No lo entiendo.
Les ponen delante el book de fotos de cualquier babosa pandilla de superhéroes y la peña busca compulsivamente al tipo que, a narices, debe tener el don de marras.
- ¿Éste?
- No, éste es el que tiene una lengua que se estira como un chicle y con la que convierte en herrumbre a cualquier ser vivo que toque.
- Entonces esta señorita.
- Para nada, ésta es la Mujer Pico de Oro. De su boca, en constante movimiento, emanan fluidos en forma de palabras capaces de narcotizar a una manada de elefantes furiosos del Serengeti.
- Es cierto, por la boca muere el pez ¿pero dónde está el invisible entonces?
- En ninguna parte, no hay nadie que se haga invisible.
- ¿Querrás decir que siendo invisible no se le puede ver?
- Quiero decir que aquí no hay ninguno que tenga esa facultad.
- ¿Y tú a éstos les llamas superhéroes? ¡Venga hombre!
¿Es que acaso no han leído a H.G. Wells?
¿Es que ignoran la suerte de aquel necio engreído de Griffin enloquecido ante la prodigiosa impunidad que le ofrecía su descubrimiento? Tiernos tímidos que con vuestras mejillas vais dando color al entorno.
Lascivos voyeurs que conocéis como nadie el valor de una mirada.
Insaciables cotillas siempre alimentando el fuego de la sospecha.
Insignificantes robagallinas sobrepasados por la infamante notoriedad de los bandoleros de guante blanco.
¿Por qué os complacéis tanto ante la idea de una hipotética opacidad?
¿Por qué anheláis permanecer ocultos, velados al resto?
¿Acaso no sois conscientes de que la vida misma no es más que el tortuoso camino que lleva desde la corporeidad absoluta hasta la invisibilidad y la nada?
Pensadlo bien y os daréis cuenta: somos más cuando menos somos.
Es el feto rey en el seno de su madre y mientras crece, disfruta de las ventajas de su nueva e insultante perceptibilidad sin interferencias ajenas. Lamentablemente todo es pasajero y cuando su cuerpo se hace definitivo es expulsado del paraíso en forma abrupta y soez.
También el niño es el rey de su casa y gira su familia alrededor de su órbita, pero otro desdichado día lo empaquetan hacia el destierro y tiene que aprender a renacer buscando su sitio entre los otros monarcas en guardería o escuela.
La existencia humana es, sin duda, un proceso de disolución. Nos creemos el mito de la juventud perpetua y luego, cuando ha pasado, transitamos por el resto de la vida haciendo cabriolas para que los demás sepan que estamos ahí. Para que no ocurra lo inevitable: que ya no gustamos, que ya nadie nos mira, que ya nadie nos oye, que ya nadie nos ama.
Y si aún así, erre que erre, pretendéis ser invisibles, lo tenéis bien fácil: renunciad al trabajo, perded la cabeza o abandonad la vida. No os quepa la menor duda, gozareis de la más impenetrable y gozosa invisibilidad.
Lo percibo, lo veo.