22 mayo 2014

El Comandante se dispara

  • Estamos en Curramontes. Afuera, rodeada por una neblina espesa con olor a estiércol de caballo y a otras materias execrables, la tropa de la Armada Bucólica ensaya nuevas tácticas de combate mientras suena desde las líneas enemigas el Happy de Pharrell Williams. Adentro, en el ambiente cálido y acogedor del Campamento Central de la Armada Bucólica descansan -para secreto regocijo de los revisionistas- las resignadas dulzainas, las sonoras botellas de anís y los viejos panderos. Tenemos ya a nuestro lado, dispuesto a someterse a una de nuestras incisivas y siempre aclamadas entrevistas, al líder legendario de la gran guerrilla bucólica, el Comandante José María Rodríguez Cebolleda
  • ¿Será miserable? Soy el Comandante Pepino Cebollino... ¡¡mamón!! 
  • Disculpe, agudo periodista, pero el comandante no quiere que se le llame con su nombre urbanita y reaccionario.
  • El que ha hablado es el Capitán Lenteja Velluda, jefe de prensa de la Armada Bucólica, que va a actuar como intérprete en este diálogo. La razón estriba en que el Comandante Pepino Cebollino se niega a hablar directamente con personas no relacionadas con la ideología bucólica para mantener la pureza de su lucha lejos de las aberraciones del mundo exterior. ¿Es así?
  • Es así.
  • Dice que es así.
  • Comandante, se rumorea que el enfrentamiento contra las huestes del Ejército Modernillo (Ver: La víspera de la batalla final) no es más que una maniobra de distracción, que en realidad el grueso de la Armada tiene como objetivo la conquista de Snobia, la capital señoritinga y snob.
  • ¿Qué está diciendo? Eso es alto secreto y está claro que solo se lo pudo decir esta lenteja con pelos que tenemos como jefe de prensa.
  • El comandante quiere saber lo que dice y me echa la culpa a mí por pasarle supuestamente información confidencial.
  • Cállase, coño, o lo hago fusilar.
  • El comandante quiere que me calle  porque si no me va a fusilar. Ay, estoy en una terrible disyuntiva: si hablo desobedezco sus órdenes actuales de callarme pero si no lo hago desobedeceré las que me dio antes en que me ordenó taxativamente que fuera su intérprete. Él no admite que no se cumplan todas sus órdenes en todo momento.
  • Capitán Lenteja Velluda, no le permito que tome un protagonismo inmerecido con sus absurdos monólogos hamletianos. Es usted un actor secundario en esta entrada. Queda arrestado por alta traición, por proporcionar información al enemigo y por quitarle protagonismo a su propio comandante. Vaya pensado en su última cena, la de despedida. Desde ahora hablaré yo mismo con este periodista y luego  como purga me someteré a una dieta macrobiótica y a terapia ocupacional.
  • ¿Va a fusilarlo, en serio?
  • Usaremos balas de fogueo, pero pasará tanto miedo que al menos me libraré de su pedantería durante un tiempo. Nada más insufrible que un pijo de ciudad reconvertido de prisa y corriendo a las buenas causas. Siempre pretenden darnos lecciones de pureza a los que ya estábamos convencidos.
  • Hablando de ciudad, comandante, hay un tema que preocupa a la opinión pública: el secuestro de los componentes del Club de Senderismo . Los familiares están preocupados ya que no saben nada de ellos salvo que ustedes los tienen retenidos.
  • ¿Retenidos? Le informo, caballero, que nunca fueron tan felices. Tienen lo que deseaban: largas caminatas por el monte, vida al aire libre y encima no les cobramos la comida y el alojamiento, por lo menos mientras no tengamos que pedir rescate por ellos. Sus parientes deberían estar contentos, ya no los tienen cerca y ahora están sanos, robustos. Hasta han rejuvenecido. La mayoría quiere formar parte de nuestras tropas. Excepto algún que otro funcionario acostumbrado al dolce far niente. El resto le ha cogido tanto gusto al trabajo agropecuario y a las caminatas por el bosque que aunque quisiéramos no podríamos sacárnoslo de encima.
  • Comandante, también se dice que ustedes son muy tradicionalistas. Que quieren obligar al uso de ropas oscuras, con chaleco, boina, pantalón de pana y faja en los hombres y falda larga y pañuelo en la cabeza en las mujeres.
  • Se olvida de los zuecos, a los que queremos hacer un símbolo vivo de nuestra idiosincrasia nacional. Viejas y sanas costumbres, no es otra cosa. Cuando éramos atrasados pero auténticos. ¿Qué somos ahora? ¿Sabe usted que los jóvenes han abandonado cualquier forma de vestimenta tradicional para ponerse unos trapos chillones que o bien les quedan demasiado holgados o demasiado estrechos? Mire, cuando capturamos en una de nuestras cacerías alguna manada de jóvenes en eso que llaman del botellón, nos solemos partir de risa tanto por la facha de algunos como por su incapacidad por tener una borrachera como Dios manda, es decir como siempre han sido las borracheras. Con vino del país y no con mariconadas de fuera mezcladas de cualquier manera. Después de tres o cuatro meses de reeducación: trabajando la tierra, cocinando, haciendo trabajos de albañilería, limpiando establos y cuidando del ganado, cambian tan radicalmente que no los reconocería ni la madre que les parió. Pero no somos conservadores, quite de ahí. Eso es cosa de ustedes, los de la canallesca. Por ejemplo y sin ir más lejos, cuando conquistemos el poder propondremos el aborto libre y gratuito siempre que la criatura no haya alcanzado los 18 años. Es una medida muy pensada y la aplicaremos en las ciudades para evitar tantas aglomeraciones perturbadoras cuando llega el verano, las Navidades, la conquista de algún trofeo futbolístico o las fiestas de la patrona.
  • Lo tiene todo bien calculado, comandante.
  • Amigo mío, soy un hombre de vida austera. Puedo prescindir de casi todo excepto de dos cosas: el esquema del país que quiero construir y que tengo bien dibujado en mi cabeza y mi fusil AK47 por si algún imbécil pretendiera emborronármelo.

