22 febrero 2010

Sobre el inexplicable altruismo de los correctores verbales


Señoras y señores:
 

Esta entrada pretende ser un sincero homenaje a todas esas personas que de forma altruista y con loable empeño dedican sus desvelos y su tiempo libre -incluso el ocupado- a la ingrata tarea de aclarar, corregir, puntualizar, matizar, anotar, mejorar, fijar, limpiar -esperáis que diga ahora "y dar esplendor "¿a qué si? pues os  equivocáis, prefiero decir: -y abrillantar la expresión oral de sus semejantes. Todo ello de forma amateur, sin recibir gratificación económica alguna y lo más importante: sin que nadie se lo haya pedido.
  • Entonces quizás debiéramos llamarlos correctores orales o verbales.
  • Sí, podríamos llamarlos así.
  • Pero cabría la posibilidad de que la gente los confundiese con los correctores bucales que se usan en las ortodoncias torturando el ego de niños y adolescentes.
  • Podría ser así, los correctores verbales también torturan el ego de sus víctimas aunque el propósito sea siempre filantrópico, ¿Me permite seguir?
  • Claro, usted es el conferenciante.
Como iba diciendo, los que desde ahora llamaremos correctores verbales para evitar confusiones, son seres desinteresados que inexplicablemente ejercen su apostolado entre los humanos corrientes sin esperar recompensa material.
  • La esperarán de otro tipo. No solo de pan vive el hombre.
  • Por lo que veo, usted lo sabe todo. A ver ¿dígame que recompensas?
  • No quiero ser ordinario en su presencia, pero contemple la posibilidad de que lo hagan para putear.
  • ¿Para putear? ¿Cuando la joven mamá le está contando el cuento de Caperucita a su hijita de cinco años y ésta le corrige ante la imposibilidad de que un canis lupus corriente puede tragarse una abuelita standard del bosque -digamos de 155 centímetros de estatura y 50 kilos de peso- sin haber sido previamente masticada por su poderosa dentadura y luego de deglutida que pueda convertirse en bolo alimenticio de inabarcables proporciones lanzado cual avalancha, esófago abajo, hacia las simas estomacales....
  • ¿Qué?
  • ¿Cuando pasa eso, lo que quiere la niñita sabionda es ejem... putear a su madre?
  • Está claro, la hija no cree lo que la madre le dice y llega a  pensar que le toma por idiota; por lo tanto, en legítima defensa, se siente en condiciones de darle su merecido poniéndola en evidencia.
  • No aceptaré nunca su abominable tesis. No puede haber tanta maldad en el mundo, tanto resquemor, tanta violencia y conflicto. Detrás de los correctores verbales, y más en el caso de la niña, solo puede haber buenas intenciones.
  • La mejor de las intenciones, por lo menos para sus intereses: dejar a sus víctimas en evidencia y ponerse por encima de ellas.
  • Usted es corrector verbal ¿verdad? Usted quiere ponerse por encima de mi.
  • Podría ser, pero no debería preocuparse demasiado. Según su tesis todo es producto de la  filantropía, de un afán desinteresado, de un puro e inexplicable altruismo.

