17 septiembre 2020

Cambiar el mundo lleva su tiempo

La pareja de militantes estaba inquieta aquella mañana. Nunca pensaron que les tocaría repartir propaganda electoral en un poblado chabolista, pero ahora entendían que el partido también debía llegar a los más desfavorecidos. 
Contemplaron desde arriba aquella acumulación de precarias y abigarradas viviendas fabricadas con tablas de madera, plástico y uralita. Estaban tan juntas, que parecían caravanas de colonos convertidas en improvisadas barricadas para defenderse de las acometidas de los indios
¿Quiénes eran los indios para aquellos habitantes del mismísimo infierno?
Ella y él miraron a todas partes esperando encontrar algo alentador en aquella apiñada desolación. No lo había. Podrían estar en una villa miseria de Buenos Aires, en una favela en Río, en un bidonville de Dakar o en un shanty town en Karachi. Respiraron a fondo y bajaron por un camino de tierra, seco en aquel otoño primerizo. Llegaron hasta la primera casa. Oyeron chillidos de niño, ruidos de cacharros y una ronca voz femenina pidiendo silencio.  Él golpeó la puerta con los nudillos y junto con su compañera, se puso a esperar la respuesta visiblemente ansioso. La mujer gorda que les abrió la puerta quizás era joven, pero no aparentaba menos de 60 años en sus rasgos gastados y sombríos. Más allá del umbral, detrás de ella, un niño de unos 4 años jugueteaba medio desnudo en el suelo de tierra.
  • ¿Qué quieren? ¿Son los del Banco de Alimentos? Ya tengo a mi hijo trabajando en el súper de repartidor. Espero que con lo que gana tengamos para todos. Tengo seis hijos y estoy sola, pero nos arreglaremos muy bien. Seguro.
  • No, no somos del Banco de Alimentos. 
  • Ah entonces serán de la asociación esa de la parroquia. Gracias pero como les he dicho no necesitamos. Mi hijo trabaja desde hace un mes y contamos con su jornal. 
  • No, no somos de ninguna parroquia. En realidad estamos yendo por las casas para...
  • ¿No serán inspectores escolares o de la Asistencia Social? Mis niños van todos los días al colegio y el que está aquí es porque no nos podemos permitir  una guardería privada y la municipal está muy lejos. Además no podría ir tiene algo de fiebre y tosió durante la noche. 
  • No, señora no. Venimos por otra cuestión. Estamos recorriendo las casas para entregarles nuestros folletos y pedirle el voto para el Partido del Pueblo de Snobia. ¿Suponemos que estará enterada de que hay elecciones?
  • Algo me suena, pero me da igual. Gane quien gane, seguiremos viviendo como ratas.
  • Se equivoca, cuando gobernemos nosotros eliminaremos este poblado y cada familia tendrá un piso espacioso. Podrán acogerse a una renta de inserción social que les permitirá vivir con cierta holgura. Sus hijos tendrán buenas oportunidades para estudiar y la sanidad pública será asequible para todos ustedes.
  • Claro y comeremos perdices. Ese es el cuento de la lechera y siendo muy ignorante, creo que son elecciones para elegir presidente. El chabolismo no es importante para elegir un presidente. Además les digo una cosa, mi hijo trae todo el dinero a casa y lo junta con lo poco que sacan los otros vendiendo cartones. Gana algo más pero lo reparte con sus hermanos y con su madre. Somos su familia, joder, él tiene trabajo y ellos no,  pero podría ser al revés y le gustaría que le hicieran a él lo que ahora hace él por los suyos. ¿Por qué a los políticos que dicen defendernos les cuesta tanto escucharnos? ¿Por qué no dejan de mirarnos como si nos tuvieran pena o asco? ¿Por qué se pelean entre ustedes si todos dicen querer los mejor para los que sufrimos? Deberían luchar juntos por lo mismo, como luchamos nosotros, pero están más preocupados por poner por delante el nombre de su partido que por arreglar las cosas.
  • La entendemos, dice cosas sensatas, pero es que no todos somos lo mismo. Unos no quieren cambiar nada y nosotros...
  •  Ustedes lo dejan para más adelante.
  • Tiene que comprender que cambiar el mundo lleva su tiempo.
  • Pues mientras tanto intenten cambiar lo más cercano y  sáquennos de esta miseria.
  • Para ello necesitamos sus votos.
  • Muchos no podremos votarles.
  • ¿Son extranjeros?
  • Hay de todo, pero los de aquí tampoco estamos empadronados. Vamos donde podemos o donde nos dejan estar.
  • ¿Entonces por qué nos hace perder el tiempo hablando con usted?
  • Lo acaban de decir, cambiar el mundo lleva su tiempo por lo tanto no hay peligro de perderlo escuchando a la gente que se dice defender y no quedarse solo con las frases bonitas que uno ha leído en algún libraco o discutido con sus camaradas de las pantallas. Sueñan con cambiar el mundo, pero a menudo se olvidan de despertar luego para ir mejorando lo menudo.

