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¿O sea que te han dicho que vivir de rodillas es degradarse?
¡Qué sabrán ellos! ¿Acaso nos quejamos?
Los que mandan deben tener buenas razones para obligarnos a adoptar tal postura y nosotros lo que debemos hacer es obedecer sin pretender entenderles, sus buenas razones tendrán. En vez de patalear como idiotas llorando por los derechos perdidos deberíamos disfrutar de la situación y sacarle todo el provecho posible.
Por ejemplo, ahora hay más igualdad, ya que en esa posición las diferencias de altura son menos relevantes.
Es cierto que no poder conducir nos fastidia un poco, pero a cambio tenemos menos contaminación ambiental. Ahora por ejemplo, los transportes públicos apenas son necesarios; nos costaría un mundo llegar a ellos y la gente siempre prefiere quedarse en casa cuidando de la familia y de las plantas, que vienen a ser lo mismo.
Hacemos muy poco deporte, debemos reconocerlo. Un poco de natación - hemos inventado un estilo nuevo pero implica cierto riesgo de ahogamiento -, alguna partida de ajedrez, las cartas, el parchís, el dominó. Sin embargo es un alivio habernos librado del forofismo que siendo la salsa de las viejas competiciones generaba muchas broncas entre la gente.
De hecho, si hubiera conflictos importantes, la cosa se pondría complicada. Somos occidentales civilizados y hemos descartado el sistema de resolver nuestras disputas a garrotazos en plan Goya. Tampoco podemos correr para escapar, ni tomar carrerilla para acometer a nuestros rivales. Solo nos queda hablar y hablar y hablar hasta que alguien se queda roque, dormido sobre la alfombra. En nuestro mundo triunfa siempre el parlanchín, el que tiene más pico, pero eso también pasaba antes cuando vivíamos erguidos.
¿Qué hacemos cuando alguien se sobrepasa? Muy fácil, le obligamos a estar a cuatro patas. ¿Crees que no es mucho castigo? Se ve que no sabes lo que jode esa pequeña diferencia cuando vives entre gente arrodillada pero que puede mover las manos.
Ahora con esta recobrada lentitud hemos vuelto a disfrutar de la naturaleza, de los paisajes y de eso que llaman los cursis “las pequeñas cosas”.
Somos más prósperos, tenemos menos dinero y menos posibilidades para gastarlo.
Nos hemos librado de las grandes palabras, de los grandes conceptos y tenemos una única ilusión: volver a estar erguidos algún día.
Si lo piensas bien nuestros benefactores fueron justos con nosotros: o nos dejaban sin nada permaneciendo de pié o manteníamos nuestros pequeños privilegios estando de rodillas. No había elección.
Al principio fue un poco bochornoso, es verdad, pero ahora todo va sobre ruedas y si nos sabemos comportar han dicho que serán generosos. Quizás nos devuelvan los zapatos y nos quiten las cadenas que aprietan nuestros tobillos.
Estamos aliviados. Hemos conservado nuestro estatus porque seguimos siendo humanos.
Casi te diría que somos unos privilegiados.
¿Verdad que somos unos privilegiados?
Nadie quiere decirlo. Nadie tiene el valor de expresarlo con la suficiente
claridad. Es como si hubiese un miedo soterrado a manifestarse con
franqueza en un tema de tanta enjundia.
Un tema que se convierte en
plaga bíblica en campos y ciudades. Pequeñas villas y pueblos grandes. Ciudades durmientes de heroico pasado y urbes medianas con pretensiones de grandeza
futura.
También es propio de grandes ciudades, pero su efecto pernicioso se
diluye ante la necesidad de mantener el pellejo a buen recaudo en un entorno
hostil y malsano.
Me estoy refiriendo a la dañina plaga de los figurones. Seres fastidiosos formada por hordas de engolados ciudadanos en busca de reconocimiento ajeno sin reparar en medios y fines.
Los hay inofensivos, esos que se reúnen en manada a la media tarde en lugares concurridos para cazar incautos e inocularles el veneno de sus conocimientos
mundanos. Saberes adquiridos con la única finalidad de atosigar a sus
víctimas, atraparlas en su pegajosa red de nimiedades y reducirlas a condición subhumana.
- ¿Cómo es
posible no conocer a fulanito de tal, no haber comido en el restaurante
cual, no haber viajado allá o no haber visto nunca aquel otro?
- ¿Cómo es posible no pensar lo que hay que pensar, no decir lo que hay que decir, no sentir lo que hay que sentir?
Luego están los otros, los figurones mayores, protagonistas indecentes en todos los eventos de postín. Empeñados en arrimarse en donde bulle el mundo, no porque les importe un carajo que se agite - por ellos como si explota - si no porque son polillas narcotizadas por la brillantez de luces ajenas a las que se arriman con vocación suicida.
Una cohorte indecente de pelotas, arribistas, mayordomos, groupies, seminaristas, bufones, activistas, artificieros, consejeros, profesores y gente de mal vivir apostada allí donde el poder se asoma o donde puede asomarse. Pertinaces y camaleónicos saben camuflarse entre la gente decente - entre los buenos profesionales o los verdaderos entusiastas de ésto y aquello - y luego cuesta un mundo descubrir su hueca condición mutante. Su vacía y artificiosa condición.
Sí, amigos, la de los figurones es una pandemia universal que la OMS - inventora de tantos males según dicten las farmacéuticas - no ha querido identificar a pesar de corroer todo el tejido social.
Puede que la entronización de
cocinillas con firma, teóricos de la nada, novelistas rancios, tertulianos viscosos, cortesanas de luxe, periodistas mercenarios, costureros engreídos, presentadores matones, asesinos
de toros y demás ralea obedezca a un equivocado plan de reclutamiento por parte de nuestros gobernantes para tenernos entretenidos. Si es así que lo dejen. Experimenten con otras cosas. Uno no sé divierte cuando le dan a elegir entre el asco y el tedio.
Lo importante es saber si podremos salvarnos.
De si tendremos el coraje suficiente para hacerles frente.
De si podremos sobrevivir a estos ladrones de cuerpos, a estos ladrones de
almas, sabiendo que conviven con nosotros, que son como nosotros y que están al acecho de nuestra más leve debilidad.
¡Intentémoslo al menos!
Os invito pues a crear conmigo un Comite de Damnificados por las Insidias de los Figurones
que establecerá estrategias de lucha para defendernos de su maquinaciones y nos
llevará, sin ningún género de duda, a un amanecer de confianza y libertad.
Yo, por mi parte, no pondré reparos en capitanear la lucha.