25 noviembre 2021

Baja y da la cara, escritor


Son las cuatro y  diez de la mañana. Estoy asomado en el borde de una colina y hace un frío del carajo. Mis prismáticos de visión nocturna me permiten ver la pista de despegue y el enorme hangar desde donde el siniestro Doctor Krapp enviará su nueva remesa de políticos populistas pasteurizados a diferentes países. 
Recibí la llamada tres días atrás.
  • La próxima entrega será el 27 de noviembre antes del amanecer. Tienen una pista propia más allá de los antiguos terrenos de la central térmica. Es difícil no verla, está en el único monte que no tiene aerogeneradores jodiendo el paisaje.
  • ¡Te tengo, Krapp, maldita sea! -grité triunfal para mí mismo.
"Maldita sea" he gritado ahora. Son las cinco y cuarto de la mañana. Solo hace unos minutos que ha  aterrizado la avioneta plateada que había empezado a rugir fantasmal en el cielo estrellado cuando encendieron los focos. Nadie ha salido del aparato, pero sé que ahí no está el perverso doctor. Debe llegar por tierra para poder entregar la mercancía.
Ocho minutos para las seis y Krapp no aparece. Estoy inquieto, nervioso. ¿Será que no puede entregarla a tiempo por la crisis global de suministros? No me lo creo, esa cantinela puede  ser usada para acojonarnos pero no va con él. El cabrón se siente por encima del bien y del mal y seguro que fabrica sus propios microchips o tiene acuerdos con los que dominan el mercado en Corea del Sur o Taiwán.
Siete y tres minutos. ¿Dónde estás, Krapp? ¿Dónde te escondes, déspota cruel?
  • No me escondo. Estoy al otro lado de la pantalla. Escribiendo tu historia.
  • ¿Mi historia? ¿Eres el supremo hacedor? Baja y da la cara.
  • Soy tu hacedor, el que te ha inventado y te aseguro que no me apetece nada pelearme contigo ahí abajo a las 7 y pico de la mañana con un frío de la leche en pleno mes de noviembre. Estoy aquí, muy tranquilo y confortable en mi sillón, pensando en lo que vas a decir ahora.
  • ¿Entonces mi boquita es la tuya, campeón?
  • Es lo bueno de ser un dios, ¿Te gusta el tono chulesco que te acabo de poner?
  • Al parecer solo soy tu marioneta sin nombre.
  • Tienes nombre, eres Fiz Arou, detective privado en Kaskarilleira. No te quejes, has sido protagonista en muchas de mis  historias y hasta en una de principios del 2018 he dejado que me replicases.
  • Me acuerdo, me dejaste en una taberna de un asteroide de Saturno durante más de un mes y en plenas Navidades. 
  • No lloriquees tanto,  solamente las criaturas privilegiadas pueden tener contacto directo con su deidad. Tus compañeros del blog nunca llegaron a tanto.
  • Menos monsergas, tú lo que quieres es hacer una entrada original para pasmar a tus lectores.
  • Difícilmente voy a pasmarles con un título tan explícito y si mis broncas contigo ya tienen antecedentes.
  • Al final vas a ser un letraherido al que debemos compadecer. Pobrecito.
  • Te recuerdo que tú no existes, solo eres un personaje.
  • Un personaje al que antes de este inútil diálogo, abandonaste a su suerte en una colina.  ¿No te acuerdas o estás falto de ideas?
  • Te dejo con la duda. Quizás no me apetecía trasladarme hasta allí por el frío. Es duro ser personaje y autor de tu propia historia. Ahora voy a terminarla.
  • ¿Vas a cortarla a las bravas? Te falta tu típico final sorprendente, Woody Allen.
  • Sí, esta vez voy a ser previsible, Fiz.
  • Defraudarás a tus lectores.

 (Capítulo 60 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)

 
 

11 noviembre 2021

Salvando a la niña que avergonzó al Emperador


Diario de navegación del detective privado Fiz Arou a bordo de su contenedor de basura transtemporal y en ocasiones salvacuentos.

 Llegué muy a tiempo. La procesión había empezado. El Emperador salía de palacio bajo palio y con aire pomposo. Las multitudes, debidamente sobornadas con bolsas de bocadillos, chuches para niños y días de asuntos propios, empezaron a aclamarlo en voz alta como a un Generalísimo cualquiera. Por debajo comenzaron  a oírse silbantes cuchicheos al ver al gobernante en cueros. 

Intrépido como siempre, me interné entre la muchedumbre a base de oportunos codazos y algún certero rodillazo. Sabía lo que iba a pasar, pero no estaba seguro de donde se produciría el suceso. Es lo malo de los cuentos, no hay GPS y tienden a la indefinición geográfica. Solo me ayudaba mi intuición detectivesca. Muchos niños iban a su aire y sin tutela paterna, lo que me resultaba un extraño arcaísmo. Por si fuera poco, portaban ramos de flores y en vez de jugar con el móvil estaban expectantes hacia lo que ocurría a su alrededor.  Una joven adolescente se destacaba del resto. Se había encaramado ágilmente a la punta de uno de los pabellones destinado a la Corte justo enfrente al que ocuparía el emperador.

  • Esa es - me dije.
  • ¿Una chica? -me contesté.
  • Hans Christian le cambió el sexo -le respondió mi lado espabilado.
  • Maldito patriarcado- se atrevió a sentenciar mi parte dubitativa.

Me puse debajo del tinglado y esperé la ocasión. Cuando llegó el desfile real oí el esperado: 

  • "¡Pero si no lleva nada!" 

Y haciéndome pasar por el padre de la criatura solté aquello de: 

  • ¡Dios bendito, escuchad la voz de la inocencia!"
  • Oh, oh, oh -soltó el rebaño

Andersen comenta que el Emperador se puso todavía más altivo que antes y siguió como si nada. No es cierto, yo vi a un tipo abochornado, colorado como un tomate en sazón y con la dignidad por los suelos. Andersen es un cuentista.

  • Larguémonos - le grité a la adolescente
  • ¿Por queeeé? - me soltó sin moverse.
  • Porque los adultos no soportan que los niños los tomen por idiotas y después de las aclamaciones por quitarles la venda de los ojos, vendrán a por ti. Y no con buenas intenciones.
  • ¿Y tú quién eres para tratar de salvarme?
  • Fiz Arou, detective privado en contenedor y recomponedor de historias mal acabadas. Baja ya si quieres salvar el pellejo.
Se deslizó como una centella bajando por la barra y aterrizó a mi lado. La gente estaba inmovil, en estado de muda estupefacción y solo algunas risas aisladas rompían la unanimidad de la manada.
Corrimos sin obstáculos y mientras salíamos de la plaza le pregunté a la chica:
  • ¿Dónde viven tus padres?
  • Soy huérfana. 
  • ¿Y dónde vives?
  • En un apartamento en la playa, tengo una amiga que me lo deja cuando ella vuelve al mar.
  • ¿Es marina o pescadora?
  • No, es sirena.
  • Ah Ariel.
  • ¿Ariel?
  • Así la llaman en la película de Disney.
  • ¿Quién es Disney?
  • Uff vaya lío. Luego te lo cuento aunque no es de este cuento.  Ya estamos llegando al contenedor. Nos meteremos dentro e iremos junto a tu amiga en un momento.

(Capítulo 59 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)