29 marzo 2020

Sin señales humanas visibles

Son tiempos duros y ya se sabe que en tiempos duros necesitamos héroes salvadores que nos permitan mantener la esperanza, aunque se trate de viejos oligarcas santificados por su dinero y no por sus obras benéficas ...siempre desgravables.
(Fue publicada el 22/2/2016 y la reeditó hoy, 29/03/2020, manteniéndola tal cual y sabiendo que la moda ya no es lo que era)


Centro Comercial La Sardina Astifina. 18,30 horas.
Boutique de Cons: Moda hombre
Tercer probador a mano derecha.


Carlos Rosendo Moreno Muñoz, más conocido como Carlo por sus muchos amigos y sus pocas aunque entrañables amigas, se prueba un jersey color amarillo buttercup, con cuello en U de viscosa y algodón estriados.
Va a dar el cante. Está seguro que va a dar el cante esa noche de viernes, se dice, mientras gira bailando sobre si mismo alrededor del espejo y mueve los hombros al tararear el Work Bitch de Britney Spears.
De repente, oye un aplauso y se para. Mira hacia el lado de la cortina pero permanece cerrada. Mira arriba, a la pared de la derecha y duda si enfrentarse a lo que imagina que tiene delante.
Cuando lo hace, el espejo que le refleja, también refleja en su jersey de viscosa y algodón, la imagen de una niña, quizás una chica -es dificil saberlo por sus rasgos orientales- que le sonríe abiertamente mientras palmotea con sus manos.
Carlos Rosendo Moreno Muñoz, más conocido como Carlo, está desconcertado y tras contemplar la imagen del espejo, mira hacia abajo, hacia su propio cuerpo, hacia su jersey color amarillo buttercup que será tendencia de moda en la ya próxima primavera. Está sorprendido, su jersey sigue siendo un jersey de viscosa y algodón y no tiene señales humanas visibles.
  • Hola. Hello.
Ha escuchado con estremecimiento y ahora, otra vez, mira asustado al frente. La chica oriental,  tras una atestada mesa de trabajo. le saluda con la mano alzada y una sonrisa muy dulce en la boca.
  • Hoola. ¿Cómo estás? ¿ Tú de España? Yo trabajar mucho tiempo  para señores de España in the factory y poder hablar poquito español.
Carlos Rosendo Moreno Muñoz, más conocido como Carlo, está punto de soltar un alarido. Se quita el jersey color amarillo Buttercup, con cuello en U de viscosa y algodón estriados y abandona la cabina.
Cuando pasa junto a Ruth, su amiga dependienta, le lanza el jersey encima del mostrador.
  • ¿No te gusta, Carlo? Lo escogí pensando en como arrasarías con él en la fiesta de esta noche. ¡Es tan original!
  •  ¿Original? ¿Qué tiene de original compartir mi condición de fashion victim con otras víctimas de la moda que ni siquiera saben que lo son?

08 marzo 2020

Nadie nos dijo que éramos quebradizos

Nos creíamos a salvo de cualquier zozobra en nuestras confortables torres de cristal. Todo parecía fácil, asequible, cercano a la felicidad. En cada torre habitábamos solo aquellos que habíamos merecido vivir allí. Éramos personas programadas para convivir gracias a un complejo sistema de algoritmos establecidos por los grandes consorcios informáticos. Al contrario de lo habitual en los programas de telerrealidad, no fuimos elegidos para la confrontación. Dentro de cada torre solo nos relacionábamos con afines según el perfil dibujado por nuestro baremo de actividad en Internet y después de pasar por pruebas físicas y psicotécnicas que lo confirmaban. No había disputas, no había enfrentamientos insalvables, ni siquiera añorábamos a nuestras familias naturales de las que ignorábamos su suerte. Todo parecía ideal e incuestionable y más cuando nos contaban el caos y la miseria que soportaban los inadaptados que vivían a ras de suelo.
"Pobres diablos" comentábamos en voz alta y en tono condescendiente para disimular nuestra falta de compasión. En realidad, muchos se sentían mejor imaginando el declive estrepitoso de los de abajo. El mal ajeno es un estímulo culpable pero satisfactorio para los seres ensimismados en su propio bienestar.
Nuestros sentimientos de superioridad venían reforzados por el tipo de ocio cultural que nos estaba permitido. Se había proscrito la ficción no virtuosa. La narrativa y la cultura audiovisual debían ser constructivas y sometidas a estrictos criterios morales. Los ensayos librescos, con los que nos atosigaban día y noche, debían ser aleccionadores y edificantes. La bondad debía de ser premiada, la maldad castigada sin tregua. Finalmente,  en caso de duda, había que recurrir a la autoayuda o a sesiones de autoafirmación impartidas por programadores terapéuticos especializados. 
Ya no importaba de que lugar venías, ni quien eras, ni el grupo social del que procedías, ni si eras hombre o mujer, blanco o de color, honrado o humillado, explotador o explotado. La búsqueda narcisista de la felicidad era el alfa y el omega de todo lo que constituía nuestra existencia en nuestro confortable cobijo. A salvo de extraños.
Así estaban las cosas cuando nos infectó el virus...



y rompimos las paredes de las probetas.