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Al niño le gusta hacer el mono en el pasillo de su casa. Sus
papás, tan modernos, lo han enviado a un curso de expresión corporal.
El
niño, ahora inexpresivo, hace redobles golpeando con sus manos una caja
de cartón. Sus papás, siempre diligentes, lo han matriculado en el
Conservatorio.
El niño odia el solfeo, pero corre y da saltos por el parque. Sus papás, bien dispuestos, lo han inscrito en el club de atletismo.
El
niño agotado, solo quiere pintarrajear hojas de papel con su caja de
colores. Sus papás, siempre atentos, le obligan a ir a clases de
plástica.
El niño ya no pinta nada, está quieto y tiene miedo de moverse. Sus papás, muy preocupados, lo llevan al psicólogo.
(Lo escribí en el 2008, pero tenía interés en publicarlo de nuevo con ligeros retoques, porque todo va a peor)
Tenía que hacerlo.
Debía esconder mi última duda en el lugar más impenetrable de mi mente para ponerla a salvo de los militantes de la Verdad Absoluta.
Tiempos oscuros.
Disputaron el poder en dos bandos supuestamente enfrentados pero era mentira, el Partido de los Verídicos y el Partido de los Auténticos se pusieron de acuerdo para gobernar en coalición y erradicar juntos los “cuestionamientos individualistas peligrosos”.
El decreto gubernamental fue concluyente: en el plazo de un mes los
ciudadanos tendrían que desprenderse de sus dudas perniciosas.
Miembros del "Comite Local para el Exterminio de Dudas Tóxicas, Maniáticas y Obsesivas" (CLEDTOMANO) habían colocado en las calles contenedores de color zafiro, para que los ciudadanos se desprendieran de sus incertidumbres inadecuadas. La sede del Cuerpo Oficial de Sacerdotes Calibradores de Dudas (COSCADA),
se abarrotó con inmensas filas de ciudadanos ansiosos de que les informaran si sus incógnitas eran tóxicas o livianas, amenazadoras o amigables, pasajeras o permanentes.
Nadie pensó que algo tan nimio causaría tanto dolor.
La población se
despidió de sus dudas como si las enviaran a la guerra. Estallaba el llanto en
los ojos de los más ariscos y la tristeza danzaba sobre la muchedumbre.
Yo también me fui desprendiendo de las mías, pero cuando llegue a la
última, titubeé. Por entonces empezaba a correr el rumor de que enormes
camiones nocturnos transportaban nuestras dudas a siniestros campos de
exterminio.
Me dio pena aquella última duda tan pequeña y vulnerable. Me había sido fiel durante muchos años y seguía tan fresca y lozana como el primer día.
Ahora sigue conmigo. Tierna, íntima y clandestina.
La alimento con lo que puedo y sé que le entregaría mi alma si me la pidiese.
No puedo dejar que desfallezca. Es cuestión de vida o muerte.
Mientras ella viva, viviré yo.