08 mayo 2014

El poder maligno de la lectura


Por fin tu cuerpo reposa blando sobre el gastado sillón y puedes echar, sin miedo, una mirada beatífica y feliz al entorno. Estás en casa, sentado en tu lugar favorito y nada malo puede sucederte en este atardecer de primavera.
No lo sabes, pero al alcance del brazo, en la mesa de cristal cuadrada, hay cuatro libros pendientes de tus actos. ¿A cual le tocará ser abierto hoy? El que lleva por título Los Cuentos de Canterbury no se hace ilusiones. Son más de tres meses cogiendo polvo debajo de la pila y sabe que solo un acontecimiento espectacular le permitirá abrirse paso ante las opciones más aparentes y actuales.
Con placer anticipado te decides por la novela policíaca y retornas a un capítulo donde el detective va a investigar a unos sospechosos que tienen un negocio turbio al final de un oscuro callejón. Se oyen ruidos de pasos entre los contenedores de basura y el sabueso introduce la mano derecha en el interior de la chaqueta para coger su arma.
Es entonces cuando suena un disparo: 
Algo ha salido del libro, ha rozado tu sien y se ha debido de estrellar contra la bombilla de la lámpara ya que has oído ruido de cristales rotos a tus espaldas al tiempo que se apagaba la luz.
Miras el volumen y lo cierras bruscamente con pánico. Entre los restos de la bombilla, en el suelo de la habitación,  no ves nada sospechoso. No hay restos metálicos.
¿Qué ha pasado? ¿Qué está pasando?
Mejor si te tranquilizas. Dejas el libro a un lado y para distraerte, coges otro de la pila. Resulta ser el de la novela pseudoporno de moda. Te parece una mierda pero te dices que quieres descubrir porque emociona tanto a tantas mujeres y a muchos hombres.
 Es mentira, pero suena bien.
Al abrirla, como un resorte, te salta encima  un enorme pecho femenino con un pezón oscuro, casi negro, que te roza las aletas de la nariz y te hace estornudar.
Mierda.
Tienes que apretar fuerte sobre las tapas de cartoné, para conseguir que eso, sea lo que sea, vuelva al sitio de donde ha salido.
Estás a punto de abandonar la lectura y llamar a tu psicólogo para una consulta urgente, pero un sentimiento morboso te hace intentarlo por tercera vez.
Quedan dos libros. Uno de ellos es Las Flores del Mal de Baudelaire en edición rústica. Es una obra grande, muy grande, pero si se escapa algo tenebroso, como algún pútrido cadáver o  el famoso albatros, va a costar Dios y ayuda traerlos de nuevo a su sitio con tapas tan frágiles. Además se desprende un fuerte olor a absenta desde sus hojas y hoy no te apetece obsequiarte con bebidas tan fuertes.
Al final coges  Los Cuentos de Canterbury y lo abres.  Aquella gente sencilla te recibe de forma amable, festiva y picarona. Con buen ánimo, se disponen a que los leas y te sumes a la prodigiosa procesión de cuentistas:
"Señoras y caballeros -empezó el anfitrión-, háganse a sí mismos un favor y escuchen lo que voy a decir y no menosprecien mis palabras. En resumen, he ahí mi propuesta: cada uno de ustedes, para que el camino les parezca más corto, deberá contar dos cuentos durante el viaje. Quiero decir, dos en la ida y dos en la vuelta. Cuentos del estilo de «érase una vez...». El que relate su historia mejor -el relato más edificante y divertido- será obsequiado con un banquete a costa del resto del grupo, aquí en esta posada y bajo este mismo techo, al regresar de Canterbury. Y para hacerlo más divertido, tendré mucho gusto en cabalgar junto a ustedes a mis propias expensas y en ser su guía. El que no se someta a mi decisión deberá pagar todos nuestros gastos en el camino. Ahora, si ustedes están de acuerdo, háganmelo saber enseguida, sin más dilación, y efectuaré los preparativos pertinentes."