Todos los homenajes y comentarios que he leído estos días, y han sido muchos, sobre Fernán Gómez, me han parecido falsos.
Es curioso como siempre parece mucho más sincera una crítica que una alabanza. En los elogios es dificilísimo, o casi imposible, atisbar la sinceridad.
El cine pierde cada día alguno de sus monstruos sagrados, o nuestros monstruos, pues ya no lo son para esta generación actual, y parece que nos quedamos en una especie de desprotección. El cine es una mentira hermosa.
Ya hace tiempo, que, los que normalmente no militamos en la mentira, o eso creemos, la encontramos hermosa. Porque es la trinchera menos mala.
En la historia de la humanidad sólo han existido 2 alternativas posibles, o que dominen los bestias o los mentirosos. Sin ser excluyente una característica de la otra.
Siempre mejor la mentira que la barbarie. Siempre mejor la mentira que el horror. Siempre mejor que nos engañen a que nos rebajen al sometimiento infame y brutal de unos individuos contra otros, sometimiento justificado muchas veces bajo la sádica ironía de defender la verdad.
Se le ha acusado a Fernán Gómez de trabajar bajo el régimen que odiaba. ¡Qué insensatez!. ¿Alguien podría dejar de trabajar sólo porque odie el régimen en el que vive?. Me han dolido tanto las críticas, como los insultos o los elogios… Somos zafios, tanto los cultos como los incultos.
Don Fernando era una presencia imponente, inolvidable en cualquier película. Pero sobre todo era una enorme voz: Potente, firme, creíble… Escucharle era una gloria. Pocas voces como la suya. Pero además era una persona digna. Aceptable escritor. Aceptable director. Y militante de la libertad, todo lo que ésta se deja, sabiendo como sabemos lo difícil que es alcanzarla por completo.
Viajar a ninguna parte sería el viaje más delicioso. Y mucho más con la compañía de la voz de Don Fernando al lado. ¡Feliz viaje, maestro!.
Ayer mismo en un canal digital vi un fragmento de La Silla de Fernando el documental, más bien la entrevista que le hizo David Trueba al actor hace cosa de un año y que se convirtió en película cinematográfica. La verdad es que la presencia de este hombre, la presencia de sus palabras hermosas, la capacidad de expresar en cada momento ideas propias y no recogidas en ningún manual ideológico preestablecido, hacen -hacían- de su conversación algo extremadamente interesante y casi diría un pelín hipnótico. Una extraña mezcla en la que confluía una gran sencillez en la expresión con una enorme capacidad de raciocinio. Sobre su fama de borde simplemente dijo que él eligió esa faceta cuando comprobó que se quitaba siendo así a muchos pelmazos de encima. Unico e irrepetible, Fernando Fernán Gómez
He visto esa cinta que usted ha mencionado. Qué diferente es hablar relajadamente y voluntariamente, que rendirse al cacareo mediático, cuando disgusta, como le disgustaba a él.
Algo que decir. Y bien dicho. Ese es el resultado de ese documental-entrevista.
El resto, esa prensa rápida, de gracietas simplonas, dónde hay que caer simpático y vender continente y no contenido, es como una comida en un área de descanso al lado de una gasolinera. La anti-comida, la anti-sobremesa, o sea, la melancolía de llenar el buche por necesidad, sin ninguna delectación.
Así es esa prensa de hoy: una bandeja que va a la velocidad de una cinta transportadora, y lo de menos son las viandas que hay en cada plato.
Tics graciosos de reporteros de chichinabo, con comentarios intragables, buscando más protagonismo que sus entrevistados.
Yo le habría contestado a Pablo Carbonell igual que lo hizo Don Fernando. No hay ni debe haber inmunidad diplomática para estos “graciosillos televisivos oficiales”.
¡Qué se curren la gracieta!. No que demonicen a los personajes que no le siguen la cuerda facilona y previsible, para que así tengan ya el trabajo hecho y recurrir a los gags de manual de “simpáticos mundi”.
