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Su voz sonó poderosa y autoritaria en la cabina que nos amparaba.
- Buenas noches, señores. Espero que su viaje al futuro no haya sido demasiado traumático. En realidad fuera de un montón de cachivaches nuevos que seguramente les sorprenderán y algunas cambios en la vestimenta, el alma humana sigue siendo en esencia tal como la dejaron cien años atrás.
- Sabe que estamos aquí, Holmes. Corremos serio peligro. Debemos volver a nuestro tiempo inmediatamente.
- Tranquilo, Watson, déjele que hable. Indudablemente es de pura cepa germánica, sus rasgos la delatan, pero su voz no deja de recordarme a la admirable y maravillosa Irene Adler.
- En nombre del cielo, Holmes ¿cree que es momento para sus absurdas ensoñaciones? Apriete de una vez esos malditos botones y salgamos de aquí antes de que sea demasiado tarde.
- Doctor Watson, no sea impaciente. Ustedes son mis invitados y quiero que se sientan a gusto en este lado del tiempo.
Aquella mujer terrible clavó su mirada en mí mientras pronunciaba aquellas palabras. La sonrisa despreciativa con que las acompañó atravesó el cristal que nos separaba y penetró en mí cuerpo como un estilete. Nos estaba viendo, nos estaba escuchando. Me sentí a merced de la matrona y de la salvaje jauría de perros carniceros que la rondaban. Mi compañero se removió a mi lado antes de hablar.
- ¿Señora...?
- Veo que el viaje no ha afectado a sus dotes deductivas, Mister Holmes, efectivamente soy alemana. Pueden llamarme Frau M. De mi nombre real ya se encargarán los libros de historia.
- Sospecho que nuestra llegada a este tiempo ha sido a iniciativa suya.
- Sus sospechas son acertadas, Holmes, no esperaba menos de su mente preclara. El Viajero en el tiempo nunca existió pero si los planos que un amigo científico de Mister Wells diseñó y que sirvieron de pretexto para que el escritor escribiera La máquina del tiempo. Cuando llegaron a nuestro poder aquellos viejos papeles simplemente aplicamos los avances de nuestra eficiente tecnología moderna. Un producto de alta tecnología decorado con un toque funiseculra para poder atraerlos hasta aquí. Bueno la máquina también nos ha sido útil en otros menesteres.
- ¿Por ejemplo?
- Por ejemplo, prever el futuro y evitar los peligros que acechan en nuestra travesía. Gracias a ello, hemos podido salvar los escollos e incluso casi domesticar a estos animales que me acompañan.
- ¿De que raza son? Nunca los había visto iguales. Por una lado parecen muy fieros pero veo que bajo sus caricias adquieren cierta mansedumbre.
- No son perros domesticados, pertenecen a una raza reciente de cánidos. Los markts aparecieron hace pocos años, aunque supongo que su origen es más antiguo. Como otros depredadores son cazadores ocasionales aunque muy agresivos, siempre atacan en jauría. Se nota que les gusta hacer daño, prefieren dejar a sus presas heridas y que se desangren durante cierto tiempo antes de acabar definitivamente con ellas. Lamentablemente le han cogido gusto a la carne humana y por unos pocas victimas de nada, mis contemporáneos los han convertido en chivos expiatorios de la epidemia de mortandad que azota Europa.
- ¿Hay una epidemia mortal en Europa, Frau M?
- Sí, Mister Holmes y algunos una vez más nos acusan a nosotros. Los primeros en caer fueron las clases necesitadas, como suele suceder pero luego sorprendente han caído también los dirigentes. Hasta mi buen amigo Nicolás, empalagoso como nadie pero gran servidor, acaba de sucumbir. Ahora estoy sola en esta Cumbre Europea y me incumbe la ingrata tarea de sustituir a los dirigentes fallecidos. Por supuesto cogeré a gente debidamente vacunada y que sepan tratar a los markts.
- ¿Y no sería mejor que los eligieran los mismos ciudadanos mediante el voto?
- La gente ama el poder, pero ama mas su propio pellejo, Mister Holmes. Es un momento excepcional que requiere medidas excepcionales. Quizás todo vuelva todo a la normalidad algún día, mientras tanto tendré que ocuparme de la situación.
- ¿Y que pintamos nosotros en todo ésto, señora?
- Doctor Watson, necesito testigos de lo que está pasando para que la historia que se escriba en el futuro no cargue las tintas una vez más contra nosotros.
- ¿Usted creo que hombres del pasado podrían cambiar la visión de su presente que tendrán los hombre del futuro, Frau M?
- Por lo menos podrían suavizar las cosas a la gente de su generación y hacer entender mejor nuestra postura cuando mis antecesores del siglo XX los sometan a terribles conflictos bélicos. En definitiva, que no se hagan mala sangre contra nosotros ya que al final, aunque nos crean derrotados, volveremos a tomar el mando y quizás tengamos menos contemplaciones de las necesarias.
