Hubo el reconocimiento de rigor, me indicó destino y tras dejar la maleta en el portaequipajes, se sentó majestuoso y soberbio en el asiento trasero acompañado de su maletín de piel Louis Vuitton, su iPad de última generación, un portadocumentos de piel de becerro de Dior, una Moleskine tamaño familiar, dos móviles con el símbolo de la manzanita mordida bien visible y una pluma estilográfica Pelikan que debería costar lo que un sueldo de funcionario medio y que extrajo de su impecable americana de sastrería para escribir algo en el blog de notas.
"Le veo muy bien equipado" solté sin estridencias mientras arrancaba.
"Ah"-dijo tras constatar mi existencia física como ser tangible dentro de su espacio vital inmediato. "Es solo lo necesario para mi trabajo".
"Valiente gilipollas" pensé sin recato.
Perdidos mis pudores, me lancé al asalto "¿Usted es de aquí, verdad?"
"Oh sí, de Kaskarilleira mismo. Mi infancia y primera adolescencia fue arrullada por los lamentos de la mar oceánica y acariciada por la húmeda arena de nuestras hermosas playas. ¿Acaso me conoce?"
Me chirriaron los dientes con asco pero aún pude decir: "Sí, lo he visto en Internet".
"Vaya, se puede decir que tengo una relativa fama en el medio. No soy un youtuber famoso como los que están en boga pero sí, como influencer tengo algún caché entre los profesionales de prestigio. Ahora mismo estoy organizando un conjunto de charlas que voy a impartir en el M.I.T. acompañado de grandes eminencias internacionales... " Siguió contándome sus planes de futuro dos minutos más y luego se río de forma extrañamente ridícula para hombre tan relamido.
Mi idea inicial era pedirle asesoramiento para trasladar mi negocio detectivesco a las redes sociales. Últimamente no me comía un colín y quizás la solución fuera crear algo así como una oficina de investigación por el Facebook, Twitter o lo que se terciase. El tipo pretendía ser un hacha adivinando el radiante futuro tecnológico que nos espera con toda clase de tecnológicos cachivaches y cuando encontraba resistencias, desacuerdos o simplemente sus previsiones no se cumplían, achacaba la culpa a la brecha digital, al peso del conformismo ciego y a las consabidas inercias estructurales de un sistema que se niega a evolucionar.
Da igual, mi gozo en un pozo. Soy un buen lector de almas y la de aquel tío me auguraba lo peor. No merecía la pena intentarlo con aquel baboso. No, no merecía la pena. Se reiría de mis proyectos y hasta era capaz de darme una palmadita condescendiente en el hombro para consolarme. Di un brusco volantazo y en vez de ir al centro me desvié por un camino lateral mientras se oían las primeras protestas de mi pasajero. Luego paré.
"¿Qué hace? ¿Por qué se está desviado? ¿Se ha vuelto loco? ¿Cómo me hace eso a mí sabiendo quien soy yo ? Abrí la tapa del salpicadero y saqué la VP4, un pistola anestésica de veterinario ...
Hasta cuatro días más tarde no apareció la noticia en los medios. El célebre adalid del mundo digital, el gran guía teórico de la tecnología de la información y de la nueva economía colaborativa, el profeta de la innovación y del prometedor futuro, había aparecido en extrañas circunstancias aunque completamente ileso en una aldea remota y medio abandonada a un centenar de kilometros de Kaskarilleira.
No había mucho más, pero en las redes el rumor creció como una ola hasta convertirse en tsunami: el tipo había aparecido encima de un almiar y su estado era plenamente satisfactorio y feliz después de haberles contado a urracas, cuervos y mirlos, las gratas noticias que el futuro les reserva.
Mi idea inicial era pedirle asesoramiento para trasladar mi negocio detectivesco a las redes sociales. Últimamente no me comía un colín y quizás la solución fuera crear algo así como una oficina de investigación por el Facebook, Twitter o lo que se terciase. El tipo pretendía ser un hacha adivinando el radiante futuro tecnológico que nos espera con toda clase de tecnológicos cachivaches y cuando encontraba resistencias, desacuerdos o simplemente sus previsiones no se cumplían, achacaba la culpa a la brecha digital, al peso del conformismo ciego y a las consabidas inercias estructurales de un sistema que se niega a evolucionar.
Da igual, mi gozo en un pozo. Soy un buen lector de almas y la de aquel tío me auguraba lo peor. No merecía la pena intentarlo con aquel baboso. No, no merecía la pena. Se reiría de mis proyectos y hasta era capaz de darme una palmadita condescendiente en el hombro para consolarme. Di un brusco volantazo y en vez de ir al centro me desvié por un camino lateral mientras se oían las primeras protestas de mi pasajero. Luego paré.
"¿Qué hace? ¿Por qué se está desviado? ¿Se ha vuelto loco? ¿Cómo me hace eso a mí sabiendo quien soy yo ? Abrí la tapa del salpicadero y saqué la VP4, un pistola anestésica de veterinario ...
Hasta cuatro días más tarde no apareció la noticia en los medios. El célebre adalid del mundo digital, el gran guía teórico de la tecnología de la información y de la nueva economía colaborativa, el profeta de la innovación y del prometedor futuro, había aparecido en extrañas circunstancias aunque completamente ileso en una aldea remota y medio abandonada a un centenar de kilometros de Kaskarilleira.
No había mucho más, pero en las redes el rumor creció como una ola hasta convertirse en tsunami: el tipo había aparecido encima de un almiar y su estado era plenamente satisfactorio y feliz después de haberles contado a urracas, cuervos y mirlos, las gratas noticias que el futuro les reserva.
(Capítulo 47 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)