¿Quiénes eran los indios para aquellos habitantes del mismísimo infierno?
Mel y Ton miraron a todas partes esperando encontrar algo peculiar y autóctono en aquella poblada desolación. No lo había. Podrían estar en una villa miseria de Buenos Aires, en una favela en Río, en un bidonville de Dakar o en un shanty town en Karachi. Respiraron a fondo y bajaron por un camino de tierra seco en aquel otoño primerizo y llegaron hasta la primera casa. Oyeron chillidos de niño, ruidos de cacharros y una ronca voz femenina pidiendo silencio. Ton golpeó la puerta con los nudillos y junto con su compañera, se puso a esperar la respuesta visiblemente ansioso. La mujer gorda que les abrió la puerta quizás fuera joven, pero no aparentaba menos de 60 años en sus rasgos gastados y sombríos. Más allá del umbral, detrás de ella, un niño jugueteaba medio desnudo en el suelo de tierra.
- ¿Qué quieren? ¿Son los del Banco de Alimentos? Ya tengo a mi hijo trabajando en el súper de repartidor. Espero que con lo que gana tengamos para comer todos. Tengo seis hijos y estoy sola, pero nos arreglaremos muy bien. Seguro.
- No, no somos del Banco de Alimentos.
- Ah entonces serán de la asociación esa de la parroquia. Gracias pero no necesitamos nada como les he dicho. Mi hijo trabaja desde hace un mes y no estamos necesitados.
- No, no somos de ninguna parroquia. En realidad estamos yendo por las casas para...
- ¿No serán inspectores escolares o de la Asistencia Social?. Mis niños van todos los días al colegio y la que está hoy aquí es porque tenía algo de fiebre y tosió durante la noche.
- No, señora no. Venimos por otra cuestión. Estamos recorriendo las casas para pedir el voto favorable en el referéndum por la independencia. ¿Suponemos que estará enterada?
- Algo me suena, pero me da igual. Los que quieren la independencia son los mismos que están gobernando ahora y en ningún momento hemos dejado de ser pobres como ratas. En cambio ese señor que estuvo tantos años...
- Las cosas cambiarán si gobernamos desde aquí mismo. Al no tener que repartir nuestra riqueza con otros territorios con menos recursos, podremos dedicar una mejor atención a los nuestros. Sus hijos tendrán buenas oportunidades para estudiar y habrá sanidad asequible para todos.
- Claro, ...y comeremos todos perdices. Ese es el cuento de la lechera y lo saben. Además le digo una cosa, mi hijo trae todo el dinero a casa y lo junta con lo poco que sacan sus hermanos vendiendo cartones. Gana mucho más pero no le importa repartirlo con su familia, con sus hermanos y su madre. Somos su familia, joder, él tiene trabajo y ellos no, pero podría ser al revés y le gustaría que le hicieran a él lo que él hace ahora por los suyos. ¿Por qué los políticos no piensan que pertenecemos todos a una misma familia y dejan de dar la matraca con sus países, banderitas y mandangas? Todos somos distintos pero todos somos iguales. No sé si me entienden.
- Vale, no la vamos a convencer, está claro.
- Y aunque me convencieran, tampoco podría votar.
- ¿Es extranjera? Aquí tienen tarjeta sanitaria hasta los inmigrantes sin papeles.
- No soy extranjera, pero tampoco estoy empadronada. Los de este poblado somos errantes. Hoy estamos aquí, mañana allá.
- ¿Entonces por qué nos hace perder el tiempo miserablemente?
- Porque me gusta escuchar las cosas bonitas que sueñan otros. Aunque solo sea un sueño imposible y pare ellos solos, los que creen que tienen futuro. Algunos somos tan pobres que ni siquiera tenemos futuro.