Sí, como dijo Don Fernando, vaya a contarle a su mamá lo gracioso que es y que le dé dos besos. ¡Chapeau!.
Nadie está obligado a leer ni a ver la obra de nadie. Pero lo que no es de recibo es que un personaje como Fernán Gómez, multifacético y genial, quede reducido a una exclamación, después de estar toda su vida trabajando, dejarnos más de 200 soberbias interpretaciones, un buen trabajo como director, escribir varias novelas, obras de teatro, guiones, ensayo…
Pruebe a poner Fernando Fernán Gómez en el Youtube y verá como más de la mitad de las entradas son su famoso "A la mierda". Eso es lo más destacable en muchos casos comparándolo con la escenita de Umbral reclamando lo de hablar de su libro. Esto es lo que había el día de su muerte aunque a partir de entonces se hayan colocado más enlaces. Que desastre, el mundo morirá ahogado en su propia estupidez ante la indiferencia de todos.
Yo entiendo que lo facilón es respetable. Como la famosa frase de estos días pronunciada por el rey. La gente necesita muletillas y cantinelas que se universalicen y coreen por el globo. Necesita rebajar a los personajes, sean culturales, políticos, económicos, etc…
La forma más accesible de rebajarlos es ensañarse “simpáticamente”, como sí la simpatía ramplona fuese siempre inocente, con los fallos que cometen esos personajes. Actitudes viscerales de las que nadie se libra, si es que les corre sangre por las venas.
Sólo personajes de cartón piedra, como la reina de Inglaterra por ejemplo, nunca cometerían errores “humanos” visibles. Esa mujer es la esencia de la actitud “profiláctica”.
Todo muy razonable, somos animales, escribamos, tramitemos un préstamo, toquemos el arpa, conduzcamos camiones o desembocemos chimeneas… Por lo tanto, la crítica debe ser aceptable y bidireccional siempre. Hay que ver pajas y vigas, en nosotros y en el prójimo.
Pero practicar el reduccionismo más infame y quedarse con el simplismo de una incorrección, o salida de tono, humana aunque criticable, para sintetizar una biografía tan rica y variada como la de Fernán Gómez, no es sólo papanatismo, sino que es deliberadamente malintencionado.
Le juro que he leído comentarios en tres diarios que permitían dejarlos al pie de la noticia, verdaderamente escalofriantes, irreverentes y repulsivos.
Incluso aunque el personaje me hubiera disgustado, que no era el caso por supuesto, me habrían parecido inaceptables. No sólo por respeto a un muerto que ya no puede defenderse, sino por respeto a sus muchos admiradores, entre los que me encuentro.
En fin, lo dejo aquí, me he extendido demasiado, como siempre. Me gustó su homenaje al gran artista, cambiando el artículo “el” por la preposición “de”, en el título de una de las famosas obras de Don Fernando.
Imagínese por un momento que la actitud profiláctica de la reina de Inglaterra fuese la humana y la actitud del resto de mortales la que correspondería al cartón-piedra. Sería todo tan dantesco pero hasta comprensible conociendo la locura siempre renovada del mundo.
Espero verle de nuevo en este blog. Sabe que siempre será bien recibido, Anónimo.
Gracias por su invitación. No siempre dejo comentarios porque no todos los temas me interesan por igual.
Últimamente, con tanto artista desaparecido, he descubierto en los homenajes un atractivo que antes no encontraba. Al fin y al cabo, pensaba: ¿para qué rendir dedicatorias a un muerto, si se supone que no va a enterarse?. ¿Para la familia? ¿Para la posteridad? ¿Para otros interlocutores?. La evidencia de la futilidad alcanza su esplendor en el momento de la muerte.
Pero una pérdida, aunque sea esperable por la edad, siempre despliega una sensación de injusticia. La injusticia de que no te pregunten cuando quieres partir, de la misma forma que no te preguntaron si querías venir y cuando.
