skip to main |
skip to sidebar
Una frase puede servir para construir un mundo. Nuestro mundo ha sido construido alrededor de una frase. ¿Mal entendida, quizás?
Pero en seguida advertí que mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, luego soy era tan firme y cierta, que no podían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando.(René Descartes. El discurso del método)
Han pasado 375 años y aunque mucho siguen debatiendo el significado de ese axioma algo parece obvio: Descartes quería eliminar toda idea preconcebida pero no podía eliminar al eliminador que en ese momento estaba pensando en eliminar toda idea preconcebida.
¡Eureka! había descubierto su propia existencia a través del pensamiento.
Han pasado 375 años y gracias a Descartes, el pensamiento, a través de la razón, se ha adueñado de nuestras vidas...aparentemente.
Aparentemente vivimos en una sociedad racional que utiliza el pensamiento como motor del desarrollo individual y colectivo.
En realidad, si escarbamos un poco, debajo de una ligera capa de racionalidad, podemos observar como la vieja escolástica sigue ahí, inmune al paso del tiempo. No nos regimos por la razón o por lo menos renunciamos a construir nuestra realidad desde ella. Es más fácil acogernos a fuentes de autoridad que nos den el trabajo hecho. Igual que en la Edad Media los arquitectos de la filosofía tomista se limitaban a traer el pensamiento aristotélico a su contexto, nosotros hacemos lo mismo con aquellas ideas pret-a-porter que nos pueden ser más acogedoras.
El marxismo, por ejemplo, lo es. Nos ofrece unas ideas, una liturgia, una historia y sobre todo un albergue frente a la incertidumbre. Puede que el marxismo haya cambiado con el paso del tiempo -el derrumbe de 1989 tiene mucho que ver en ello- pero sigue siendo uno de los pocos referentes de revuelta frente a un hoy que nos abruma. Donde ponemos marxismo podríamos poner liberalismo, fascismo, nacionalismo, conservadurismo y todos los alineamientos religiosos posibles. Ideas que forjan alianzas colectivas entre seres individuales que viven en el desamparo y necesitan un refugio donde sobrevivir y un objetivo por el que luchar. La racionalidad nunca ha sido territorio de uso público, ese es un dominio reservado para la creencia y la fe.
En el ámbito privado los pensamientos tienen su reino, pero a cambio abandonan a su yaya, la razón, obsesionada con la manía de encauzarlos por el buen camino. Liberados de la razón pueden crecer a sus anchas y hacerse grandes, maleducados y soberbios. Si nadie les pone freno, estos molestos invitados pueden ganar territorio en nuestra mente a medida que van eliminando los elementos que pueden cuestionar su hegemonía.
Vencidas y desarmadas las fuerzas hostiles, el pensamiento alcanza su último objetivo: la identificación de si mismo con nuestro propio yo. Otra forma de acercarnos a la maravillosa frase de Descartes que llegando tan lejos, nunca se atrevió a cuestionar su propio pensamiento.
Es difícil liberarse de todos los principio de autoridad.
Según el cristianismo todo hombre lleva su cruz. Parece ser que la de los gallegos tiene forma de escalera. No, no me refiero a la escalera de la saeta de Machado. Aquella era un medio para un buen fin: quitarle los clavos a Jesús el Nazareno. La nuestra es menos resolutiva, menos práctica y al parecer solo sirve para esclavizarnos a determinada identidad.
Es curioso lo de las identidades, uno desconoce su identidad hasta que se la escucha a los que no la tienen. Comenta Charles Mingus, en su enloquecida autobiografía, que hasta que llegó a la adolescencia no se entero de que era negro ya que nadie en su entorno se lo había dicho. La cosa fue más o menos así: caminaba por la calle con su violonchelo cuando un grupo de blancos apostados en una esquina empezaron a increparle. "Oye, negro, ¿a donde vas con ese armatoste?" Mingus miró a un lado y a otro y no vio a ningún negro, hay que decir que era un chico de piel clara, pero como aquel grupo no dejaba de señalarle acabó por suponer que se referían a él. Lógicamente salió corriendo para evitar males mayores.
Puede que la primera vez que escuche esa chorrada de "si te encuentras a un gallego en una escalera, no sabes si sube o baja" fuera en uno de esos programas nocturnos de aquel locutor mesiánico, que en épocas pacatas, nos sugestionaba con cierto aire de libertad gracias a su verbo incendiario o sus juicios sumarísimos hacia la autoridad ...deportiva.
Dudo que en aquel entonces hubiera entendido la expresión y como Mingus hubiera mirado a los lados preguntándome de que gallego estaba hablando aquel hombre. Luego vas pillando la cosa y hasta acabas asumiéndola: si lo dicen los otros por algo será. Al final, acabas viendo gallegos de manual en todas partes. Has asumido el concepto y te comportas como esas mujeres embarazadas que salen a la calle y no paran de ver a otras mujeres en parecida condición.
Asumir el concepto es asumir lo que el concepto lleva consigo: ambigüedad, indefinición, hermetismo, falta de claridad. ¿Es la indefinición producto de nuestro hermetismo o es nuestro hermetismo producto de la ambigüedad? No tengo ni idea, soy gallego.
¿No sería mejor que los definidores hablasen y nos aclarasen las cosas para que nosotros, los gallegos, pudiéramos comprendernos mejor?
Y en todo caso, si en la dichosa escalera los demás tienen dudas ¿tanto carallo les cuesta preguntarnos hacia donde nos dirigimos?