28 abril 2009

Mon petit Napoléon



  • He oído un ruido, ma chérie. 

  • ¿Estás inquieto, amore? 

  • Sí, Carla, no es para menos estando donde estamos. 

  • ¿Pourquoi? ¿Qué tiene este lugar de particular? Un palacio en Madrid, una cama regia... 

  • Sí, con la más bella mujer dentro de ella. 

  • Ah y también un presidente enamorado. 

  • Sí, ma amour, estoy muy enamorado pero eso no me libera del agobio de tener que dormir en este lugar. ¿Sabes quien vivió aquí? 

  • No lo sé, Nico. Esto es España y todo me resulta muy extraño. Es un país tan poco europeo. 

  • Aquí vivió el General, ma cher. 

  • ¿De Gaulle? 

  • No, tontina. Franco. Aquel señor bajito y gordo que gobernó este país durante décadas. 

  • Ah sí. Pero creo que murió hace tiempo. ¿En que nos puede afectar?

  •  Pues en que él odiaba a los franceses y a lo mejor anda suelto, no sé... son fantômes. ¿Sabes que en España desde Napoleón nos tienen tanta manía que nos bautizaron con el nombre de gabachos? 

  • ¿Gabachos? Humm exquisito, un plato muy rico. Lo preparaba muy bien. ¿Quién? ¿Eric? ¿Quizás Mick? No sé, lo más seguro es que fuera Osvaldo o Vincent. A Donald, la verdad, no lo imagino de cocinillas. 

  • ¡Basta, Carla! No confundas gabacho con gazpacho. 

  • ¿A que tienes miedo, Nicolín? ¿Piensas que se nos va a aparecer y correr a gorrazos por ser europeos, modernos y desvergonzados? 

  • Estoy intranquilo, ma chérie. No lo puedo evitar. 

  • No traje la guitarra, pero puedo cantarte Quelqu'un m'a dit. Ya verás que pronto te quedas roque. 

  • Cara mía. 

  • Mon petit Napoléon.
  • 24 abril 2009

    El vendedor de utopías


    • Venimos a cambiar la utopía socialista por otra que sea más actual.
    • Pues no lo entiendo, cuando se la vendimos a su tatarabuelo en el Siglo XIX se mostró muy satisfecho.
    • Es que está desfasada ¿quién cree en el socialismo hoy en día?
    • La culpa la tienen ustedes ¿cómo dejan que gente manifiestamente incompetente manipule un objeto tan delicado?
    • Bueno cuando Marx se hizo cargo de ella...
    • Marx era un ratón de biblioteca que creía poder cambiar el mundo con una fórmula matemática. Ponemos aquí, quitamos allá y tenemos como resultado la felicidad universal. Vaya falacia, los hombres no son cuentas de un ábaco. No se les puede reducir a un número o a una ley de efectos automáticos. Esos experimentos siempre son peligrosos.
    • Quizá la culpa sea de los seguidores que no supieron interpretar al maestro.
    • Pues no será por lo que discutieron entre ellos. Desde la muerte de Don Carlos están de bronca continua por sus teorías y lo que es peor, intentando llevarlas a la práctica por las buenas o por las malas, a machamartillo. Por otro lado, nada nuevo. Cuando les vendí la utopía cristiana a los judíos también ocurrió algo parecido. Les ofrecí una bella utopía y ellos montaron una iglesia ¿habrase visto semejante despropósito?
    • Hay gente que ha intentado usar ideas socialistas sin excesiva radicalidad.
    • ¿No me pretenderá hablar ahora de los socialdemócratas? Decir que esa gente son socialistas es como decir que un vaso con contenido blanco siempre lleva leche.
    • Nos está dando la razón, ¿no será mejor, entonces, cambiar el socialismo por algo más sencillo?
    • Mire, si pensase exclusivamente en esos individuos que ahora lo están manipulando en su beneficio: el coronelito venezolano, la corte de ancianos caribeña, la troupe de la Unión Europea etc... le daría la razón pero...
    • ¿Pero?
    • Pero ustedes los de abajo se quedarían sin la oportunidad de conocer las tremendas posibilidades que esta utopía les ofrece. Venga, quédense con ella, lean el manual de instrucciones y por favor, no la dejen en manos de cualquiera. Agradecerán el consejo.

