29 junio 2023

Humillación y venganza en el Call Center


¿Cuántas llamadas había contestado? Quizás 125. Seguro que menos de 130. No más. Sabía que no había sido un buen día y estaba agotada. Por eso le sorprendió que el coordinador viniera a buscarla cuando dejó los cascos en el compartimento.
  • Tengo en la mesa un regalo para ti.
El tipo se sonreía mientras le daba la noticia. 
¿Un regalo? 
Ya era raro que aquel tarado de Raimundo no estuviera como un basilisco al terminar la jornada laboral. Menudo imbécil, ganaba 150 euros más y se creía todo un ejecutivo agresivo en aquel Call Center de mierda. ¿Pero un regalo? Caray se había emocionado y le palpitaba el corazón. ¿Le harían encargada? Eran tan caprichosos eligiendo cargos.

La mesa de los coordinadores estaba al fondo de la gran sala, separada por paneles de otras secciones. En un lado, estaba la Guerrero, a la que le había caído el apodo por apellidarse así y por su actitud belicosa desde que la hicieron coordinadora olvidando sus buenos modales de antaño. Ahora estaba inclinada sobre las hojas Excel, revisando los datos de las llamadas, con la pulcritud, el apasionamiento y la dedicación de una profesora de lengua en un mal día. En el otro lado, estaba aquel idiota de Luisma, hijo de algún pez gordo o semigordo, al que su supervisor le hacía el curro porque era más inútil que un cenicero en una Kawasaki
El cerdo de Raimundo se sentaba en el medio y en aquella ocasión lo hizo con una solemnidad desacostumbrada. Ella pudo observar que había un paquete de papel rojo y lazo verde encima del listado de llamadas que el tipo tenía a su derecha. No pudo evitar una sonrisa y para contener su ilusión, apretó sus manos con fuerza. 
Raimundo la miró. Sonrió a su vez. Le pegó un codazo a Luisma. Y carraspeó para que levantase la cabeza la obsesa de la Guerrero.
  • Tómalo. Es tuyo - Raimundo lo dejó a su alcance al otro lado de la mesa.
  • Gracias - balbuceó la mujer.
Nerviosa y algo confundida, se dispuso a abrirlo.
  • Te lo has ganado -comentó Raimundo con voz extraña.
Se hizo un lío con el lazo. Quitó el papel y al abrirlo dejo descubierto una caja de cartón de color gris. La abrió y se encontró con una lustrosa y hermosa patata reposando sobre un lecho de celofán.
La carcajada fue general, tanto entre los compañeros que ya estaban recogiendo sus cosas, como entre los coordinadores. A Guerrero le cayó baba en sus impecables hojas Excel y Luisma despertó momentáneamente de su atolondramiento. Raimundo sacó el descabello y remató a la chica haciendo gala de su ingenio y esperando que aquello llegara a los jefes.
  • Tienes una patata de regalo, porque es lo que te mereces. Hoy has hecho una "patata" de trabajo.  
A ella le cayeron cuatro o cinco lágrimas. Solo cuatro o cinco, mientras disminuía el barullo tras el escarnio público y la gente marchaba apresurada, no queriendo contaminarse con la escena degradante. 
Levantó la cabeza, miró al frente y luego a la patata. Dio media vuelta y se fue muy digna hasta su mesa.
Cogió el portanotas en forma de varilla que estaba junto a su PC y lo llevó de forma solemne a la mesa de los coordinadores. Ante el estupor general, ensartó la patata encima de los papeles y la aseguró con el clip del aparato. Tardo un rato en hacer fuego con el viejo mechero que le había regalado su abuelo.
  • Me gustan más asadas a la parrilla, pero hay que hacer de la necesidad virtud -dijo sonriendo.

15 junio 2023

La conspiración mundial contra el bidé

 
Inexplicablemente, me habían invitado a un congreso en Mugrienta dedicado a las nuevas lupas tecnológicas para huelebraguetas o sea para detectives como yo, un tipo incapaz de resistirse a una tentación pagada por otros. 
Lo malo es que tras tragarme todos los puntos del carnet me tenía que acoplar a un autobús de pasajeros que pintaba cojonudo. 
Visto desde fuera. 
Sin embargo, por dentro, desde la salida en Kaskarilleira las horas pasaban tan cargantes como en las antiguas torturas con ruedas, aunque los asientos ahora fueran ergonómicos, tuvieran un chisme para colgar las bebidas y reposabrazos adaptable. 
Solo quería llegar al hotelazo de cuatro estrellas y relajar mis ardores. 

