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Pevertino le debía su fortuna a aquella bala que no quiso matarle y cuyo casquillo llevaba en un collar colgado al cuello.
Aquella bala que agarraba con fuerza cada vez que temía convertirse en la gimoteante escoria que había sido antes de oír su tenue silbido rozándole la oreja.
El silbido de la bala que le salvó la vida y le hizo escritor de fortuna.
Escritor de fortuna, le gustaba el título. Como los viejos capitanes de fortuna, los condottieri, que guerreaban en los principados italianos soñando con riquezas infinitas o con acabar gobernando un pequeño territorio inconquistable.
Ahora gobernaba un pequeño territorio conquistado. Una ínsula barataria donde dictaba las normas y era supremo hacedor. Un tipo implacable subido al púlpito de su columna semanal para castigar
incompetencias, denunciar facinerosos o dar consuelo a los fracasados. Sí, aquella bala le quitó los miedos y le hizo rico, influyente y famoso.
No era un iluso, era rico, influyente y famoso pero también un novelista de mierda. Puro baratillo para atraer al populacho mal alimentado. Burdos folletines del tres al cuarto en decorados históricos de cartón piedra. Una cuadra de personajes previsibles y simplones: el héroe canalla y valiente, la vampiresa atractiva y misteriosa, el amigo cobarde y gracioso, el seboso y mezquino villano, la inocente chica y de vez en cuando alguna de esas figuras solemnes que aburren los libros de historia.
Nunca pasaría a los libros de historia; lo suyo era basura; pero gracias a ello ahora estaba subido en el dorado trono de la opinión pública dictando sentencias morales en vez de arrastrarse comiendo barro por las trincheras de corresponsal de guerra y llevando los huevos de pajarita.
Hasta le habían nombrado miembro de la Academia.
Quizás para airear el santuario de momias.
Quizás para mejorar la biodiversidad entre el rebaño de acémilas.
Quizás por tener cerca a un macho de poderosos puños que defendiese la entrada al Parnaso de la iniquidad de la chusma.
No, nunca entraría en el Parnaso; porque siendo un macho de poderosos puños haciendo novelas de mierda y dictando sentencias morales que le otorgaban el gobierno de un pequeño territorio conquistado; no tenía la clase de poder que el silbido de la bala que le rozó la oreja le hizo creer.
Aquella bala que no quiso matarle, no le otorgó la gloria eterna.
- Señores, les ruego que sean breves. Jesús está cansado después de estos días de ajetreo en Jerusalén y está noche tenemos reunión de la Ejecutiva.
- ¿Será en una cena, verdad, Maestro?
- Sí, será en una cena.
- ¿Y va asistir Judas Iscariote?
- ¿Por qué no iba a hacerlo? Es nuestro encargado de logística.
- Porque esta mañana se le vio yendo al Sanedrín, siendo público y notorio que dirige una corriente muy crítica con su labor como líder.
- En concreto, le acusa de haberse moderado y ser demasiado complaciente con la ocupación romana. Además dice que es muy personalista, que no delega y que excepto en el caso de los Zebedeos, es poco amigo de la participación de los demás discípulos en la toma de decisiones.
- ¿No estará, este Iscariote, negociando con las autoridades a sus espaldas?
- Esos son infundios sin sentido. Jesús es nuestro líder natural y además siendo hijo de quien es no podría ser de otra manera.
- Queremos hablar con el Maestro y no con usted, Simón. ¿Qué tiene que decir al respecto, Jesús?
- Simón es ahora Pedro y sobre esa piedra edificaré mi iglesia.
- No le preguntamos por su iglesia ni por Simón Pedro, hablamos de Judas Iscariote.
- Reconózcalo, Jesús. Empieza a haber disensiones entre sus partidarios. ¿El cristianismo se desangra o es una crisis de crecimiento?
- Dicen que se desangra y todavía no han visto nada.
- Conteste a las preguntas ¿qué hacía Judas esta mañana yendo al Sanedrín? ¿Los seguidores de Jesús conversan ahora con la casta social y política a la que tanto se ha criticado?
- Mi reino no es de este mundo.
- ¿No es de este mundo? ¿Entonces, por qué usó la violencia con los mercaderes que deben ganarse el sustento en éste?
- ¿No es el suyo un mensaje falsamente pacifista ya que dice a cada uno las cosas que quiere oír?
- ¿Acaso hay negociaciones secretas con los seduceos y los fariseos siendo Judas el intermediario?
