20 julio 2017

Detective de viaje por Saturno

 Diario de navegación del detective privado Fiz Arou a bordo de su contenedor de basura transtemporal 

Cansado de las penurias del pasado y del papanatismo del presente, he decidido darme un garbeo por el futuro. El panel indicador me dice que estamos llegando a la fecha estelar 2131.07.20 y que estoy dando vueltas como una peonza alrededor de los anillos de Saturno a la busca y captura de Egonia 2.0.
Sí, ya sé que vuestros conocimientos de futurología son realmente lamentable y yo no tengo vocación de profesor.  Lo resumiré en pocas palabras: Egonia 2.0 es el satélite de Saturno al que se trasladaron los egonios cuando se marcharon de la Tierra.
La cuestión es que se les habían subido los humos a la cabeza convirtiéndose en un pueblo orgulloso y petulante. Se creían los mejores porque impusieron sus modas y su estilo de vida al resto de sus congéneres humanos. Supieron colonizar las mentes ajenas sin necesidad de usar armas y prescindieron de la habitual cascada de sangre. 
Eran épocas de comunicaciones primitivas pero tuvieron éxito. Lograron construir una red psicológica que  manejaba a su libre capricho al resto de la humanidad por encima de instituciones represivas o representativas,  supranacionales o comarcales, gubernamentales u opositoras, industriales, sindicales, agrícolas o financieras etc... 
Era un poder discreto, versátil, cultureta, muy liviano y enormemente vigoroso a pesar de su elegante ligereza.
Pero llegó la decadencia. Las redes informáticas, la tecnología y los nuevas tácticas persuasivas del marketing y la publicidad fueron arrinconando la psicología individual en beneficio de la grosera y redundante psicología de masas que nos devolvió al pensamiento primitivo. Dura experiencia para los altivos y engreídos egonios que se sintieron rechazados por aquellos mismos que con anterioridad les entregarían cuerpo y alma por un poco de atención. 
Se volvieron paranoicos. 
Se plegaron sobre si mismos encerrándose en su vieja carcasa territorial. 
Convirtieron su presente en un mero eco de un heroico pasado glorificado hasta niveles imposibles. 
Suspicaces hasta el límite, rechazaron todo contacto con el mundo exterior y escapando del hoy se limitaron a regurgitar, una y otra vez, las viejas lecciones del ayer. 
La situación de malestar fue en progresivo aumento y en algunos sectores empezó a cuajar una idea extrema: hacerse con un satélite saturniano y abandonar la Tierra para no tener que seguir soportando las vilezas y mezquindades de una humanidad abyecta.
Llegadas las elecciones, triunfaron los partidarios del exilio frente a la facción proterrícola. Unilateralmente y sin consultar a la otra parte, el grupo vencedor inició los trámites para el gran éxodo. En tres años comenzó el laborioso traslado al satélite, adecuadamente acondicionado, y en cinco más el asentamiento llegó a su fin. La vieja Egonia terrestre quedó abandonada a su suerte, poblada por un montón de ancianos atolondrados que se resistían a dejar atrás sus raíces y por sectores minoritarios ultraterrícolas, en su mayor parte servidumbre inmigrante, que se sintió liberada.
En la colonia saturniana se celebró la gran fiesta de inauguración territorial  y la sorpresa llegó al final. Fue entonces cuando los habitantes de Egonia 2.0 desconectaron todos los sistemas de comunicación que les unían al resto del Universo. 

El Gran Apagón Egonio consiguió lo que querían: hacerlos libres e independientes de una santa vez.
No se ha vuelto a saber de ellos. Hasta que yo los localice, claro.


(Capítulo 38 de Kaskarilleira Existencial.  

05 julio 2017

Donde los tomates serán libres

Es aburrida la vida en la tomatera, por eso los tomates aprovechan sus largas jornadas al sol para contarse historias de esperanza y redención. Las hay muy hermosas, pero la que todos quieren escuchar es aquella que cuenta como volvió a la mata el tomate andarín.
Se relame de gusto el gordo tomate maduro, colgado en la parte alta de la tercera rama, mientras se dispone a contar una vez más la historia que ya todos conocen:
 "Hubo un tiempo en que los tomates vivíamos en la incertidumbre sobre nuestro futuro. Estábamos asustados porque no sabíamos que ocurría cuando éramos arrancados de la rama o caíamos a tierra ya maduros. Nos parecía el final de todo. Una vida despreciable y triste. Por eso muchos se suicidaban antes de tiempo. Renunciaban a la vida, preferían mantenerse verdes y no llegaban a madurar. 
Sin embargo un suceso lo cambió todo. Es la aventura de un tomate que luego de haber sido arrancado volvió con nosotros. Contó que se cayó de la cesta en que lo habían colocado y llegó rodando hasta la tomatera. Era un tomate maduro y espabilado, estaba en la parte más alta del canasto y antes de caer pudo ver cosas que a cualquier otro le pasarían desapercibidas. 
Lo que más le llamó la atención era que los tomates eran liberados de sus ramas, acariciados por sus benefactores y luego colocados en un plato como si fueran seres excepcionales. Fue un momento de pura revelación y antes de caerse al suelo por el impacto de un objeto, entendió que había encontrado la respuesta a la gran pregunta. 
Había un futuro de libertad para los tomates. 
Un lugar blanco, pulido y frío donde los tomates al fin serian libres y no esclavos en sus ramas. 
Cuando llegó a la tomatera le contó la buena nueva a sus congéneres y ellos a su vez se lo fueron transmitiendo a los nuevos tomates generación tras generación. Así hasta hoy. 
Por eso nos ponemos tan contentos cuando nos arrancan. Por eso queremos estar bien gordos y ponernos rojos cuanto antes. El agua y el sol nos dará la libertad. ¿Verdad?"
"Verdad" respondieron a coro todos los tomates de la vecindad.