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08 febrero 2013

Anatema contra los moñitos erguidos

Transidos de aflicción, mis cansados ojos saltones asisten al retorno de un viejo fantasma del pasado: los moñitos erguidos. 
Sí, señores, de nuevo se levantan ante nuestras atónitas miradas esos mínimos megalitos capilares que desde lo alto de las cabezas desafían al mundo y a los cánones estéticos de los que nos hemos dotado.
No, no me complace saber que ese adminiculo ostentoso tiene una larga y exitosa historia detrás. No me complace que algunos se remonten a tiempos prehistóricos para recordarnos que las mujeres del Paleolítico usaban tan peregrino tocado, quizás por comodidad, quizás por estética. Aducen como ejemplo preclaro a nuestra entrañable Vilma Picapiedra o si prefieren, para nombrarla con más propiedad, Wilma Pebbles Slaghoople Flintstone
No me vale.  
Vilma era una mujer de su tiempo, es decir del tiempo en que fue dibujada, y entonces cualquier excentricidad ornamental era motivo de exquisitez y orgullo. Además el moño de Vilma era voluble, quizás emocionalmente voluble y en muchas ocasiones tendía a caer hacia la zona occipital.  
Y es que claro, un moño occipital es un moño como Dios manda y no atenta contra el femenil decoro. En cambio esas masas peludas surgiendo del centro de la cabeza nos estremecen por su osada semejanza con los hongos radiactivos.
  • Parece que el Dr. Krapp no tiene otras cosas más importantes de que preocuparse. Con la que está cayendo.
No es así, el tema de los moñitos altos no es ninguna frivolidad. Muy al contrario, es reveladora del estado de postración en la que nos hemos sumido en estos tiempos de desdicha. Hay un axioma infalible: en tiempos duros todo se encoge. Se encogen nuestros derechos y libertades, se encogen nuestras posibilidades de tener un trabajo digno, se encoge nuestra economía, se encoge nuestro ánimo, también se encoge el pelo. Y sin embargo...
  • Pero, Dr. Krapp, en los 60 también se llevaban los moños altos y no era tiempo de crisis.
Niego esa tesis. Los moños sesenteros eran generosos y espléndidos, forjados con enormes matas de pelo o usando postizos. Eran moños risueños, saludables, barrocos y aunque a veces  se manifestaban bajo formas rígidas, siempre resultaban amigables y permitían soñar con el momento trascendental en que acabarían transformándose en torrente indomable de pelo suelto. La prueba de su belleza y elegancia  está en que  triunfaron entre las novias sustituyendo en todos los bodorrios a las esclavizantes, folklóricas y caducas peinetas. 
En cambio, los moñicos enhiestos de ahora son demasiado tristes y austeros. Están  hechos de prisa y corriendo. Como aquellos que obligaban a llevar a las obreras en las fábricas de armamento durante la Segunda Guerra Mundial o los cuarteleros usados por las gimnastas profesionales en las diferentes competiciones. Simples chichos fabricados con mínimas matas de pelo tirante que requieren una causa reconocible para adquirir sentido.
  • Dr. Krapp, no sé si sabe que a las mujeres se nos ensucia el pelo al igual que a los hombres; pero en nuestro caso, siendo habitualmente más largo, sufre las consecuencias de una vida activa: se mancha, se enreda etc... ¿quizás prefiriese que llevásemos el pelo más largo y fuéramos más pasivas? 
No, no me van  a arrastrar a uno de esos tediosos conflictos de género. Digo, proclamo y afirmo que los moñitos erguidos son muy feos y hasta diría que feos de... 
  • De cojones
Yo no he dicho eso, pero sí, pienso que ese tipo de tocados en nada ennoblecen la estética femenina. Y la masculina si fuera el caso, por lo tanto me permito lanzar desde aquí...
  • No diga más: su anatema.  Al menos reconozca que la entrada le ha quedado más bien machista.
Señora, lo siento, Nobody is Perfect.

16 noviembre 2009

Gatos que no quieren ser mascotas

Estamos en el año 2000 y pico después de Cristo. 
Toda la Gatia está ocupada por aburridas mascotas caseras...
¿Toda? 
!No! 
Un callejón poblado por irreductibles gatos callejeros resiste todavía y siempre al invasor. 

