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La montaña trágica (Kaskarilleira existencial 5)
(El resto de historias de Kaskarilleria existencial las podéis ver desde aquí)
Os diré una cosa: Sapatileira nunca me dio buena espina. Ahí tan grande, haciéndole sombra a Kaskarilleira e incluso disputándole protagonismo al Faro Mayor.
En los tiempos ominosos algunos usaban su chepa pelada para el deporte más exitoso del momento: el tiro al rojo, versión castiza de otros afamados deportes como el tiro al negro y las variedades arias: tiro al judío, al gitano, al eslavo etc...
Mucho les gustó el sitio a aquellos avezados tiradores, hasta el punto de querer prolongar su tierna camaradería armada habilitándolo para su recreo. Con sus ya conocidos modales enérgicos, desalojaron las aldeas de Sapatileira y plantaron las semillas de las que luego serían florecientes sociedades: la de tiro, el club de golf, el de tenis, la hípica, el aero-club etc...
Bajo el azul del cielo, el inequívoco azul de las camisas patrióticas iluminaba los alegres corazones victoriosos, muy lejos de la ominosa grisura de la ciudad a sus pies. Allí mismo construyeron sus nuevas mansiones interurbanas y como había espacio suficiente, las escuelas, colegios y facultades en los que luego estudiaron sus retoños.
Pasaron los años y Sapatileira se convirtió en lugar de paso para estudiantes, profesores, chachas, amantes nocturnos y yonquis. El resto solo nos acordábamos de ella cuando cada verano, invariablemente, decidía quemar sus matorrales y lanzarnos encima sus malos humos.
Todo normal, todo sabido, todo aceptado. Hasta aquel día de principios del mes de octubre. Desde entonces nada fue igual.
Los periódicos de la mañana daban la noticia con caracteres espectaculares. Aquella misma noche, algo extraño había ocurrido en Sapatileira. No serían ni las 2 de la mañana cuando un destello verde barrió la montaña de arriba a abajo, desde la cima hasta las faldas de la ladera norte que daba a la ciudad. Un grupo de guardias de seguridad de las urbanización colindante llegó a los pocos minutos. Desde lejos nada les llamó la atención, excepto los restos humeantes en la roca desnuda. Se acercaron hasta la piedra con su linternas y notaron que la pared estaba horadada con grandes cicatrices de una profundida inaudita.
Eran letras.
Enormes.
Inmensas.
Con un mensaje corto pero categórico:
"O me quitáis toda la mierda que que me habéis echado encima en el plazo de una semana, o me la sacudo yo misma. Estáis avisados"
(Firmado: Sapiteleira, la montaña trágica)
Tal es el grado de salvajismo que se ha alcanzado que hace hablar hasta a las piedras como último recurso de supervivencia.
ResponderEliminarEstá genial, Krapps.
Un beso y feliz día, Doc.
No me extraña que se rebalara, es que ya está bien!
ResponderEliminarGracias Novi, ojalá las piedras no siguieran empeñándose en mantener su mutismo ante la continua degradación de la que son víctimas o testigos.
ResponderEliminarExacto, ya está bien, Efter.Como no se rebelen pronto pasarán a especie protegida, ya que que solo las más privilegiadas, las más altas e inaccesibles, se mantendrán en pie.
Es que me imagino a Sapatileira sacudiéndose como un perro mojado, después de un baño involuntario.
ResponderEliminarSapatileira es que es así, querida Tesa, un perro mojado que encima tiene pulgas y de las malas.
ResponderEliminarAndo lejos de esos ámbitos, pero me aparto por si se la sacude y me salpica.
ResponderEliminarNo te fíes, Luis, vives en un territorio de excelsas montañas legendarias. Imagínate que se sacudiera Montjuic, el maravilloso Tibidabo o la sagrada Montserrat.
ResponderEliminarJAJAJA
ResponderEliminarA mi me ha dao risa el final.
Bueno, muy bueno.
Take it with whisky on the jazz.
I prefer on the rocks, my Royal Majesty..
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