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- Señor Presidente, un grupo considerable de ciudadanos está a punto de traspasar el umbral de la pobreza, ¿los dejamos pasar?.
- No, que esperen. Primero habrá que ablandarlos, no quiero que los mercados se vuelvan a quejan de que se los enviamos muy crudos. Dile a tus compinches que les suelten la cantinela habitual.
- Ya sé a lo que se refiere aquello de "Hoy en día nuestra única opción es el sacrificio y si en todo caso hubiera culpables, lo serían ustedes por haber vivido por encima de sus posibilidades". Increíble que se puedan creer esas sandeces.
- Una sandez bien decorada da inmejorables resultados. Coméntale a los tuyos que la pinten bonita para que sigan tragando ¿Has negociado con los mercados?
- Sí, pero no tengo buenas noticias, no nos quieren dar una prorroga.
- Eso es una contrariedad, pensé que estarían de mejor ánimo
- Estaban eufóricos pero no me hicieron ni caso, parecían pasárselo en grande mientras columpiaban a la prima de
riesgo. No vea como se reían cuando ella gritaba: "quiero volar más alto, más alto"
Hicieron oídos sordos a nuestras súplicas. Al final, casi me echan de
allí de mala manera. Me dijeron que no les gustaba hablar con lacayos, que
viniera a verlos el pez gordo, si se atrevía.
- Nuestro futuro depende de ellos ¿no habrás sido desconsiderado?
- Fui sumamente cordial. Incluso apelé a su sentido común. Ese que usted tanto venera. Me contestaron como macarras barriobajeros. Algo así como que me dejara de milongas, que me comiese con patatas mi puto sentido común y que ellos ya tenían el suyo a buen recaudo en algún paraíso fiscal.
- Gente idólatra y sin entrañas ¿Cómo se puede rechazar algo tan sagrado de forma tan odiosa y repugnante?
- Piense que son como niños malcriados disfrutando mientras le quitan los ojos a sus muñecos de peluche. Tenía que ver como tienen aquello con los restos de...
- Basta, no quiero saber lo que hacen con nuestra sufrida clase media. Ya tenemos bastante con entregarles los lotes que nos solicitan.
- Por cierto, me comentaron que la última remesa que les llegó no tenía la calidad de las anteriores y que apenas les duró unos días. Quieren más y de mejor calidad. Ahora prefieren que les enviemos tiernos jóvenes emprendedores con mucho futuro por delante.
- Con ellos no tendrán futuro. Se deben haber vuelto sibaritas, para el uso que les van a dar, debería serles indiferente un tierno joven emprendedor o un correoso exfresador jubilado.
- Son antojo de los mercados, Presidente. Usted mismo dice que nuestro futuro depende de ellos.
- Exacto, no hay otro posible si queremos mantenernos en nuestra posición actual.
Ya ha pasado un buen rato, compruebe si los del umbral están suficientemente ablandados y luego seleccione aquellos que tengan pinta de jóvenes emprendedores, si es que queda alguno disponible. Cubriremos las vacantes con algún muchacho que no haya acabado la carrera por falta de recursos económicos. Supongo que habrá para una remesa.
- Sí que habrá, Presidente, seguro. Mire, tengo que decirlo, me gusta trabajar para usted. Creo que pasará a la historia como un benefactor providencial para el futuro de nuestro país y sus ciudadanos.
- Le agradezco sus palabras, pero eso solo será posible cuando metamos en la cabezota de cada uno de nuestros súbditos un poco de sensatez y cordura, eso de lo que tanto carecen y que yo les puedo por proporcionar por arrobas.
Al fin comprendí que el verdadero sentido de mi vida era ser un
hombre espejo. Necesité mucho tiempo para aceptarlo. De natural tímido y
reservado me resultaba chocante la afición de la gente a acercarse y
contarme sus más íntimas cuitas a la menor oportunidad. En una ocasión, por ejemplo,
el chulesco policía municipal que estaba poniendo una multa en mi
coche, aparcado en flagrante doble fila, acabó llorando en mi hombro
mientras me contaba que antes no era así, que se había vuelto un implacable cabrón a raíz de sorprender a su
mujer acostada con el sargento que le hacía la puñeta
en el cuartel. El uniformado veía en cada infractor un futuro candidato a
ocupar su lecho conyugal y por ello, aunque se le encogía el corazón, tenía que desestimar mi descabellada idea de retirar la sanción.