Seguramente, Fernando Fernán Gómez, tenía todavía muchas cosas que decir o sentir. Aunque no fueran tan vistosas, que no por ello más interesantes, que las que sintió o dijo en su juventud. Aunque tal vez la enfermedad -la muy canalla siempre se alza en protagonista, oscureciendo cualquier otra actividad o anhelo- le habría mermado su capacidad para desear algo.
La vida y la muerte. El inicio y el final de una carrera, ambos ajenos a nuestra voluntad. Sólo depende de nosotros, en parte, el recorrido entre esa salida y esa meta. Ni empezar ni terminar se nos ha sido concedido.
Estos personajes, con ese empaque son una especie de constelación. Brillan incluso a su pesar. Y ese fulgor es aliviador. En un momento de bajón, rememorar ese vozarrón hondo, de profundas simas, resulta tan terapéutico como escuchar un disco de cualquier músico favorito. Sí, disculpando la comparación frívola, resulta algo así como esa absurda y entendible sensación que sentía Autrey Hepburn en la famosa joyería: ¡Seguridad!.
Ella se sentía segura ante aquel escaparate lleno de riqueza y opulencia, dónde la fealdad del mundo no tenía cabida, ni siquiera imaginar que existía, y muchos sentimos seguridad escuchando esa voz que era todo fortaleza y dignidad trabajada día a día.
La gente hace de los mitos algo chorra. Se los imagina estupendos, que no tosen, que no escupen, que no huelen, que no dicen tacos, se los imaginan inmaculados y siempre geniales… Necesitan esa idiotez para rescatarlos de la mediocridad del resto, que somos todos. En cambio, son mucho más interesantes los mitos, llamémosles: “normales”, que no necesitan, ni buscan, estar estupendos para pasar la aduana de la aprobación de tanto admirador chorra.
Ahora, hay que reconocer, que crematísticamente hablando, son los admiradores chorras los más rentables. Forran a sus “dioses” de pacotilla, no sólo comprando su obra, si se le puede llamar así en algunos casos, sino toda la industria colateral de complementos “chorras” varios. Y no tienen ningún pudor en vender/se, lo mismo le ponen su nombre a un perfume, que a una lata de alcachofas.
Por cierto, ya que le gustan los homenajes y a mí también, si usted quiere, cuelgue algo sobre el reciente premio Cervantes.
No conocía nada de él, y reconozco que algunos poemas que he leído estos días, colgados en varios enlaces de la red, no me han gustado demasiado. Aunque tampoco la poesía, salvo casos muy concretos, me suele entusiasmar.
Me ha impresionado muchísimo su vida: ¡Terrorífica!. Y su rostro, doloroso, casi amable, totalmente surcado por las terribles experiencias.
Me maravilla esa gente que ha conocido el horror y sabe vivir la normalidad. Y no sólo eso, sino que además acomete la heroicidad de escribir con ilusión, aunque sea denunciando impunidades, demasiadas ya en la larga historia de la humanidad.
¡Magia, no puede ser más que magia!. Si acepta mi encargo, gracias, lo leeré el lunes.
Si no lo hace, ya que está en su legítimo derecho de no apetecerle o interesarle, gracias igualmente. Un saludo.
El eterno debate: donde empieza la persona y termina el escritor. ¿Debes querer a un escritor por el hecho de que haya sufrido? ¿La obra se justifica por la persona que hay detrás? y al revés ¿podemos valorar la obra de un ser repugnante? No conozco en absoluto a ese premio Cervantes sólo sé lo de las reseñas en los medios. No soy quien de hablar de lo que conozco superficialmente, imagínese el lujo de hablar de lo que me es completamente desconocido. Sin embargo, agradezco su encargo. Saludos
Todos los homenajes y comentarios que he leído estos días, y han sido muchos, sobre Fernán Gómez, me han parecido falsos.
