Me quedo adormilado ante las pantallas de contar mentiras y al apagarlas, entresaco un libro grueso de la barricada de ficción que he puesto como parapeto. No soy ingenuo, sé que la realidad se filtrará insidiosa por cualquier parte, pero hay que matar el tiempo, antes de que el tiempo te mate a ti.
Se trata de un bestseller de moda. Típica historia criminal con su pareja mixta de policías audaces. Ella, una chica lista con un inabarcable y tortuoso mundo interior. Él, un coloso buenazo y simplón. El nuevo código en boga ha redistribuido viejos roles de género sin plantearse si eran imprescindibles. Hay que vender y no hay nada que venda tanto como el sentido de identidad.
La historia comienza con su punto sádico, tras la aparición de los típicos cadáveres vejados, maquillados y colocados de forma estrafalaria por la tortuosa mente criminal de un "serial killer".
- ¿Otra truculenta novela nórdica? ¿Otra morbosa secuela de Seven o de El silencio de los corderos? me pregunto en modo cansino.
El detective de la historia no es nada espabilado; pero ella, con su mente prodigiosa, va acumulando pistas que prefiere resguardar tras una enigmática sonrisa autosuficiente.
Llegan mis primeros bufidos.
- Esto ya me lo sé de antes.
Sigue la historia. En el capítulo tercero han secuestrado a la hija del gran magnate. Pobre chica, en dos o tres episodios es reducida de forma violenta para luego ser arrojada a una lúgubre y húmeda celda donde apenas puede ponerse de pie. Tiene miedo a lo que le puede pasar, pero también a la tenebrosa oscuridad, a su inacabable dolor físico y a esa infame soledad que no se parece a nada que haya experimentado en su vida de niña rica. Está pasándolo mal, pero yo me aburro y lanzo un bostezo antes de seguir leyendo.
- ¿O sea que te aburre mi sufrimiento?
Me estremezco, acabo de leer la frase en un convencional libro de papel, no en una pantalla interactiva.
- Contéstame, Fiz Arou, ¿te aburre mi sufrimiento?
Tiro la silla del despacho y corro hasta la mesilla de noche donde guardo la pistola. Pertrechado con ella, llego hasta el libro y apunto con el arma.
- ¿Quién ha escrito eso?
- El autor, yo solo soy su personaje.
- No tiene sentido que un personaje de novela sepa mi nombre.
- No sé lo que pretende mi autor, pero sí que tú estás más informado que yo y puedes ayudarme. Pásate por algún otro capítulo y diles a los que me están buscando donde pueden encontrarme. Ayúdame a salir de aquí.
- ¿Por qué iba hacerlo? No soy el único que te lee
- Solidaridad entre detectives. Tú eres uno de los más afamados y me estás leyendo desapasionadamente.
- Pero no puedo intervenir en una obra ajena, no puedo desautorizar a quien te ha hecho. Solo he cogido el libro para leer una historia policiaca, no puedo modificarla a mi gusto.
- El autor te lo permite desde el momento en que incluye esta conversación en su propio texto.
- Suponiendo que sea el autor real y no haya otro autor detrás escribiendo sobre todo esto. Quizás sea otro el que escribe sobre ti, sobre tu autor y sobre mí.
- Me estás dando la razón, si los dos somos personajes de ficción podemos colaborar juntos. Ponte en contacto con los que me buscan en esta historia, porfa.
- No sé si fiarme de las intenciones de ese posible autor que está detrás del tuyo, también puede ser un personaje de ficción pensado por otro autor anterior y así sucesivamente hasta llegar hasta el último autor de todo. Lo siento, es mucho para mí, no quiero quedar atrapado en esta historia.
Cierro el libro, me limpio el sudor de la frente, guardo la pistola en su sitio y me prometo empezar a cenar ligero y dejar de leer a Borges durante una buena temporada.
(Capítulo 55 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)