El recuerdo de los viejos días de gloria deportiva no aminoraban su sensación de inutilidad presente. Se había convertido en un robot de salón. Un maniquí alto y almidonado condenado a la perpetua sonrisa y al estrechamanos. Por lo menos esas pedigüeñas estatuas humanas que pululan por calles y parques se ganan la vida poniendo el plato ante los viandantes. Él no. Más allá de las ubres de su familia política el mundo se había convertido en un territorio vedado. Aburrido decidió a matricularse en una de esas escuelas de negocios pijas que prometen convertir a cualquier cabeza hueca de familia bien en uno de esos venerados robagallinas que aparecen puntualmente en las listas Forbes. Lo curioso es que éstos no suelen visitan esos centros. Si lo hacen es para dar una conferencia que deja exhausta la caja de caudales por largo tiempo.
La carrera no le fue nada mal. Tuvo suerte. Su hambre de actividad tropezó con las ganas de triunfar de un tutor ambicioso empeñado en hacer realidad sus librescas fantasías financieras. Si hubiera justicia, su largo y provechoso proyecto fin de carrera hubiera merecido un cum laude. Le entusiasmaba salir al camino y comprobar que los gigantes eran solo inofensivos molinos cuando su nombre entraba en juego. Un nombre con el poder de aflojar puertas y carteras. Era bonito pero poco duró. La familia tomó cartas en el asunto y tuvo que irse a un aburrido retiro dorado. Hasta que todo se complicó recordaba con nostalgia los viejos tiempos. Como si hubiera renovado las viejas hazañas deportivas. Nunca pensó que aquellos con los que había chalaneado, fueran tan cobardes como para cantar La Traviata a la más mínima presión. No, no eran deportistas como él.
Siguió hablando y hablando. Justificándose. Sin salirse un centímetro del manido discurso que habían perfilado los medios. Pero yo sabía que había algo más. Estaba seguro. Mis muchos años de experiencia detectivesca en mi amada Kaskarilleira no me permitían pensar otra cosa. Aquel tipo mentía o al menos no decía toda la verdad. No es que me importara mucho. Había cumplido con mi parte y mi recompensa estaba a buen recaudo en un caja fuerte de las Islas Caimán.
Una escena memorable y bizarra digna de este país de chirigota. Como cuando aquel guardia civil entró en el Congreso pistola en alto. Ahora por lo menos la cosa tenía su toque aventurero. Como una vieja película de Burt Lancaster o Erroll Flynn. ¿Quién iba a imaginar que un jinete a caballo, enmascarado y disfrazado como bandolero de Sierra Morena iba a saltar sobre la muchedumbre increpante; sobre las cámaras, los micrófonos y los reporteros; sobre el cordón policial y en pleno paseillo hacia el juzgado agarraría de la mano a aquel tipo enorme, como pesaba el muy cabrón, para que se sentase en la grupa antes de salir por patas y dejar a todo dios con la boca abierta?
Ahora ya estaba a salvo de todos. Menos de si mismo.
INCIPIT 1.524. BAD HOMBRE / POLA OLOIXARAC
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