04 septiembre 2020

Tinieblas y fulgores de un hombre espejo

Al fin comprendí que el verdadero sentido de mi vida era ser un hombre espejo. Necesité mucho tiempo para aceptarlo. De natural tímido y reservado, me resultaba chocante la afición de la gente a acercarse y contarme sus más íntimos pesares a la menor oportunidad. En una ocasión, un policía municipal chulesco y prepotente que estaba poniendo una multa a mi coche, aparcado en flagrante doble fila, acabó llorando sobre mi hombro mientras me contaba que antes no era así, que se había vuelto un implacable cabrón a raíz de sorprender a su pareja acostada con el sargento que le hacía la puñeta en el cuartel. El uniformado veía en cada infractor un futuro candidato a ocupar su lecho conyugal y por ello, aunque se le encogía el corazón, tenía que desestimar mi descabellada idea de retirarme la sanción.
 

Empece a pensar que quizás tenía unas dotes fuera de lo común y que podía ser interesante no desaprovechar una espléndida oportunidad y poner en juego mis enormes potencialidades. Mi condición de próspero y avispado promotor inmobiliario me da muchas satisfacciones, sobre todo cuando compro favores o enladrillo paisajes, pero quizás en el futuro me sienta mal no sacar el partido debido a todo mi talento.

No obstante, algo me decía que me sobrevaloraba en demasía. En realidad los demás se acercaban a mí pero yo no tenía nada que contarles. Venían, me hacían partícipe de muchos detalles de su vida lastimosa y se marchaban aliviados. Yo me quedaba como un pasmarote sin haber dicho nada. Sé que los psicoanalistas hacen lo mismo pero en su caso cobran suculentas minutas mientras alargan sus supuestas terapias durante años y años. Los curas, aunque no cobran, pueden dar rienda suelta a sus más bajos instintos en el confesionario, tanto lanzando su rastrera mirada sobre los rincones más oscuros de la vida de sus fieles, como dictando sádicas penitencias que alivian su desbocada sexualidad reprimida.

¿Pero qué sacaba yo de esa inusitada eficacia como vertedero de desdichas? Tragaba con todo lo que me echaban encima pero luego no me sentía con capacidad de digerirlo. Era demasiado peso encima. Una carga que me hacía sentir débil y vulnerable. Casi de cristal. Como aquel Licenciado Vidriera del relato de Cervantes.

Claro, al fin lo entendí. No podía  liberarme de mi fragilidad pero podía hacer uso de ella. Debía pulirme. Hacerme más ligero, más plano. Tenía que recubrirme con una capa de metal  plateado que protegiese mi interior.
Con vuestra ayuda lo he conseguido.
Vosotros me habéis pulido con vuestros lamentos. Me habéis aligerado tras golpearme con vuestro pesado malestar. Me habéis convertido en un tipo plano con vuestra prepotencia ególatra. Habéis solidificado mi interior con una capa de indiferencia, inmutable a vuestros patéticos arañazos.
Gracias.
Gracias por todo.
Gracias por convertirme en un hombre espejo.