La megalópolis me recibió como acostumbra: aparentando más de lo que puede ofrecerte. Todo a toda prisa y con desvarío para que no te acomodes a las cosas. Tras los trámites de rigor en recepción, con un tipo que parecía un crupier de casino, subí a mi habitación y me eché en la cama quitándome con gracia el sombrero Stetson. Hasta en la intimidad, siendo Fiz Arou, tienes que parecer cool. 
Pronto me levanté y me dirigí al cuarto de baño.
Fue una visita rápida. Transcurridos treinta segundos volví a la habitación y con gesto destemplado, me colgué la cartuchera del revolver y me puse la chaqueta. El portazo retumbó en el pasillo desierto y me fui para abajo en uno de los dos ascensores en servicio.
El crupier estaba solo ante el monitor de recepción y me lancé a por él.
  • ¿Dónde está el bidé?
  • ¿El bidé?
  • Sí, ¿Dónde coño han puesto el bidé en mi cuarto de baño?
  • Señor... su habitación no tiene bidé. 
  • ¿Está de coña? ¿Me ponen una ducha con mampara y no me ponen un bidé para apoyar mi trasero? 
Lo siento, fui un poco brusco, pero lo cierto es que agarré al empleado por las solapas a través del mostrador y le solté palabras muy ácidas:
  • ¿Cómo se supone que debo enfriar mis entrañables posaderas tras un montón de horas de autobús? Y no me diga que debo ponerme debajo de una ducha y mojarme entero cuando existe una cosa muy antigua llamada baño de asiento. ¿Es este un hotel de cuatro estrellas o un nido de pulgas con ínfulas?
Soy un tipo muy insistente cuando se me mete algo en la mollera y no iba a soltar la pieza, por eso le agarré más fuerte.
  • ¿Conoce usted los baños de asiento? 
  • Sí, claro que los conozco, pero es que aquí, para tener una habitación con bidé, hay que solicitarla previamente.
  • Ah, claro -reí con desprecio- quien necesita un bidé cuando se puede disfrutar del servicio de habitaciones, de un frigo cargado de bebidas, de una bandeja lleno de chocolatinas y frutos secos o de wifi gratis.
El recepcionista tragó saliva y balbuceó alguna excusa sobre la falta de demanda y los gustos cambiantes de los huéspedes modernos.
  • ¿Me está llamando rancio por querer usar un bidé? ¿Es que la gente moderna no tiene culo?
Se desprendió de mí con un gesto altanero y llamó a un botones que había asistido atónito a la discusión desde la entrada y sin bajar al ruedo.
  • Edelmiro, ayuda a este señor a llevar su equipaje a la habitación 237.
  • ¿Esa no era la habitación maldita de El Resplandor?
  • ¿Quiere o no quiere bidé?
En el ascensor, el botones estaba nervioso y sudaba un huevo. Al momento percibí que quería decirme algo. 
  • Suelta lo que me quieras contar.
  • Señor..., quizás no me va a creer, pero hay una conspiración mundial contra los bidés.
  • Venga, hombre, no me jodas.
El botones miró hacia ambos lados, asegurándose de que nadie más nos escuchara, y continuó con voz trémula.
  • No tiene por qué creerme, pero en este hotel hay muchos congresos, muchas reuniones y se aprende mucho si uno sabe poner el oído. Los empleados tenemos la ventaja de ser invisibles para los peces gordos... cuando conviene. Así he llegado a saber muchas cosas.
  • ¿Y por qué no vas al programa ese del Buque del Misterio de los domingos?
Le ofrecí un billete de 20 euros. Silencio. 
  • Dime que cosas -le mostré otro de 50 euros que desapareció rápido.
  • Hay una alianza entre los diseñadores de baños y el gremio de fontaneros y plomeros. Está financiada por la industria de la celulosa y la red de hoteles de postín, que por supuesto no quieren bidés.
  • ¿Pero qué ganan con privarnos de ese artilugio? ¿No pensarán que si se nos calienta el culo, quizás no se nos caliente la cabeza?
  • Eso lo tiene que averiguar usted, detective.
Ya estábamos delante de la habitación 237. El número de la siniestra habitación en el Hotel Overlook. La habitación con bidé en el hotel de Mugrienta
Despedí al tipo con alguna frase rotunda y otros 50 euros de bonificación. 
Ni diseñadores, ni fontaneros, ni hoteleros, ni CEO de empresas papeleras, aquel botones era el verdadero conspirador contra el bidé.