10 febrero 2010

Sobre la creación de un Comite de Damnificados por las Insidias de los Figurones

Nadie quiere decirlo o al menos nadie lo expresa con suficiente claridad. Es como si hubiese un miedo soterrado a manifestarse con franqueza en un tema de tanta enjundia. Un tema que se convierte en plaga bíblica en pequeñas villas, pueblos grandes, ciudades durmientes en su heroico pasado y urbes medianas con pretensiones de grandeza futura. También en las grandes ciudades, pero su efecto malsano se diluye ante la necesidad de mantener el pellejo intacto en un entorno hostil e inhumano.
Me estoy refiriendo a la dañina plaga de los figurones. Esos seres fastidiosos que en su expresión más modesta está formado por engolados ciudadanos que a partir de la media tarde acuden a  determinadas zonas urbanas, las más concurridas, para cazar incautos e inocularles el veneno de sus conocimientos mundanos. Saberes adquiridos con la única finalidad de atosigar a sus víctimas, atraparlas en su pegajosa red de nimiedades y reducirlas luego a condición subhumana. 
  • ¿Cómo es posible no conocer a fulanito de tal, no haber comido en el restaurante cual, no haber viajado allá o no haber visto nunca aquel otro? 
  • ¿Cómo es posible no pensar lo que hay que pensar, no decir lo que hay que decir, no sentir lo que hay que sentir?
Sí, amigos, se trata de una epidemia activa y persistente  de mucho éxito a lo largo de los siglos; baste recordar que en el Siglo de Oro existió un subgénero teatral titulado "Comedias del figurón" Se trata de una pandemia que sin estar en el repertorio de la OMS -más preocupada por inventarse males según dicten las farmacéuticas de turno- ha sabido penetrar en la vida moderna hasta el punto de que no hay autoridad civil, militar y religiosa que no haya sido contaminado por ella.
Pero no solo las autoridades. No señor. La entronización de cocinillas con firma, playboys, cortesanas de luxe, costureros, asesinos de toros y demás ralea couché habla a las claras de que esta insidiosa plaga sigue avanzando hasta límites impensables.  
¿Podremos salvarnos? 
¿Tendremos el coraje suficiente para hacerles frente?
¿Podremos sobrevivir a estos ladrones de cuerpos, a estos ladrones de almas, sabiendo que están al acecho de nuestra más leve debilidad? 
Os invito pues a crear un Comite de Damnificados por las Insidias de los Figurones que establecerá estrategias de lucha para defendernos de ellos y nos  llevará, sin ningún género de duda, a un amanecer de libertad.
Yo, por mi parte, no pondré reparos a capitanear la lucha.

01 febrero 2010

La insoportable impiedad de los corredores de acera

Sé que algún día me pillarán, lo sé. 
Seguramente será a la atardecida cuando venga del supermercado más cercano, nunca suficientemente cercano si hay que venir cargado cual Cristo Redentor con toda la compra de la semana. No tendré entonces donde guarecerme y tan siquiera podré defenderme con brazos y piernas de su devastadora prepotencia. Llegarán silenciosos y me alcanzarán por detrás, a traición, como hacen siempre. No les importa nada. Se sienten amparados por la marca de sus zapatillas. Por la elasticidad y comodidad de su ropa deportiva. Por su espíritu grupal, casi gregario. Están juntos, forman parte de una comunidad de hombres sudorosos y yo soy un mero obstáculo en su camino, una simple mancha que decora el paisaje.
Antes no eran tan atrevidos, no. Antes iban a zonas no pobladas, a los parques, al extrarradio. Nadie les decía nada y ellos se entregaban a su pasión en plena naturaleza y en las mejores condiciones. Quizás fue allí donde anidó su espíritu impío. Se sintieron tan poderosos, tan aguerridos en la soledad campestre que creyeron alcanzar cierta forma impunidad. Un día, alguno de esos tipos, de los más avezados, descubrió que era increíblemente divertido esquivar peatones mientras corría para pillar un autobús.
Seguro que se dijo todas esas cosas que se dicen los pijos cuando descubren algún nuevo deporte de riesgo: “¡Qué sensación! ¡Oghhhh!” Al día siguiente el pionero comentó la buena nueva a sus colegas que quedaron deslumbrados con el impar descubrimiento. En la actualidad son legión e inflaman las calles cuando el sol empieza a esconderse. Por eso sé que inevitablemente algún día me toparé con ellos y ninguna de las dos partes tendrá tiempo de reaccionar. Chocaremos y ellos atacando desde atrás llevarán la mejor parte. Caeré al suelo pesadamente y se me desparramará toda la compra de la semana. Seguirán corriendo. Ninguno de ellos se parará a ayudarme a recoger las naranjas y los melocotones, los muy cabrones. Hasta puede que me pisen un callo.
¡Cómo los odio!

¡Sé que nunca podré perdonárselo! 
¡Lo sé!