ResponderEliminarEs curioso como siempre parece mucho más sincera una crítica que una alabanza. En los elogios es dificilísimo, o casi imposible, atisbar la sinceridad.
El cine pierde cada día alguno de sus monstruos sagrados, o nuestros monstruos, pues ya no lo son para esta generación actual, y parece que nos quedamos en una especie de desprotección. El cine es una mentira hermosa.
Ya hace tiempo, que, los que normalmente no militamos en la mentira, o eso creemos, la encontramos hermosa. Porque es la trinchera menos mala.
En la historia de la humanidad sólo han existido 2 alternativas posibles, o que dominen los bestias o los mentirosos. Sin ser excluyente una característica de la otra.
Siempre mejor la mentira que la barbarie. Siempre mejor la mentira que el horror. Siempre mejor que nos engañen a que nos rebajen al sometimiento infame y brutal de unos individuos contra otros, sometimiento justificado muchas veces bajo la sádica ironía de defender la verdad.
Se le ha acusado a Fernán Gómez de trabajar bajo el régimen que odiaba. ¡Qué insensatez!. ¿Alguien podría dejar de trabajar sólo porque odie el régimen en el que vive?. Me han dolido tanto las críticas, como los insultos o los elogios… Somos zafios, tanto los cultos como los incultos.
Don Fernando era una presencia imponente, inolvidable en cualquier película. Pero sobre todo era una enorme voz: Potente, firme, creíble… Escucharle era una gloria. Pocas voces como la suya. Pero además era una persona digna. Aceptable escritor. Aceptable director. Y militante de la libertad, todo lo que ésta se deja, sabiendo como sabemos lo difícil que es alcanzarla por completo.
Viajar a ninguna parte sería el viaje más delicioso. Y mucho más con la compañía de la voz de Don Fernando al lado. ¡Feliz viaje, maestro!.
Ayer mismo en un canal digital vi un fragmento de La Silla de Fernando el documental, más bien la entrevista que le hizo David Trueba al actor hace cosa de un año y que se convirtió en película cinematográfica. La verdad es que la presencia de este hombre, la presencia de sus palabras hermosas, la capacidad de expresar en cada momento ideas propias y no recogidas en ningún manual ideológico preestablecido, hacen -hacían- de su conversación algo extremadamente interesante y casi diría un pelín hipnótico. Una extraña mezcla en la que confluía una gran sencillez en la expresión con una enorme capacidad de raciocinio. Sobre su fama de borde simplemente dijo que él eligió esa faceta cuando comprobó que se quitaba siendo así a muchos pelmazos de encima.
ResponderEliminarUnico e irrepetible, Fernando Fernán Gómez
He visto esa cinta que usted ha mencionado. Qué diferente es hablar relajadamente y voluntariamente, que rendirse al cacareo mediático, cuando disgusta, como le disgustaba a él.
ResponderEliminarAlgo que decir. Y bien dicho. Ese es el resultado de ese documental-entrevista.
El resto, esa prensa rápida, de gracietas simplonas, dónde hay que caer simpático y vender continente y no contenido, es como una comida en un área de descanso al lado de una gasolinera. La anti-comida, la anti-sobremesa, o sea, la melancolía de llenar el buche por necesidad, sin ninguna delectación.
Así es esa prensa de hoy: una bandeja que va a la velocidad de una cinta transportadora, y lo de menos son las viandas que hay en cada plato.
Tics graciosos de reporteros de chichinabo, con comentarios intragables, buscando más protagonismo que sus entrevistados.
Yo le habría contestado a Pablo Carbonell igual que lo hizo Don Fernando. No hay ni debe haber inmunidad diplomática para estos “graciosillos televisivos oficiales”.
¡Qué se curren la gracieta!. No que demonicen a los personajes que no le siguen la cuerda facilona y previsible, para que así tengan ya el trabajo hecho y recurrir a los gags de manual de “simpáticos mundi”.
