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- Comprenderá que lo que nos pide es una locura imposible.
- Claro que es posible, Madre Superiora. Solo pido que se realice lo que el Señor me reveló cuando estaba cautivo por aquellas santas mujeres.
- Pero señor Preda...
- Señor De Preda, Madre Superiora. Máximo De Preda D'or, ese era mi nombre completo en el diabólico mundo exterior del que al fin me siento liberado.
- Pues como le iba a decir, señor De Preda, debería pensar que esas piadosas mujeres del club parroquial...
- Santas mujeres.
- Santas y sádicas a decir verdad. Le han dejado echado unos zorros.
- Me lo tenía merecido por mis atroces delitos.
- Si es lo que piensa no seré yo quien le desengañe, pero al menos reconozca que su cuerpo en un ambiente de privación -falto de afecto, alimento y actividad- pudo provocar que su mente se desorbitarse hasta hacerle ver alucinaciones de tipo místico.
- ¿Insinúa que eso es lo que le pasó a Santa Teresa o a San Juan de la Cruz entre otros cientos de santos? Ésto si que es una sorpresa. Nunca pensé que una Reverenda Madre pudiese negar la posibilidad de redención a un atribulado pecador confeso. Sé que mis faltas son de naturaleza criminal, he estafado a miles de humildes ciudadanos, pero nunca podría esperar que fuera rechazado por la misma Iglesia que ha elevado a los altares a viejos malhechores más o menos rehabilitados.
- Sr. De Preda, la Iglesia no lo rechaza, ni yo tampoco. Lo que no puede es convertirle en miembro de nuestra Congregación.
- ¿Por qué?
- Porque somos las Hermanitas Redentoras de los Golfos Despiadados. No hay Hermanitos en nuestra Comunidad. Usted es un hombre y nosotras mujeres.
- Pero yo conozco a los golfos despiadados. Los conozco al dedillo por haber sido uno de ellos. ¿Quién puede ser de mejor ayuda en su labor pastoral. ¿Y en realidad, a quién puede importarle que Sor Revivida haya sido anteriormente un peligroso tiburón de la banca? Solo quiero llevar una vida anónima para liberarme de mis pecados, ayudar a mis semejantes y honrar a Dios.
- Compréndalo, el anonimato es imposible. A las autoridades eclesiásticas no se les escapa nada y menos un travestismo tal palmario. Habría que pedir una dispensa papal. ¿Ha pensado en el precio?
- ¿El precio de qué?
- El precio que está dispuesto a pagar por sus pecados, así podremos ayudarle a desprenderse de ellos como es debido. Supongo que los tendrá a buen recaudo. No debería ser avariciosa, Sor Revivida, recuerde que la Iglesia está muy necesitada.
No, las chicas del club parroquial no somos tan mojigatas e inocentes como quereis pensar. Pero nos conviene. Nos conviene que creáis que somo unas maduras bobaliconas que solo sabemos hacer manualidades, compartir recetas de cocina, jugar a la cartas o aprender a tocar la pandereta mientras nos tomamos una copita de anís. Así nos dejáis tranquilas y podemos dedicarnos en cuerpo y alma a nuestras sutiles maquinaciones.
Veo vuestras sonrisas condescendientes y ese gesto de amable desprecio con que nos llamáis "pobrecitas". Vuestra soberbia os encoge la mollera y nos permite ver más allá. Mejor así, si no fuerais unos mequetrefes sin cerebro ya sabrías que fuimos nosotras las que intentamos secuestrar a Pedro Raúl Trigales,"El Adonis del Caribe" (ver entrada) y sólo el destino, en forma de inoportuno archivero, (ver entrada) impidió que aquel cantante divino se convirtiera en juguete de nuestras pasiones. Al deshacernos de aquel viejo pringoso decidimos tomarnos un tiempo de reflexión antes de lanzarnos a nuevas audacias.
La oportunidad llegó algunos años más tarde y otra vez fue la sabuesa de Elvira, la panadera, las que nos puso tras la pista de la nueva presa. Fue ella la que descubrió luces en el viejo caserón. La que vio un coche de gran cilindrada en la entrada a las antiguas cuadras y por tanto las que nos permitió deducir que el banquero había vuelto al pazo que había comprado por unos miserables euros al viejo hidalgo arruinado. Una buena guarida para ese desalmado bastardo en espera de que las aguas se remansasen para poder largarse sin riesgo al extranjero. Pocos conocían que era dueño de aquella propiedad y menos las miles de personas a los que había estafado en sus ahorros. Pero nosotras sí y estábamos preparadas para darle su merecido escarmiento.
Hicimos guardia para vigilarlo día y noche. En la mansión solo le acompañaban una cocinera, una sirvienta y un chófer enorme que seguramente también ejercía de guardaespaldas. La comida le llegaba en una furgoneta de reparto y parecía que el tipo no estaba dispuesto a dejar su madriguera por nada del mundo. Pero no era así, un día al amanecer y en medio de una espesa niebla, Remedios lo vio salir de la casa con un sombrero flexible y un largo gabán oscuro cuyas largas solapas le tapaban la boca. Llevaba un perro perdiguero bien agarrado por el cinto. Tras una paseo por los prados cercanos se internó en el pequeño bosque de pinos. Media hora después estaba de vuelta, a salvo tras el inmenso portón. Al día siguiente ocurrió lo mismo a la misma hora y volvió a salir al tercero. Al cuarto, las cosas fueron diferentes, el perro corrió tras una liebre y dejo a su amo desguarnecido ante lo que se le vino encima. Fue duro para el pensionista multimillonario ser golpeado, arrastrado por el campo dentro de un saco e introducido en una camioneta con olor a pan fresco. También fue duro volver a ser arrastrado con los ojos tapados a través de una escalera húmeda e interminable para acabar en una especie de alacena con olor a meos de gato. Días y más días en soledad y con la mínima compañía de una palangana, un orinal, una mesa de madera baja, una silla, un viejo catre y la colección de homilías de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Dos veces al día pan, agua y algo de embutido introducidos por una mínima compuerta en la que casi no cabían sus manos. Dos veces al día entregando el cargado orinal para recibirlo de nuevo más o menos limpio. Podía haber sido peor, al menos estaba vivo y aunque muriese, su fortuna continuaría a salvo de aquellos sanguinarios terroristas en aquel lejano y bucólico paraíso fiscal.
- ¡Vamos, corre!
- No es necesario, no están.
- ¿Cómo que no están? Siempre están.
- Convéncete, la gran luz acabó con ellos.
- ¿Estás seguro? Eran muy fuertes no puede terminar con ellos una simple luz llegada de arriba.
- Pura apariencia. No eran nada. Muchos y ruidosos pero insustanciales para el mundo. Sobreviviremos a su ausencia.
- No sé si hacerte caso, eran taimados y vengativos, puede que esten escondidos esperando la oportunidad de caer sobre nosotros
- ¿Nosotros? No me hagas reír, nunca les hemos preocupado lo suficiente. Nos usaban para darse miedo o para culparnos de sus dolencias y epidemias. Estamos mejor preparados para la supervivencia pero ellos prefirieron ignorarlo o quizás solo se atrevían a susurrarlo en voz baja, como si se tratara de una pesadilla imposible. Solo éramos la escoria que se alimentaba de su propia escoria.
- Pues si es así, al menos debemos reconocer que han sido muy generosos. Tras su marcha nos han dejado preparado un fabuloso banquete.
- Es cierto, dejémonos de cháchara. Mueve tu sucio culo de rata y disponte para el gran festín.