- Eso suena muy amenazador, Frau M.
- Es lo que revela el futuro, Holmes. Lamento haberles traído aquí para hacerles partícipes de noticias tan poco halagüeñas para los suyos, pero he de ser honesta ante lo que les espera. ¿Supongo que no querrán salir de la cabina para tomar algo conmigo?
- No, no, no. Gracias, Frau M, mejor nos vamos. ¿Verdad que sí, Holmes?
- Auf wiedersehen, caballeros
- Auf wiedersehen, es usted una mujer admirable. Beso hipotéticamente sus manos a través de este cristal que nos separa.
- Dios santo, Holmes, huyamos de aquí o me volveré loco.
- Disculpe los modales de mi compañero, Frau M, le falta perspectiva histórica y visión de futuro.
Le perdoné a Holmes sus últimas palabras. Se lo perdoné todo con tal de salir de aquella abominable pesadilla. Ahora estoy aquí, en el apartamento de mi amigo, tomando una taza de té preparada por Miss Hudson y aunque le he puesto tres cucharillas de azúcar me sigue sabiendo amargo.
- Holmes, ¿está seguro de saber manejar este condenado artilugio?
- Querido doctor, su desconfianza es casi ofensiva. Abandone de una vez sus prejuicios victorianos y déjese llevar por las voluptuosidades del mundo moderno.
- ¿Llama voluptuosidades a esta serie interminable de botones en quintuple hilera o quizás se refiere a ese inmenso ventanal de cristal oscuro que sin duda nos traerá más de un disgusto?
- Los botones nos permitirán viajar a nuestro destino y el ventanal nos dejará ver lo que tenemos delante sin correr innecesarios peligros. Según las anotaciones del Viajero solo un bala de cañón de inusitada potencia y disparada desde muy cerca podría destruirlo.
- El Viajero no es una referencia tranquilizante, Holmes. ¿Cómo fiarse de un hombre que nos recibe embozado en un sótano húmedo y lúgubre como éste? ¿Qué tiene que ocultar y por qué no ha querido acompañarnos?
- Es un visionario, Watson. Los hombres como él actúan movidos por extrañas intuiciones nacidas de su desenfreno mental. Si quieren ser fieles a si mismos, deben preservarse de las acechanzas de la realidad manteniéndose al margen del mundo; viviendo una vida propia, anónima y solitaria.
- Hermosa loa, pero poco convincente; la mayoría de ellos son solo carne de frenopático. ¿Cuando salimos, Holmes?
- ¡Ya!
El detective tocó una serie de botones y al momento se oyó un ruido ensordecedor que sonó como un trueno en aquella caja metálica del tamaño de un funicular. Seguidamente nos envolvió una capa de vapor mientras el aparato empezó a temblar de forma ostensible. Nos agarramos al respaldo de nuestros asientos y aguantamos las sacudidas. Fueron uno segundos interminables. Al acabar sudaba copiosamente y tuve que limpiarme mi cara y frente con un pañuelo. En cambio, Holmes, a mi lado, se mantenía impávido. Con la mirada perdida en el infinito mientras la niebla persistía alrededor de nuestro transbordador. Cuando salió de su ensimismamiento, rompió el silencio con un grito de entusiasmo.
- ¡Ha sido fantástico. Una experiencia irrepetible. Gloriosa!
- No se emocione tanto, no sabemos lo que nos podemos encontrar ahí fuera. Mejor amartille su revolver, como estoy haciendo con el mío, a la espera de acontecimientos.
- Oh Watson, está completamente incapacitado para disfrutar de cualquier emoción que cuestione los rígidos principios morales con los que ha sido educado.
- No me hable de principios morales. Somos dos seres del pasado indefensos en medio de un desconocido futuro seguramente más peligroso y mortífero que el mundo que hemos dejado detrás.
La niebla se fue disipando y ante nosotros surgió de la nada un paisaje singular. Era un alto recinto abovedado, oscuro por arriba pero iluminado abajo por potentes focos. Pensé en un gran escenario teatral ocupado en su centro por una enorme mesa llena de papeles y por lo que parecían pequeñas maletas abiertas de las que se desprendía una rara fosforescencia. Había una buena cantidad de asientos alrededor de la mesa pero todos estaban vacíos. Menos uno. Allí se sentaba una mujer rubia de cierta edad, algo obesa y vestida con un extraño traje azul oscuro de aire masculino. A pesar de la distancia, pude ver sus ojos penetrantes cuando los dirigió hacia donde nos encontrábamos. Me estremecí en el asiento.
- ¿Esta seguro de que no corremos peligro, Holmes? Esa mujer nos mira.
- Tranquilo, Watson, es imposible, no puede vernos. Además mientras no salgamos de la máquina del tiempo estamos protegidos. Solo estamos provisionalmente en el futuro, parte de nuestro cuerpo todavía está en el otro lado. En definitiva, ocupamos dos espacios físicos simultáneos. Para anclarnos aquí tendríamos que salir fuera de la cabina.