Sí, como dijo Don Fernando, vaya a contarle a su mamá lo gracioso que es y que le dé dos besos. ¡Chapeau!.
Nadie está obligado a leer ni a ver la obra de nadie. Pero lo que no es de recibo es que un personaje como Fernán Gómez, multifacético y genial, quede reducido a una exclamación, después de estar toda su vida trabajando, dejarnos más de 200 soberbias interpretaciones, un buen trabajo como director, escribir varias novelas, obras de teatro, guiones, ensayo…
Pruebe a poner Fernando Fernán Gómez en el Youtube y verá como más de la mitad de las entradas son su famoso "A la mierda". Eso es lo más destacable en muchos casos comparándolo con la escenita de Umbral reclamando lo de hablar de su libro.
ResponderEliminarEsto es lo que había el día de su muerte aunque a partir de entonces se hayan colocado más enlaces.
Que desastre, el mundo morirá ahogado en su propia estupidez ante la indiferencia de todos.
Yo entiendo que lo facilón es respetable. Como la famosa frase de estos días pronunciada por el rey. La gente necesita muletillas y cantinelas que se universalicen y coreen por el globo. Necesita rebajar a los personajes, sean culturales, políticos, económicos, etc…
ResponderEliminarLa forma más accesible de rebajarlos es ensañarse “simpáticamente”, como sí la simpatía ramplona fuese siempre inocente, con los fallos que cometen esos personajes. Actitudes viscerales de las que nadie se libra, si es que les corre sangre por las venas.
Sólo personajes de cartón piedra, como la reina de Inglaterra por ejemplo, nunca cometerían errores “humanos” visibles. Esa mujer es la esencia de la actitud “profiláctica”.
Todo muy razonable, somos animales, escribamos, tramitemos un préstamo, toquemos el arpa, conduzcamos camiones o desembocemos chimeneas… Por lo tanto, la crítica debe ser aceptable y bidireccional siempre. Hay que ver pajas y vigas, en nosotros y en el prójimo.
Pero practicar el reduccionismo más infame y quedarse con el simplismo de una incorrección, o salida de tono, humana aunque criticable, para sintetizar una biografía tan rica y variada como la de Fernán Gómez, no es sólo papanatismo, sino que es deliberadamente malintencionado.
Le juro que he leído comentarios en tres diarios que permitían dejarlos al pie de la noticia, verdaderamente escalofriantes, irreverentes y repulsivos.
Incluso aunque el personaje me hubiera disgustado, que no era el caso por supuesto, me habrían parecido inaceptables. No sólo por respeto a un muerto que ya no puede defenderse, sino por respeto a sus muchos admiradores, entre los que me encuentro.
En fin, lo dejo aquí, me he extendido demasiado, como siempre. Me gustó su homenaje al gran artista, cambiando el artículo “el” por la preposición “de”, en el título de una de las famosas obras de Don Fernando.
Imagínese por un momento que la actitud profiláctica de la reina de Inglaterra fuese la humana y la actitud del resto de mortales la que correspondería al cartón-piedra. Sería todo tan dantesco pero hasta comprensible conociendo la locura siempre renovada del mundo.
ResponderEliminarEspero verle de nuevo en este blog. Sabe que siempre será bien recibido, Anónimo.
Gracias por su invitación. No siempre dejo comentarios porque no todos los temas me interesan por igual.
ResponderEliminarÚltimamente, con tanto artista desaparecido, he descubierto en los homenajes un atractivo que antes no encontraba. Al fin y al cabo, pensaba: ¿para qué rendir dedicatorias a un muerto, si se supone que no va a enterarse?. ¿Para la familia? ¿Para la posteridad? ¿Para otros interlocutores?. La evidencia de la futilidad alcanza su esplendor en el momento de la muerte.
