Yo, Domingo Triste, hijo de Felicidad y Cayo Triste, chamán ayudante del pueblo yaqui en las riberas del río Yaqui que esparce sus aguas a lo largo del gran estado de Sonora, tierra del maíz, he tomado la forma de mi nagual, el águila real, para volar sobre valles, desiertos, ciudades y montañas y atravesar el mar gigante tras el que se encuentra Galicia, territorio yori que sólo he visto en sueños.
Los yoremes, así nos gusta que nos llamen, somos un pueblo altivo, independiente y orgulloso. Los yoris siempre han querido someternos. Primero con la cruz. Luego con la espada o el fusil. Luchamos y fuimos derrotados en mil batallas contra españoles, criollos, federales o revolucionarios. Expulsados de nuestra tierra, exterminados por las enfermedades, usados como esclavos en tierras extranjeras, nuestro espíritu siguió en pie y no consiguieron que olvidáramos nuestras fiestas y danzas, nuestra artesanía, nuestros modos de pesca, nuestra forma de cultivar la áspera tierra que nos proporciona soya, cártamo, alfalfa... Defendimos nuestra esencia espiritual con la misma fuerza con que ustedes protegen sus posesiones materiales o sus ambiciones secretas.
Poco quedó todo aquello. Lo que no consiguió la espada y el fusil lo consiguieron la lupa, la pluma y la plaga asesina del turismo. En los libros fuimos estudiados, analizados, clasificados y convertidos en una nueva esperanza para la agonizante espiritualidad blanca. Llegaron los jóvenes rebeldes con sus flores mustias y sus melenas lacias, buscando algo a lo que llamaban paraíso. Más tarde los comerciantes, vendedores de baratijas y falsos tesoros, atrajeron a los turistas ávidos de aventura, y con ellos llegó el oro fácil, el alcohol y la droga. Algunos de los nuestros, ambiciosos del lujo blanco, han acabado hacinados como ganado en barrios marginales y polvorientos. Las viejas danzas que nos hacían entender la belleza del mundo, se han convertido en mascaradas patéticas para consumidores de exotismo en viaje de vacaciones. La desesperanza reina y sólo nosotros, los chamanes, somos depositarios de la vieja sabiduría.
Y ahora yo, Domingo Triste, ayudante del gran chamán Lengua Oscura, hago el viaje de vuelta. Me espera ese territorio verde, húmedo y fértil que llevo tantos años vislumbrando en mis sueños. Una noche tuve una pesadilla en la que vi como todo ese mundo verde y feraz desaparecía en un torbellino de humo, oscuridad y angustia. Al día siguiente, recibimos una visita. Se solicitaba nuestra ayuda ante un desastre previsible. Era más allá del mar. Supe al momento que aquel territorio era el de mi sueños. Ahora el nagual, mi espíritu en forma de águila real devoradora de serpientes, me lleva por los cielos cara a mi destino. Alli podré usar las palabras mágicas que provocan la lluvia y espantan al fuego que mata la vida. Pocas cosas llevo: algo de ropa, un cuaderno con oraciones, la palma de plumas, la sonaja de calabaza que atrae a las aguas del cielo y sobre todo, mi voluntad de poder.
Los yoris vinieron a nosotros para cambiarnos. Quizás nosotros podamos cambiarlos a ellos y hacer que olviden su necedad tiránica y asesina.