04 abril 2006

¿Quién teme al feroz predicador?

A nuestros queridos bienpensantes -por favor, no más esa horrorosa expresión de “políticamente correctos”- nunca les han gustado los cuentos de hadas. Ellos, proteccionistas filántropos por antonomasia -especialmente de los grupos que no lo necesitan o si lo necesitan, es de otra manera- se asustan al pensar en el efecto nocivo del Hombre del Saco, El Sacauntos, la Bruja Piruja o el Ogro Tragaldabas. Es verdad que muchos especialistas han resaltado los valores de los cuentos clásicos en la educación infantil; pero ellos, a pesar de todo, no pueden librarse de ese molesto comecome que les sugiere, desde el tabernáculo de su azotea, la idea de que las mentes infantiles son territorio fértil y propicio para toda clase de perversiones. La Noche del cazador (The Night of the Hunter, Charles Laughton, 1955), es el pluscuamperfecto cuento de hadas del Hollywood clásico. En un universo de westerns en cinemascope, peplums suntuosos, melodramas coloristas o oscurísimas películas de cine negro, se presenta como una rara avis; una pieza de orfebrería inusual y extraña que rompe los moldes ortodoxos de la política de géneros. ¿Cómo no recordar a ese ogro depredador mataseñoras vestido de reverendo bajo los pétreos rasgos de Robert Mitchum? ¿Cómo no asombrarse de ese mágico viaje nocturno de los niños a través del río? ¿Cómo no sentirse protegido por Lilian Gish, eficiente mamá gallina? 
La película es una llamada a nuestras sensaciones más primarias, las que surgen de las capas más profundas de nuestro cerebro y como tal, se nos presenta como una reflexión sobre la psicología humana mucho más auténtica que los mamotretos psicoanalíticos tan de moda en el cine de la época. 
Imágenes que reposando tan abajo, perviven para siempre. Lo mejor que puede ofrecer el mejor cine.

1 comments:

  1. No sé por qué, pero me recuerda a esa escena de "El espíritu de la colmena" donde aparece una escena de "El monstruo de Frankestein".
    Saludos desde Raticulín

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