- ¿Y los zelotes? ¿Siguen siendo financiados y apoyados por ese grupo terrorista?
- ¿Qué pensarán ahora de su cercanía al Sumo Sacerdote y su indiferencia con los romanos?
- Jesús, Jesús...no se vaya. Tenemos muchas preguntas que hacerle.
Entonces Jesús se apartó de las muchedumbres, de la prensa y de sus discípulos. En un aparte mirando al cielo, exclamó:
- ¿ Padre mío, es éste el cáliz que me tenías preparado o es solo el aperitivo del que tomaré después?
- Es usted el último descendiente vivo de su tío, por eso he pensando que sería la persona más adecuada para ayudarme a introducir algunos datos biográficos para completar mi tesis doctoral.
- ¿Está escribiendo una tesis sobre ese fulano? No pierda el tiempo, hay gente más interesante en el bar de la esquina.
- Demasiado tarde, llevo cinco años dedicados al estudio exhaustivo de su obra. Creo que se ha cometido una enorme injusticia con su figura. Mi estudio pretende sacarlo de la penumbra para ponerlo en el lugar luminoso que le corresponde.
- El lugar que le corresponde es la nada y mejor atado con unas buenas cadenas para que no pueda salir de allí.
- Entiendo su postura. Convivir con un escritor de tanta enjundia debe ser difícilmente soportable. Las personas como su tío suelen ser seres huraños, quisquillosos, introvertidos. Se entregan a su arte de una forma monomaníaca, lo que les impide tener una relación fluida y normalizada con sus semejantes. Piense en lo harto difícil que debió ser convivir con Dostoievski, Rimbaud, Celine o Kafka.
- Por favor, le ruego que no me suelte el listado completo de escritores maravillosamente complicados y geniales. Mi tío no era maravilloso, ni complicado, ni mucho menos genial.
- ¡Eso es justamente lo fantástico de él! Se escondió tras una vida anodina y gris a sabiendas de su propia grandeza. Nadie podía pensar que bajo aquel envase de austera modestia había un genio deslumbrante y asombroso.
- ¿Algo así como el genio de Aladino?
- Le ruego que no sea tan sarcástico, caballero. El propio Pessoa subrayó está cuestión cuando decía aquello de:
"¿De qué me sirve llamarme genio si soy ayudante de contabilidad? Cuando Cesário Verde hizo que le dijeran al médico qué era, no el señor Verde, empleado de comercio, sino el poeta Cesário Verde, se valió de uno de esos verbalismos del orgullo inútil que exudan el olor de la vanidad. Lo que siempre fue, pobrecillo, fue el señor Verde, empleado de comercio. El poeta nació después de su muerte, porque fue después de su muerte cuando nació la estimación por el poeta"
Yo voy hacer que su tío nazca, es decir renazca, como el gran escritor que merece el reconocimiento y la admiración de todos.
- Demasiada olla para tan poco caldo, aunque teniendo en cuenta que era director de una sucursal bancaria lo tiene un poco más fácil que el ayudante de contabilidad.
- No logro entender sus reticencias a reconocer la brillantez de su tío. ¿Qué me tiene que decir de su obra magna "Paupérrimas pasiones pasivas"?
- Un regalo.
- ¿Un regalo?
- Un regalo que le hizo su amigo, el célebre y laureado escritor, a cambio de algún que otro crédito a bajo interés. Aquel hombre era un tremendo derrochador y mi tío le salvó del embargo o de una buena paliza en más de una ocasión. El literato se le agradeció regalándole un manuscrito. Le decía: "a falta de dinero, te regaló un poco de reputación. Soy tan pobre, que otra cosa puedo dar" El muy cabrón no tenía reparos en plagiar la letra de viejos boleros cuando estaba falto de liquidez y necesitaba la pasta.
- ¿Y los relatos cortos, los artículos de prensa y demás publicaciones?
- Muy fácil, el reputado novelista no pudo resistir la tentación de hablar con sus cofrades sobre la liberalidad monetaria de mi tío y como éste le había cogido gustillo a la cosa tras la primera transacción no hubo más que hablar. Siento chafarle la tesis.
- ¿Qué dice? Ahora es cuando se pone más interesante. Un autor sin obra. Un escritor sin textos. Una vida no vivida. Una fama póstuma sostenida por la impostura. No siendo nadie será grande y eso me hará grande a mí, su creador.