Arrancamos a manotazos las telarañas de la grisura y el burdo dogmatismo maniqueo, pensando que después del túnel nos aguardaba la luz y el color.
¿Demasiada luz? ¿Demasiado color?
Lo cierto es que penetramos de hurtadillas en un mundo demasiado deslumbrante, olvidando que nuestras retinas acomodadas a la penumbra quizás no pudieran soportar tanto brillo.
Muchos sucumbieron. Ignoraban quizás que nuestro oasis no era la ansiada Avalón, solo una pequeña isla de hierba rodeada de traidores peñascos. Allí abandonamos sus cadáveres rotos, como aviso de peligro para precavidos y timoratos.
Quedamos los supervivientes. Los que todavía podemos contarlo.
Apenas soportando la idea de que nos hemos hecho mayores y que toda aquella efímera plenitud ha servido para bien poco.
De la penumbra a la luz. De la luz a la penumbra.
Fuimos esponjas absorbiendo vida. Quizás ahora nos toque echar fuera de nosotros todo lo que tragamos.
Nunca entraremos en la tierra prometida.