28 octubre 2019

Noche sin Caudillo en el Valle de los Caídos

El confesor se despertó de pronto en el cubículo oscuro. La Basílica estaba en silencio, al menos ya no se oía el eco de los escasos paseantes que se aventuraban en el Valle de los Caídos ahora que el Caudillo reposaba en Mingorrubio.
Una vez más, repitió el mantra tranquilizador.
  • ¡Profanación!
Luego se recolocó la estola sobre los hombros y extrajo el móvil de debajo del alba y la sotana.
¡¡Cristo bendito, las 8:37!! Se había quedado dormido durante casi dos horas. Nadie se había acercado ese día a hacer arqueo de sus pecados en su confesionario. Nadie se acercaría en cualquier otro día, pero él seguiría en su puesto, haciendo guardia bajo los luceros e impasible el ademán.
Se sonrió recordando el himno de la Falange e inmediatamente se puso tenso. En  aquel lluvioso día de semana del mes de octubre se había dejado vencer por la dulce benevolencia del sueño y aquel osario inhóspito, frío y despiadado había pasado a ser un pequeño islote soleado, caliente y familiar. Dios mío, incluso pasaron por aquel espacio seres de venenosa sensualidad pecaminosa. Se santiguó apresurado y decidió que esa noche apretaría un poco más el cinturón de su cilicio.
Salió del confesionario y se aventuró por la inmensa nave desierta y penumbrosa, iluminada arriba por las luces del triforio. De repente, oyó voces. No, no podían ser sus hermanos monjes, había pasado la hora de Vísperas y deberían estar cenando en el refectorio. Por su parte, los escasos vigilantes estarían jugando la partida en el cuarto de control y hasta las 10 no iniciarían la ronda.
Las voces venían de la entrada pero hasta los más furibundos franquistas ya habrían abandonado la explanada siendo ya de noche.
Eran voces extrañas, demasiado opacas en aquel recinto. Voces acompañadas de un horripilante retumbar metálico.
Aceleró el paso. Llegó al vestíbulo, vio unas masas borrosas moviéndose en la penumbra y haciendo entrechocar algo que provocaba un ruido descomunal. Sacó muy nervioso el manojo de llaves y logró abrir la reja temblando.
No, no podía ser. Las dos hornacinas laterales estaban vacías y por lo tanto aquellas figuras ciclópeas solo podían ser los ángeles custodios que las ocupaban, que las deberían ocupar si el mundo tuviera sentido.
  • Traidor, no permitiré que abandones tu puesto.
  • Déjame, quiero dar un paseo por la Basílica, estoy entumecido después de tantos años en este asqueroso nicho.
El primero se había puesto delante de la verja, espada en ristre, y acometía al segundo que porfiaba por entrar.  Este lanzó un golpe hacia abajo con su mandoble de bronce y el estruendo fue tan espantoso que el confesor se dio la vuelta subió un buen tramo de la reja y se quedó allí, agarrado y asustado. Las dos figuras bajaron sus espadas y se acometieron verbalmente.
  • Sabes que no puede ser, nuestra función es seguir de guardia y al pie del cañón, ya que con restos de cañones fuimos construidos.
  • Venga ya, no tenemos a nadie a quien proteger. Se han largado con los restos del viejo y según nos había contado él mismo, este era su mausoleo.
  • ¿Si es su mausoleo particular porque nos llegan desde dentro tantas voces tristes cada noche?
  • Quizás fuera un hombre de mucho poder y lo hayan enterrado con todos sus esclavos y parientes. En algún lugar antiguo lo hacían así. Debemos de enterarnos de lo que pasa ahí dentro.
  • Sabes que no me gustaban esos aires que se gastaba cuando venía a pasarnos revista porque decía que nos veía muy marciales, pero somos estatuas y debemos seguir donde nos pusieron.
  • Era un tipo bajito e insignificante y quiero conocer el secreto de su poder. Debemos entrar y conocer a la gente que debe tener ahí dentro tan subyugada, que nunca han venido a visitarnos.
  • Señores, disculpen, soy el confesor de la Basílica y no quiero entrometerme en sus asuntos, pero el Generalísimo se merece un respeto.
Los dos contendientes miraron  con asombro al ser vivo que acababa de hablar. El confesor bajo de la reja, extrajo el móvil, busco algo en él y cuando lo encontró, abrió las piernas, hinchó el pecho de viejo legionario y puso a las estatuas este vídeo, mientras soltaba con voz engolada:
  • Franco era este hombre.

Cuando terminó, satisfecho de si mismo, miró triunfalmente a los ángeles custodios pero éstos ni aplaudieron ni se pusieron firmes. Al contrario, las espadas se levantaron peligrosamente en sus poderosos brazos.
  • Sí, realmente era muy pesado con sus frases pomposas y esa voz aguda.
  • Creo que no deberías habérnoslo recordado, tuvimos que escuchar sus peroratas noche tras noche.
  • Sí, ahora nosotros nos sentimos idiotas por estar custodiando durante tantas noches a un individuo tan fatuo y redicho.
  • Eso que están diciendo es indigno y rastrero, el Generalísimo se merece otro trato - replicó el monje ofendido.
  • ¿Y tú que trato te mereces siendo tan pesado como él?
  • Creo que a este humano le gusta lo pesado y quizás le vendría bien probar la pesadez de nuestras espadas.
El confesor vio como las dos espadas se cernían sobre él y por centímetros pudo entrar y cerrar la puerta tras de sí. El choque metálico contra la reja fue tan brutal que quedó ensordecido y paralizado.
Una voz poco heroica le devolvió a la vida:
  • Hermano, despierte, se ha vuelto a quedar dormido en el confesionario.