Y aunque la vida no es fácil con tanto vehículo motorizado, 

tanto rico manjar envenenado, 
tanta obsesión humana por la limpieza urbana,
y tanta mala bestia a dos patas
dispuesta por capricho a despanzurrar a un precioso gatito;
tampoco quieren convertirse en castrados gordos neuróticos  
con cita mensual en el veterinario
siestas de veintidós horas 
y paseos rutinarios entre dormitorio, sala y cocina.  
Simplemente es su derecho ¿o no?. 

27 diciembre 2008

Periscopio arriba


Nunca hubo meriendas tan esperadas como las que venían acompañadas por la visión de algún episodio de Viaje al fondo del mar. Daba igual la calidad de los bocatas, podía ser un embutido, una tableta de chocolate o un simple plátano encajado a duras penas en una barra pequeña; lo realmente importante estaba ahí, a pocos metros, cuando sonaba una sintonía en el aparatoso aparato y un poderoso mago, el señor Irwin Allen, nos permitía embarcar hacia cierto reino encantado bajo aguas abrumadoras y en riguroso blanco y negro.



Irwin Allen no usaba una varilla mágica, ni pócimas sacadas de polvorientos manuales secretos, ni conocía el lenguaje prohibido de los dragones; era un productor norteamericano responsable de muchas de aquellas películas de catástrofes de los 70 -La aventura del Poseidón, El Coloso en llamas, etc..- pero por encima de todo, creador de cuatro series de TV que entraron a saco, y sin pedir permiso, en las mentes algo calenturientas de los niños de los 60.
Viaje al fondo del mar es la más antigua. Nació como una secuela de la película del mismo título realizada en 1961 por el propio productor. El submarino Seaview, es un navío ultramoderno -su hermoso diseño lo hace semejante a un mamífero marino- construido con propósitos científicos y sometido a mil y una aventuras provocadas por la insania de todo tipo de villanos kitch: gigantescos monstruos antidiluvianos, seres antropomorfos y escamosos que zarandeaban la nave como si se tratase de una alfombra y otros capaces de introducirse en la nave de estrangis -recuerdo lejanamente un episodio con juguetes asesinos- e incluso dentro del cerebro de sus tripulantes que de repente, y sin venir a cuento, empezaban a hacer cosas extrañas.
En su tripulación estaba el Almirante Nelson, un marino patriarcal con algo del capital Nemo en su vocación científica y visionaria, que era además el diseñador de la nave y sus sofisticados aparatos; el capitán Lee Crane, oficial con un acusado sentido del mando e infinita lealtad hacia el almirante; el teniente Chip, tímido segundo del anterior y por último, el bravo Kowalski, un marinero de origen ruso, frecuentemente apaleado,
pero favorito de todos los niños al aportar el matiz pícaro en tan alta aventura.


Todo era inquietante, sorprendente, algo sombrío, tal como siempre imaginamos que debía ser el océano profundo antes y aún después de los documentales de Cousteau. Sin embargo, más allá de la zozobra y el suspense, había lugar para el regocijo de una mar encalmada, iluminada por los rayos de sol y propicia para la navegación majestuosa del
Seaview, inconfundible gracias a su fina estampa y a su sonar perpetuamente hiposo.

18 diciembre 2008

El mal siempre viene de fuera


Los niños de los arrabales conocemos los peligros del mundo exterior. La diaria convivencia con las abyecciones de la civilización nos ha servido para curtirnos ante cualquier espanto.
En nuestro mundo fronterizo, es fácil encontrar en una maraña de maleza, crecida por la incuria y surtida de objetos variopintos, la guarida de algún espantoso hombre del saco dispuesto a hacer liposucciones con una simple canícula en forma de puñal herrumbroso. Por las noches, dentro del lavadero abandonado, acechan licuescentes sanguijuelas semihumanas venidas de algún vampírico submundo. Aquella casa derruida, en terreno de nadie, cerca de la cloaca que llaman riachuelo, es lugar de llantos y lamentos infantiles a horas no cristianas.
Sin embargo y por encima de todo, los niños perdidos de extrarradio tenemos pavor a una cosa. A algo que ocupa un lugar privilegiado en nuestras peores pesadillas de fin de vacaciones: LOS INVASORES




