La cola era inmensa, llegada de todas partes, y se alargaba a través de la estrecha escalera de caracol de 234 escalones. Formaban grupos de quince personas que tras ser vacunadas, bajaban a la rotonda interior esperando que subieran otras quince. Así sucesivamente. Todas estrechamente vigiladas. Todas enmascaradas debajo de sus mascarillas de máxima protección. Todas creyéndose importantes e imprescindibles. Con demasiados argumentos de mierda para justificar su descaro. Abajo, sus chóferes, asistentes y guardaespaldas les esperaban cerca de sus vehículos para llevarlos raudos a sus privilegiados destinos.
Yo, Fiz Arou, sabía la verdad y tenía que hacer algo. Xoros y Gueiss eran individuos maléficos que estaban introduciendo microdrones en el corriente sanguíneo de los incautos gerifaltes para ser manipulados y teledirigidos. No tenía dudas sobre la condición ventajista de estos miserables, pero aunque merecieran pasarlo putas por su desvergüenza, me preocupaba el daño que le podían hacer al resto de la gente siendo vasallos de los genios del mal. No era bueno que esos descerebrados con mando sirvieran a tan peligrosos amos.
El doctor Krapp con su habitual displicencia, me ofreció una solución."Este es un aerosol con un poderoso agente químico. Si no fueras un rudo detective te diría su composición, pero dada tu natural ignorancia, ¿de qué serviría? Quédate con que lo he llamado N.M.C. Con eso te basta" "No me basta, ¿dígame que significan esas siglas?" "Está bien, capullo, te lo diré. Significan No me Molan las Conspiranoias. ¿Te lo deletreo?" "Vale, déjelo así" "Llevarás una canana como si fueras un revolucionario mexicano y en cada compartimento un espray para usarlo cuando se vayan agotando los otros." "¿Cuándo empiezo?" "Esta misma noche. Será a partir de las 12 cuando los tipos que ya recibieron la primera dosis, recibirán la segunda y definitiva" "¿Algo más?" "Sí, no la cagues".
Lo que pasó luego lo recuerdo entre brumas. No sé como llegué hasta la explanada de la torre tras liquidar a golpe de flissshhh al grupo de zombis que vigilaban el entorno. Yo era ya una pesadilla en movimiento que azotaba la noche. Al llegar con un aerosol enhiesto en cada mano a la zona donde estaban los asistentes y guardaespaldas, hubo espantada. Los gritos, los motores arrancando, las carreras a campo a través. En pocos minutos volvió la calma y yo me dirigí sin precipitarme a mi destino final. Recuerdo que subí la escalera de caracol con cierta tranquilidad, apartando a unos y a otros. Un alcalde me quiso golpear con su bastón de mando y le di un trompazo poco doloroso. Un obispo con clergyman me lanzó un rosario y lo esquivé sin problemas. Llegué arriba, lancé una patada a la mesa de líquidos y agujas, aparté a cuatro pacientes y esparcí mi matarratas contra media docena de zombis con el éxito previsto. Sabía que los dos genios del mal se habían refugiado en el cuarto del farero e hice el gesto de sacar los dos últimos aerosoles de la canana para abrir la puerta y rematar la faena. Sin embargo, mi brazo no llegó a su destino. Tropezó con el vaso con agua de la mesilla que acabó volcado en el suelo. El mudo despertador y el libro de comics fueron testigos de la caída de su compañero de mesa y de mi torpeza. Montando la bronca habitual, pasaba por la calle el camión de la basura. Sentí que me podían recoger con ella.
(Capítulo 53 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)