06 octubre 2019

Cuando la Gran Pulpo se adueñó de la Facultad

A las 11:15 minutos de la mañana, el bar de la Facultad es un heterogéneo batiburrillo donde las diferentes castas parecen practicar un benéfico mestizaje. Pero es pura apariencia, debajo de un supuesto espacio sin rangos, hay una sutil maraña de relaciones que cualquier observador medianamente atento podría descubrir en análisis somero.
Angelita estaba preparada para el ajuste de cuentas. Contó hasta tres, pegó un respingo y abrió la puerta de cristal de doble hoja. La mitad de las mesas estaban ocupadas por los bulliciosos alumnos de grado. En las tres mesas alrededor del patio y  lejos de la chusma sin título, los estudiantes de máster componían un grupo singular y afectado. Detrás, un conjunto multicolor de bibliotecarias, informáticos y administrativos, charlaban indiferentes alrededor de las mesas restantes.
En la barra estaban los profesores en diversas órbitas departamentales que solo se rozaban en las esquinas. En algunas, el tamaño era mayor, casi siempre relacionado con la deferencia espacial exigida por el profesor preeminente. Ninguno de ellos -ni el catedrático endiosado, ni el visitante laureado, ni el emérito entrometido, ni el agregado maniobrero- tenían necesidad de dirigirse a los atareados camareros para pedir sus consumiciones o la tapa que no llegaba.  Esas eran labores asistenciales propias del profesorado subalterno.
Angelita se fue directa hacia el grupo más numeroso, en el centro mismo del mostrador, donde La Rancia se explayaba en alguna cuestión incuestionable, rodeada como siempre de su legión de acólitas y acólitos. Fue un amago de contacto, ya que tras pasar de largo, se instaló en una esquina. Sin embargo, el efecto estaba conseguido, al unísono, el colectivo departamental  le lanzó la mirada envenenada que esperaba. Ella permaneció pausada, pidió un cortado y les miro de soslayo con gesto displicente.
En el grupo había ebullición y una chica corpulenta,  tras señalarse agitadamente a si misma con el dedo, solicitó algo a La Rancia que se lo concedió con  gesto mayestático de la barbilla. La chica levantó los hombros, para demostrar sus poderes y se acercó amenazadora a Angelita.
  • Aquí no pintas nada. En esta Facultad no te queremos ni a ti ni a tus ideas estrambóticas.
  • Hay que ver lo que me manda, La Rancia, su última adquisición en el mercado de lacayos. No vas mal encaminada, si te lo curras bien quizás te consiga algún chollo para ampliar estudios en alguna universidad extranjera. Podrías vivir del cuento una temporada. Ella sabe como estimular el servilismo interesado.
  • No te consiento que me hables así.
Hizo un gesto de levantar el brazo izquierdo pero fue interceptado en el aire. La Rancia le cogió el brazo, la apartó a un lado y se enfrentó a Angelita.
  • Vaya, la matrona en persona. Es todo un honor que te acerques a mí a pesar de estar tan atareada. Hagamos recuento: estás organizando varios másters; diriges tu propio instituto de estudios indisciplinares; escribes, o firmas más bien, cientos de artículos teóricos mientras  asesoras a toda clase de organismos sobre lo que hay que hacer, lo que hay que decir o lo que hay que pensar. No es poco, pero es que además, eres la invitada más cotizada en muchas tertulias y seminarios de moda y recibes premios a tutiplén por tu trayectoria intachable. Es cierto que tu equipo de siervos te quita el trabajo más penoso pero aun así, chica, lo tuyo es el no va más. Lo que no acabo de entender es porque sigues en esta universidad de mierda pudiendo hacerlo en donde se cuecen las cosas.
  • Es que aquí es tierra de pulpos y yo soy la... Gran Pulpo.

La mujer a la que apodaban La Rancia giró si misma a una velocidad de vértigo y se convirtió en un fugaz torbellino. Camareros, estudiantes, postgrados, profesores y personal administrativo y de servicios escaparon de allí como si no hubiera un mañana. En cambio Angelita permaneció impávida, pegada a la taza de su café cortado.
Cuando cesó el ciclón, La Rancia estaba armada con unos poderosos tentáculos y una mirada viscosa.
  • Bravo, me encantan los efectos especiales - soltó Angelita con apenas un suspiro- Siempre se habló de tus múltiples agarraderas, pero nunca pensé que fueran tan literales.
  • Nadie resiste a una gran pulpo. Ni tan siquiera tú, piltrafa especulativa que me cuestionas.
Uno de los tentáculos acarició el cuello de Angelita longitudinalmente
  • Quería arreglar estas cosas en plan teórico como sería lógico en el ámbito académico, pero veo que tendré que deconstruirte de forma más drástica.
El segundo torbellino del día en el bar de la Facultad fue menos prolongado pero igualmente inquietante.
Cuando cesó, Angelita se había convertida en una superpulpeira en toda regla. Las enormes tijeras que aparecieron en su mano hicieron el resto...
Aquella misma tarde hubo una improvisada fiesta del pulpo en los jardines del campus. Lamentablemente, la afamada catedrática no pudo asistir, estaba cogiendo un avión hacia la gran metrópolis donde se cuecen las cosas ...pero luego no se usan tijeras.
Cuando Angelita volvió a casa y me contó la historia mientras me regaba en mi maceta, no pude menos que exclamar una vez más:
  • Mi poderosa Angelita.
(Otra historia de Angelita en este enlace)