La mujer siguió con su mirada escrutadora durante un rato. De repente, levantó un brazo e hizo un gesto con los dedos. Algo empezó a moverse por el lado derecho. ¿Qué era aquello?
- Son perros. Enormes perros de caza, Watson.
- Pues son muchos y su tamaño no es menor que aquel terrorífico con el que tuvimos que lidiar en Baskerville Hall. ¡Dios santo, Holmes, éstos también tienen las fauces llenas de sangre!
Mi amigo se frotó las manos y luego me lanzó una sonrisa provocadora.
- Por fin llegan las emociones fuertes. Las cosas empiezan a tener buena pinta. ¿No está de acuerdo, Watson?
No, no tenía fuerzas para escaparme de aquella enloquecedora pesadilla.
La jornada había sido especialmente dura. Una vez más la consulta se había llenado de pacientes reales e imaginarios en arbitraria mezcolanza. Eran pocos los que venían por mis cualidades médicas y muchos los que siendo entusiastas lectores de las peripecias de mi amigo Sherlock Holmes, no tenían reparo en pasarse por enfermos y conocer así a su biógrafo oficial. Algunos ilusos incluso creían, que con un poco de suerte, podrían de buenas a primeras tropezarse en mi despacho con su idealizado héroe.
Holmes, siempre Holmes. Y sin embargo necesitaba de su lucidez y misantropía para liberarme de mis agobios.
Era un día ventoso del mes de noviembre y me arrebujé bien dentro del coche. Mientras el landó corría por calles semidesiertas alfombradas de hojas secas, mi imaginación volaba hasta encontrarse con el aromático té de Mrs. Hudson y los leños ardiendo en la chimenea del destartalado aunque acogedor gabinete. Amodorrado, llegué al 221 B de Baker Street y casi di un salto de estupor cuando vi a mi a amigo plantado delante del umbral de su casa.
- ¡Watson! -me chilló desde la escalinata-. Le estaba esperando. No despida el coche, vamos a necesitarlo.
Tras dar órdenes al cochero, mi excéntrico y agitado amigo se arrellenó en el asiento contiguo. Esperé a que se serenase antes de hacerle la pregunta obvia.
No se ahorró su habitual sonrisa de suficiencia al contestarme.
- Al futuro, querido amigo. Al futuro.
- Holmes, hoy no estoy dispuesto a aguantar ni sus bromas infantiles ni su habitual falta de cortesía. Si no me dice la verdad, procederé a abandonar este vehículo al instante.
- Querido doctor, no sea tan susceptible. Si le digo que vamos al futuro es que vamos al futuro. Esta mañana he recibido una misiva de alguien del que sin duda habrá ha oído hablar. Me refiero al Viajero a través del Tiempo.
- ¿Se refiere al individuo que protagoniza la novela de Herb Wells? ¿Aquel que fabricó una máquina capaz de atravesar los siglos con la misma facilidad con que nuestros ferrocarriles atraviesan las yardas? Es un personaje de ficción, Holmes.
- Nosotros también somos personajes de ficción, Doctor Watson.
- Pero tenemos más enjundia. Poseemos nombre propio, historial y domicilio conocido.
- Da igual lo que piense, Doctor. El Viajero ha solicitado nuestra ayuda y el asunto me parece lo suficientemente importante como para tomarlo en consideración. Se lo resumiré en pocas palabras: en una de sus tournées futuristas nuestro hombre ha contemplado un espectáculo que lo ha dejado anonadado.
- ¿No me diga que ha sido testigo del colapso final?
- No, no ha llegado tan lejos pero sí ha sido testigo de una hecatombe. Una hecatombe europea europea para ser precisos. Dentro de unos cien años muchos de los países donde ha nacido nuestra civilización caerán en la bancarrota y luego serán espoliados, colonizados y prácticamente esclavizados por las potencias supervivientes.
- No tiene nada de extraño, Holmes. Ha pasado cientos de veces ¿Cómo creé que se edificó nuestro opulento imperio británico? ¿Por cierto, nuestro país no estará entre los damnificados?
- No lo sé, Watson, pero me gustaría que abandonase por un momento su estúpida insularidad británica y pasase a tener una perspectiva global de las cosas. Hablo de la vieja Europa devorándose a si misma, no de la India ni de ninguna de esos territorios exóticos y salvajes que nadie conoce.
- Los países que llama exóticos y salvajes también tendrán sus derechos, digo yo.
- No sea ingenuo, Watson, la suerte de Europa es la suerte del mundo en estos primera década del siglo XX y nada indica que las cosas vayan a cambiar en los próximos cien años. Nuestro objetivo es saber que fuerzas siniestras se esconden detrás de esta catástrofe y tratar de impedirla.
Mientras Holmes pronunciaba sus lapidarias palabras, el carruaje llegó a su destino.