequeño país al que quería salvar de su terrible sensación de derrota. ¿Dónde estuvo mi grandeza?
  • Quizás en intentarlo.
  • Poco hemos avanzado, soy un manipulador fracasado. No puedo ayudarle en su búsqueda, amigo mío.
  • Por lo menos nos hemos conocido.
  • Sí, aunque a buenas horas.
  • Podría aprovechar esta visita. Cuénteme algo sobre la muerte.
  • ¿Para qué? Viva bien su vida y olvídese de la parca. Es mejor que esa señora se ocupe de sus asuntos y que los demás se preocupen de los suyos. Créame, es mejor así.