"Quizás tenga unas dotes psicológicas fuera de lo común y haya desaprovechado una espléndida oportunidad; ya que aunque ahora sea un próspero y afamado perito inmobiliario, puede que en el futuro me sienta frustrado por no poner en juego todas mis potencialidades” pensaba por aquella, mientras me debatía interiormente entre el orgullo y la sensación de fracaso. No obstante, algo me decía que me sobrevaloraba en demasía. En realidad los demás se acercaban a mí pero yo no tenía nada que contarles. Venían, me hacían partícipe de detalles de su vida lastimosa y se marchaban, al parecer aliviados. Yo me quedaba como un pasmarote sin haber dicho nada. Sé que los psicoanalistas hacen lo mismo pero en su caso cobran suculentas minutas mientras alargan sus supuestas terapias durante años y años. Los curas aunque no cobran, pueden dar rienda suelta a sus más bajos instintos en el confesionario, tanto lanzando su rastrera mirada sobre los rincones más oscuros de la vida de sus fieles, como dictando sádicas penitencias que alivian su desbocada sexualidad reprimida. ¿Pero que sacaba yo de esa inusitada eficacia como vertedero de desdichas? Tragaba con todo lo que me echaban encima pero luego no me sentía con capacidad de digerirlo. Era demasiado peso. Una carga que me hacía sentir débil y vulnerable. Casi de cristal. Como aquel Licenciado Vidriera del relato de Cervantes.
Claro, al fin lo entendí. No podía liberarme de mi fragilidad pero podía hacer uso de ella. Debía pulirme. Hacerme más ligero, más plano. Tenía que recubrirme con una capa de metal plateado que protegiese mi interior.
Con vuestra ayuda lo he conseguido.
Vosotros me habéis pulido con vuestros lamentos. Me habéis aligerado con vuestro pesado malestar. Me habéis convertido en un tipo plano con vuestra prepotencia ególatra. Habéis solidificado mi interior con una capa de indiferencia, inmutable a vuestros patéticos arañazos.
Gracias. Gracias por todo. Gracias por convertirme en espejo.
- Monsieur le Président se niega a abandonar la salle de bain, madame.
- Mon Dieu, voy para allá.
- Abre la puerta, amore. Recuerda que todavía eres le Président. Debes cumplir con tus compromisos de gobernante.
- Gobernante, gobernante. No quiero seguir gobernando a este pueblo de fantoches e ingratos. Éste es el fin, ma chérie. Votre petit Napoleón se da por vencido. He llegado a mi isla de Elba, a mi Waterloo, a mi Santa Elena. Me quedaré tirado en el baño dejando que el agua vaya cubriendo mi cuerpo hasta que la Parca decida visitarme
- Mon pleurnichard, ¿no me prefieres a mí que a esa señora de negro tan horrible? No puedes derrumbarte solo porque te haya derrotado esa bête de la gauche. Él no se parece. Es un tipo gris, insustancial, no tiene charme como tú.
- Justement. ese es el problema. Lo ha hecho un Moins-que-rien, un sous-merde. Un hombre como yo merece ser derrotado por un rival de talla.
- Ma petit galette, tienes un alto concepto de ti mismo, pero tengo que decirte la verdad: no eres precisamente un gigante.
- No es momento para sarcasmos, Carla. Ésta es mi hora decisiva. Mi punto sin retorno. Mi ser o no ser.
- Mio caro, no te compares con ese patético príncipe de Dinamarca de pelo oxigenado. Toda La France se arrodilla a tus pies.
- ¿Sí? pues no lo han demostrado. Explícame eso.
- Te lo explicaré si me abres la puerta.
- D'accord!!
- Mon amour, un besito. Muackkkkkk. ¿A que eres más feliz ahora?
- Sí, mi ama y señora, soy feliz solo con verte y se me ocurre que podríamos aprovechar la ocasión para ...
- No, non è il tempo di eccitazioni, amore. Debes recibir a la canciller. ¿Ves como hasta una injusta derrota tiene sus ventajas? Pronto te librarás de ella.
- Sí, es todo un consuelo ante tanta adversidad. Ya nadie dirá que soy el perrito faldero de esa bruja prusiana.
- Sí, ahora serás solo de mi propiedad, caro mio.
- D'accord, haré lo que tú me mandes pero no me dejes con la duda. ¿Crees en serio que La France me venera, que todavía me idolatra?
- ¡Sin duda, mon ami! Tú eres el poder puro. Un poder sin compromisos ni concesiones. El poder forjado por una contundente personalidad liberada de restricciones ideologícas o morales. Lo que llaman la erótica del poder, vaya. El pueblo se siente atraído por gente como tú pero después de tanta sexo necesita relajarse. Y tú, grande fornicateur, también lo necesitas.
- ¿Cómo fumarse un pitillo después de hacerlo?
- Exactement. Ahora toca el pitillo. Eros se merece un descanso.
- Pero volveré. Dime que volveré, ma douce princesse.
- Claro que volverás, mio caro. Todos necesitamos tirer un coup de vez en cuando.