"Los invasores: seres extraños de un planeta que se muere.
Destino: la Tierra.
Propósito: apoderarse de ella.
¿Cómo empezó todo? Para David Vincent empezó una noche en un camino solitario, cuando buscaba un atajo que nunca encontró. Empezó con un merendero cerrado y abandonado, con un hombre tan fatigado que no podía seguir el viaje. Ahora, David Vincent, sabe que los invasores han llegado, que se han adaptado al aspecto humano. En alguna forma, debe convencer a un mundo incrédulo de que la pesadilla ha comenzado."



¡Vaya tela!
Vaya tela ser tomado por alienado en un mundo de alienígenas normalizados y también de normalizados a secas, que piensan que tú eres la excepción a la norma impuesta. Demasiado para un niño de los arrabales que no conoce aún su sitio en el mundo pero que sabe con certeza que ahí fuera, en el descampado, va a aterrizar un aparato redondo y lleno de lucecitas de donde saldrán unos tipos envarados y adustos, sin corazón, con el meñique erguido y dispuestos a desintegrarte o a desintegrarse ellos si la ocasión lo requiere.
Una serie que ni siquiera tiene final. Apenas dos años de emisión y una juguetona obsesión para siempre.

06 diciembre 2008

Oeste íntimo



Cuando los domingos eran domingos y la televisión privilegio de pocos, los niños del barrio nos reuníamos sobre las cuatro de la tarde en el club social para asistir, desde nuestras sillas de tijera, a una ceremonia casi religiosa en el que los miembros de la familia Cartwright eran los chamanes. El siempre juicioso papá Ben, el elegante Adam, el tierno y algo torpe Hoss, el simpático Joe y luego el cocinero chino que daba la nota de color a tan excitante familia. Aunque la están echando en alguna televisión autonómica, volver a ver la serie es un trabajo baldío: la magia ha muerto.


A lomos de su caballo Joe D, llegó El Virginiano al pueblo de Medicine Bow (nombre extravagante incluso para un pueblo del indómito Oeste) y descubrimos que a veces es más estimulante ser Sancho que Quijote y que, por lo tanto, nuestro héroe era Trampas y no el protagonista de desconocido nombre. Con los años te enteras de que los diferentes dueños del rancho Shiloh eran extraordinarios y maravillosos actores del Hollywood clásico (Lee J. Cobb, Charles Bickford, John McIntire, Stewart Granger etc.)


Daniel Boone fue un personaje real, un auténtico pionero que vivió a finales del siglo XVIII y principios del XIX, en el Oeste incógnito. Tan incógnito como era para nosotros la vestimenta del personaje principal, interpretado por Fess Parker (llevaba un gorro de piel de zorro y su casaca era parecida a la que usaban los indios) La acción se desarrollaba durante la revolución independentista de Estados Unidos lo que grantizaba que el contenido patriótico estaba muy presente en cada uno de los capítulos, por otra parte llenos de anacronismos.


El Oeste de Rin TinTin era un Oeste infantil trazado con colores básicos. El nombre procede de una larga serie de películas, incluso del cine mudo, que tenían como protagonista a un perro en tiempos de guerra. La serie de TV. reflejaba las aventuras de un perro y un niño en un fuerte fronterizo del Oeste en tiempos del militarismo heroico anti-indio. También se editaban tebeos sobre el personaje y su inseparable compañero que los niños leíamos con fervor.


¡Qué extraña serie era Jim West! Comedia, drama, espionaje, efectos especiales, ciencia ficción, kárate. Hoy sería una serie postmoderna que mezclando condimentos diferentes llega a texturas absolutamente personales. Jim West es un James Bond del Oeste, mientras que Artemus, su compañero, participa de las características de Q, el inventor multiusos de 007. Dadas sus peculiaridades, no es difícil entender que se haya convertido en serie de culto para paladares exquisitos.
Seguiremos otro día, con más historias de nuestra entrañable teleadicción infantil.