Dedicado a cierta buscadora de tesoros que quizás ignora, quizás no, que el mejor tesoro es ella misma.
La mala fama me precede. Soy -según se dice- un tipo arisco, frío y despiadadamente analítico. Me parece bien. Gracias a esas armas, me he convertido en el más implacable sabueso que haya conocido Kaskarilleira. Mi ciudad. Mi cuna y mi tumba.
Muchos piensan que no es suficiente, que debería darle más juego, más vidilla a mi lado emocional.
- ¿Quién es ese? ¿Dónde está?-les pregunto.
- Debes buscarlo tú o dejar que fluya desde tu interior.
- Si es líquido y está escondido como el petróleo, sería mejor instalar una torre de exploración para localizarlo.
- No te lo tomes a guasa, Fiz, tu salud emocional no es ningún chiste. Debajo de tus aires de tipo duro hay un ser escindido que sufre.
"Un ser escindido que sufre". Cuando te dicen esas cosas no puedes permanecer impasible.
Soy un tipo de acción. Debía hacer algo. Sin más demora.
Decidí invitar a cenar a mi lado emocional.
Compré selectas viandas en un ultramarinos fino del centro y me pasé la tarde entera cocinando.
No soy un Bocuse, ni tan siquiera un Pepe Carvalho pero hay media docena de platos que me salen algo decentes. Preparé cuidadosamente la mesa del comedor. La de los viejos banquetes familiares. Dos comensales en las cabeceras y una semiautomática en la repisa de debajo de mi asiento, por si las moscas. No hay que fiarse de desconocidos.
¿Cómo se convoca a tu lado emocional? En mi caso estába claro.
Me había echado en el sofá y cerrado los ojos para dejarme llevar por la música. Cuando los abrí, un niño de unos 9 años me observaba atentamente desde la puerta. Era un niño raquítico, de aspecto lamentable y mientras me miraba no dejaba de hurgarse la sucia nariz con el dedo índice.
- ¿Qué coño haces aquí, nene?
- Soy tu lado emocional ¿No me reconoces?
- No, no te reconozco. ¡Pero si eres más canijo que Bart Simpson! Además esta noche no he preparado un menú infantil.
- Bobo, soy tu lado emocional. Me gustan las mismas cosas que a ti y encima las disfruto mejor.
Era deprimente. Mi lado emocional se parecía a un Joselito desnutrido de postguerra. Lo comprobé cuando ya en la mesa se puso a tragar como un poseso y sin las mas elementales normas de educación. Era repulsivo verle sorber la sopa, relamer las salas y la forma que tenía de trasegar mi vino. No pude probar bocado. Coronó su impudicia con un colosal regüeldo que haría temblar las Murallas de Jericó.
- ¿Has comido bien? Pues ahora lárgate.
- ¿Cómo me voy a ir así? Me llamaste para conocerme y todavía no sabes nada de mí.
- Comes como un cerdo y te comportas como un hospiciano ratonero al que han llevado en excursión por el campo. Ya me llegó. Vete.
- ¿Si quieres hablamos de tías? -Una risita maloliente, con gemido final, se escapo de aquellos dientes mezquinos.
- No quiero verte más- empuñé la pistola y le apunté a la frente- Me has tenido bien agarrado por el pecho durante muchas noches de insomnio y no te perdono que seas tan poca cosa, cabrón.
- Eres un puto racionalista sin remedio, que lo sepas.
Sonó un disparo que hirió al marco de una vieja foto de boda. Para entonces, el niño se había esfumado.