    16 abril 2009

    Sobre los atractivos desastres


    • ¿Qué se siente en estos momentos, siendo padre de una hija violada y asesinada?
    Uno recuerda, con infinito asco, aquella entrevista donde la otrora famosa periodista quería saber que sentía el padre de una de las niñas de Alcàsser al poco de enterarse de la trágica noticia. Por una vez eso que llaman sentido común restableció cierta racionalidad a las cosas y la tal periodista pagó caro su repulsivo atrevimiento.
    Han pasado los años y quizás hoy en día todo hubiera sido diferente. Demasiada avidez por sentir, por meterse en la piel de los demás y robarles su intimidad para hacerle propia. No, ni siquiera es por un afán curioso por entender otras situaciones diferentes de las que uno tiene que vivir día a día. En realidad lo que hay es un aburrimiento atroz y una manifiesta incapacidad para vivir la propia vida.
    Un vida hueca requiere un relleno eficaz. Vidas delegadas, vidas por delegación. Si no puedes vivir tu propia vida vive la de los demás y cuando más extrema sea mucho mejor. Tus neurotransmisores te lo agradecerán. Para ello contamos con grandes profesionales sacapellejos con lo que cubrir el mortecino apolillamiento del que llevamos encima.
    Es hermoso asistir al cruel espectáculo de la vida amodorrado en un sofá. La vemos, casi hasta la sentimos, pero con un click podemos prescindir de ella. Al otro lado, la periodista aspirante a algún miserable premio profesional o a un ascenso, se recrea literaturizando la desgracia. Ella es feliz contando como suben las columnas de humo en las áridas tierras de los Abruzzos, mientras los restos de la tragedia forman una fenomenal masa oscura que desafía al atardecer de su dolorida capital. Ella es feliz y nosotros nos hemos rellenado con un poquito de realidad. Ya podemos cambiar de canal.

    07 abril 2009

    Construyendo mi yo


    Toda la vida creando un yo, como niño ilusionado que construye un castillo de arena y viene la marea y te lo chafa. Maldita marea. Maldita la vida siempre tan imprevisible. Quizás mejor protegerlo. Construirlo a cubierto. A salvo de cualquier contingencia. Podré recrearme mientras perfilo las almenas, allano el adarve y hago a un bonito foso para que no me invadan dañinas alimañas. Seré feliz. A salvo de cualquier riesgo. Estaré solo pero con mi yo. Es verdad que nadie lo conocerá. Nadie contemplará la majestuosidad de mi torre de homenaje ni la austera elegancia de mi patio de armas. No importa. Podré diseñar con mimo cada detalle. Saldrá más fuerte. Más sólido. Más hermoso. Podré disfrutar con él y en él. Sin temer a interrupciones. Afuera solo hay conflicto y peligros. Los otros yoes están a la intemperie y siempre acaban recalentados por el sol. Ablandados por el agua. Pisoteados por la gente. No están seguros. Nadie está seguro ahí fuera. Mejor no correr riesgos. Yo me quedo con mi propio yo. Encerrado aquí dentro. Disfrutando de mi obra. Mi obra definitiva. A cubierto.

    01 abril 2009

    Ya nadie muere de viejo


    Balbuceantes preadolescentes de cinco años. Decrépitos postadolescentes de setenta. Todos correteando por la vida. Vida como patio de colegio donde ya nadie juega. Juventud divino tesoro. No te vas, aquí te quedas. Juventud de obligado cumplimiento. Agotada hasta la última gota. Juventud para niños y viejos. Todos jóvenes. Por siempre jóvenes. Aunque parezcas una pasa dolorida y arrugada. Aunque seas una lanza oxidada y carcomida en mil batallas. Aunque te caigan los dientes y tu lengua sea un pedazo de cuero viejo. Aquí te quedas, joven. Perpetuamente joven. Condenadamente joven. Condenado a ser joven. Por siempre.