Nadie sabe el motivo.
Nadie se puede explicar como seres perfectos viviendo en un mundo perfecto, decidieron bajar a la tierra para enfangarse habitando entre nosotros, prisioneros en la caverna platónica.
Nadie se puede explicar como seres perfectos viviendo en un mundo perfecto, decidieron bajar a la tierra para enfangarse habitando entre nosotros, prisioneros en la caverna platónica.
Nadie entiende a los Benditos.
¿Serán acaso descendientes de aquel grupo de plumíferos engreídos expulsados de las instancias celestiales cuando el Divino Hacedor decidió hacer limpieza?
No lo sé, los que yo conozco más bien suelen presumir de su condición laica y no parecen bien dispuestos hacia las zarandajas "divinidosas".
Por preferir seguro que prefieren acogerse a la estirpe de Prometeo, aquel pícaro ladrón capaz de desafiar a Zeus convirtiéndolo en un patético tuercebotas tras arrebatarle el fuego divino delante de sus propios morros. Ese fuego que luego el granuja repartió dadivosamente entre nuestra precaria comunidad terrícola.
Prometéicos o caídos, el hecho cierto es que los Benditos se han acostumbrado a nuestras costumbres. Se han mimetizado de tal manera, que solo una mirada atenta y especializada puede descubrir que aunque comen, duermen, follan, chacharean y mueren como nosotros, son radicalmente de otra especie.
Sé que a estas alturas muchos os estaréis mordiendo las uñas, ansiosos por saber si pertenecéis o no a esta raza extraterrestre y huir así de vuestra repelente condición humana.
Olvidaros del tema, los Benditos llevan implícito el conocimiento de su propia naturaleza y de los que son sus iguales. Por lo tanto, no os extrañe verlos siempre tan orgullosos, tan seguros de si mismos.
Ellos son y se sienten perfectos. Tienen ideas perfectas. Y su inapelable perfección les induce a pensar y actuar en cada momento de la forma más adecuada y plausible.
Mientras que tú eres un lamentable fracaso de la evolución y vives apegado a una realidad que te condiciona haciéndote vulnerable y estúpido, los Benditos están siempre como unas pascuas, como recién salidos de una ducha larga y reconfortante, con una recetita a mano que dará una condescendiente respuesta a tus necesidades, angustias y caprichos.
Lo cierto es que tus vacilaciones te ponen en evidencia y si tuvieras dos dedos de frente deberías imitar a los benditos para no quedar como un necio patán, un chisgarabís dubitativo e inconsciente y por tanto justo merecedor del rechazo, el desprecio y la majestuosa indiferencia de semejantes seres superiores.
Sí, amigos, no penséis nunca que la hostilidad de los Benditos es fruto de su altivez, de su orgullo, de su clasismo, de su falta de sentido práctico o de su indomable soberbia. Lo que ocurre es que su excelencia os coloca a vosotros en vuestro verdadera madriguera, la que os corresponde como aborígenes terrícolas infectados de piojosas flaquezas humanas.
Marcan las distancias sí, pero porque ellos proceden del mundo de las ideas puras, de las ideas sin mácula, y vosotros no dejáis de ser unos pobres pelagatos, esclavos de vuestras emociones primarias y de la repugnante realidad a la que adoráis tanto que os hace olvidar que el paraíso está en donde moran las bellas teorías imposibles.
Ellos hablan de Libertad, de Belleza, de Justicia y vosotros solo sabéis balbucear conceptos inconexos y ridículos que son el único fruto que puede producir vuestra adocenada vida mediocre.
Es evidente que para esta élite, selecta y clarividente, la mayoría sobramos y les gustaría prescindir de nosotros en sus íntimos anhelos.
Pero nos necesitan.
Nos necesitan para que hagamos bulto y seamos su auditorio de aplaudidores.
¿Serán acaso descendientes de aquel grupo de plumíferos engreídos expulsados de las instancias celestiales cuando el Divino Hacedor decidió hacer limpieza?
No lo sé, los que yo conozco más bien suelen presumir de su condición laica y no parecen bien dispuestos hacia las zarandajas "divinidosas".
Por preferir seguro que prefieren acogerse a la estirpe de Prometeo, aquel pícaro ladrón capaz de desafiar a Zeus convirtiéndolo en un patético tuercebotas tras arrebatarle el fuego divino delante de sus propios morros. Ese fuego que luego el granuja repartió dadivosamente entre nuestra precaria comunidad terrícola.
Prometéicos o caídos, el hecho cierto es que los Benditos se han acostumbrado a nuestras costumbres. Se han mimetizado de tal manera, que solo una mirada atenta y especializada puede descubrir que aunque comen, duermen, follan, chacharean y mueren como nosotros, son radicalmente de otra especie.
Sé que a estas alturas muchos os estaréis mordiendo las uñas, ansiosos por saber si pertenecéis o no a esta raza extraterrestre y huir así de vuestra repelente condición humana.
Olvidaros del tema, los Benditos llevan implícito el conocimiento de su propia naturaleza y de los que son sus iguales. Por lo tanto, no os extrañe verlos siempre tan orgullosos, tan seguros de si mismos.
Ellos son y se sienten perfectos. Tienen ideas perfectas. Y su inapelable perfección les induce a pensar y actuar en cada momento de la forma más adecuada y plausible.
Mientras que tú eres un lamentable fracaso de la evolución y vives apegado a una realidad que te condiciona haciéndote vulnerable y estúpido, los Benditos están siempre como unas pascuas, como recién salidos de una ducha larga y reconfortante, con una recetita a mano que dará una condescendiente respuesta a tus necesidades, angustias y caprichos.
Lo cierto es que tus vacilaciones te ponen en evidencia y si tuvieras dos dedos de frente deberías imitar a los benditos para no quedar como un necio patán, un chisgarabís dubitativo e inconsciente y por tanto justo merecedor del rechazo, el desprecio y la majestuosa indiferencia de semejantes seres superiores.
Sí, amigos, no penséis nunca que la hostilidad de los Benditos es fruto de su altivez, de su orgullo, de su clasismo, de su falta de sentido práctico o de su indomable soberbia. Lo que ocurre es que su excelencia os coloca a vosotros en vuestro verdadera madriguera, la que os corresponde como aborígenes terrícolas infectados de piojosas flaquezas humanas.
Marcan las distancias sí, pero porque ellos proceden del mundo de las ideas puras, de las ideas sin mácula, y vosotros no dejáis de ser unos pobres pelagatos, esclavos de vuestras emociones primarias y de la repugnante realidad a la que adoráis tanto que os hace olvidar que el paraíso está en donde moran las bellas teorías imposibles.
Ellos hablan de Libertad, de Belleza, de Justicia y vosotros solo sabéis balbucear conceptos inconexos y ridículos que son el único fruto que puede producir vuestra adocenada vida mediocre.
Es evidente que para esta élite, selecta y clarividente, la mayoría sobramos y les gustaría prescindir de nosotros en sus íntimos anhelos.
Pero nos necesitan.
Nos necesitan para que hagamos bulto y seamos su auditorio de aplaudidores.
Para
que nuestras limitaciones contrasten con su prodigalidad.
Para que
nuestras sombras hagan resplandecer su luz.
Para poder seguir
reconociéndose entre ellos. Haciendo grupo.
Formando una piña
inasequible y pura que contrasta vivamente con nuestra
despreciable impureza humana.
¿Te has enterado, pringado?