Pero una pérdida, aunque sea esperable por la edad, siempre despliega una sensación de injusticia. La injusticia de que no te pregunten cuando quieres partir, de la misma forma que no te preguntaron si querías venir y cuando.
Seguramente, Fernando Fernán Gómez, tenía todavía muchas cosas que decir o sentir. Aunque no fueran tan vistosas, que no por ello más interesantes, que las que sintió o dijo en su juventud. Aunque tal vez la enfermedad -la muy canalla siempre se alza en protagonista, oscureciendo cualquier otra actividad o anhelo- le habría mermado su capacidad para desear algo.
La vida y la muerte. El inicio y el final de una carrera, ambos ajenos a nuestra voluntad. Sólo depende de nosotros, en parte, el recorrido entre esa salida y esa meta. Ni empezar ni terminar se nos ha sido concedido.
Estos personajes, con ese empaque son una especie de constelación. Brillan incluso a su pesar. Y ese fulgor es aliviador. En un momento de bajón, rememorar ese vozarrón hondo, de profundas simas, resulta tan terapéutico como escuchar un disco de cualquier músico favorito. Sí, disculpando la comparación frívola, resulta algo así como esa absurda y entendible sensación que sentía Autrey Hepburn en la famosa joyería: ¡Seguridad!.
Ella se sentía segura ante aquel escaparate lleno de riqueza y opulencia, dónde la fealdad del mundo no tenía cabida, ni siquiera imaginar que existía, y muchos sentimos seguridad escuchando esa voz que era todo fortaleza y dignidad trabajada día a día.
La gente hace de los mitos algo chorra. Se los imagina estupendos, que no tosen, que no escupen, que no huelen, que no dicen tacos, se los imaginan inmaculados y siempre geniales… Necesitan esa idiotez para rescatarlos de la mediocridad del resto, que somos todos. En cambio, son mucho más interesantes los mitos, llamémosles: “normales”, que no necesitan, ni buscan, estar estupendos para pasar la aduana de la aprobación de tanto admirador chorra.
Ahora, hay que reconocer, que crematísticamente hablando, son los admiradores chorras los más rentables. Forran a sus “dioses” de pacotilla, no sólo comprando su obra, si se le puede llamar así en algunos casos, sino toda la industria colateral de complementos “chorras” varios. Y no tienen ningún pudor en vender/se, lo mismo le ponen su nombre a un perfume, que a una lata de alcachofas.
Por cierto, ya que le gustan los homenajes y a mí también, si usted quiere, cuelgue algo sobre el reciente premio Cervantes.
ResponderEliminarNo conocía nada de él, y reconozco que algunos poemas que he leído estos días, colgados en varios enlaces de la red, no me han gustado demasiado. Aunque tampoco la poesía, salvo casos muy concretos, me suele entusiasmar.
Me ha impresionado muchísimo su vida: ¡Terrorífica!. Y su rostro, doloroso, casi amable, totalmente surcado por las terribles experiencias.
Me maravilla esa gente que ha conocido el horror y sabe vivir la normalidad. Y no sólo eso, sino que además acomete la heroicidad de escribir con ilusión, aunque sea denunciando impunidades, demasiadas ya en la larga historia de la humanidad.
¡Magia, no puede ser más que magia!. Si acepta mi encargo, gracias, lo leeré el lunes.
Si no lo hace, ya que está en su legítimo derecho de no apetecerle o interesarle, gracias igualmente. Un saludo.
El eterno debate: donde empieza la persona y termina el escritor. ¿Debes querer a un escritor por el hecho de que haya sufrido? ¿La obra se justifica por la persona que hay detrás? y al revés ¿podemos valorar la obra de un ser repugnante?
ResponderEliminarNo conozco en absoluto a ese premio Cervantes sólo sé lo de las reseñas en los medios. No soy quien de hablar de lo que conozco superficialmente, imagínese el lujo de hablar de lo que me es completamente desconocido. Sin embargo, agradezco su encargo.
Saludos