- Nadie antes me había acariciado el lomo con la delicadeza con lo que lo haces tú, mi dulce Hilaria.
- Venga, eres un zalamero... ¿A saber cuantos te han tocado durante los 515 años que has pasado de mano en mano?
- En serio, Hilaria. Como tú, nadie.
- Eres un un viejo verde muy pillín. Conozco tu historia bibliográfica al dedillo y es difícil que puedas engañarme. ¿Qué me dices de la Marquesa de Carabás? En su tiempo y aún siendo una mujer hermosa, era amante de los libros; como demuestra su muy rica biblioteca en la que tú, incunable mio, ocupabas un lugar privilegiado.
- Esa es una leyenda urbana, como decís ahora. En realidad, era una cuasi analfabeta hija de tenderos que compraba libros para presumir y darse el pote, en plan cutre Pompadour, ante sus pedorras amigas dieciochescas. Sus únicos amantes eran los mozos de cuadras con los que se acostaba para excitar el morbo del marqués.
- ¿Y el Conde de Villameada? Ese fue tu primer propietario.
- Por favor, Hilaria. Ese era un pájaro de mal agüero. Te voy a contar un secreto, pero por favor, no lo publiques en una de esas horrendas revistas de bibliofilia que tanto te gustan. El conde practicaba el vicio nefando con el impresor alemán que me fabricó. Es decir: eran amantes.
- ¡Qué escándalo! ¿Estás seguro?
- Y tanto ¿Por qué crees que el conde gastó una fortuna en promover la impresión de un maloliente manuscrito lleno de falsedades escrito por su bisabuelo, un condestable majara y medio salvaje que no rascó bola en su puñetera vida? Pues simple y llanamente, y perdona la ordinariez mi princesa bibliofílica, para follarse al impresor.
- Pero de ahí salisteis tus hermanos y tú, mi hermoso pimpollo. Mi lindo tesoro bibliográfico.
- ¡¡Ayy Dios!! Cuando me dices esas cosas se me ponen cachondos los caracteres. Las redondas se me hacen cursivas y las mayúsculas amenazan con salirse de la página. Te quiero, Hilaria. Ráptame y huyamos lejos de esta mugrienta biblioteca. Vayamos a un mundo donde nuestro amor no encuentre barreras.
- Lo nuestro no tiene solución, incunable de mis entrañas. ¿Qué sería de mí sin mis hijos, los libros? A su estudio y análisis he dedicado toda mi vida. He sacrificado emociones, sentimientos e incluso he pospuesto sine die mi volcánica sexualidad.
- Deja esa morralla libresca y huye conmigo. No te conformes con ser una grasienta y monjil erudita de gafas culo de vaso y piel cerúlea. Dale vía libre a tu fetichismo y sácame de esta gaveta que me mortifica.
- De acuerdo,quizás sea mi última oportunidad. ¡¡¡Huyamos juntos, y que San Benito de Nursia nos proteja!!!
Qué más
Hace 14 horas
Muy bueno; quedamos a la espera de ver lo que pasa con estos dos.
ResponderEliminarSaludos
Bataille
¡ Como se carga la leyenda de tantos incunables a los que se les tiene una adoración desmedida, incluso sabiendo que la historia que nos han legado sobre ellos es mentira !
ResponderEliminarAl final el amor a los libros es un patraña, como todo.
Desmitificar con sarcasmo, una buena idea, siempre. Aunque lo han intentado otros.
La cultura libresca y sus trampas. Y los eruditos y sus bajas pasiones.
Y esas bajas pasiones camufladas bajo la palabra impresa.
Y la represión ¿elegida? de una casta bibliófila, tentada y rendida al fin por una pasión verdadera, aunque reticente a vencer sus múltiples dudas ante la pérdida de la magnifica reputación con que goza su castidad.
Apariencias eruditas, en suma. ¡ Muy bueno, si señor!.
Este sarcasmo no representa ningún peligro para la bibliofilia, ya que no está reñida con la pasión. O no debería.
Y además ¿quién es quién de poner precio a un pasión? ¿Para que quitar el caramelito al que ha hecho de su disfrute un único objetivo vital? ¿Somos dioses acaso? Es tan fácil ver el mundo desde los cielos nublados del escepticismo que a veces no reparamos en el absurdo de nuestra propia soberbia.
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